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martes, 18 de noviembre de 2025

El hijo maltratador de un mando de la guardia civil.

Era una mujer con mucha humanidad, su marido era de lo peor del barrio. Bajito, engreído, abusador, ególatra, fascineroso, con una personalidad mediocre llena de todo tipo de traumas.

Ser hijo de un mando de la Guardia Civil le había librado muchas veces de la entrada en los calabozos por sus agresiones injustificadas a cualquiera que se atreviese a hablar a su mujer sin su permiso.

Las palizas y las borracheras con su grupo de amigos eran su festín semanal. De noche iban y escogían a cualquiera que encontraran por la calle, incluso chiquillos, los que maltrataban y les pegaban sin piedad.

Mantenía oculto que era un auténtico abusador. En los bares le temían porque tenía connotaciones de cruzarse sus cables cerebrales y dar una verdadera paliza a las víctimas de turno.

 Era un verdadero desquiciado que usaba varas de acebuche o la pinga de buey. Y lo peor es que siempre salía indemne porque su padre era muy amigo de gran parte de la oligarquía de aquellos tiempos de los años cincuenta y sesenta.

Su grupo de amigos eran hijos de responsables de genocidio que llevaron a cabo miles de crímenes y desapariciones durante la guerra.

Le gustaban los coches de lujo y siempre tenía un amigo adinerado que le prestaba alguno. Contaba que con la mujer recatada y aburrida con la que tuvo que casarse nunca despegaría su amargada vida.

No tenía hijos, pero si los tuviera, su mujer no tendría tiempo ni para mariposear costuras con las amigas y vecinas del barrio. 

Creía que sus hijos serían los más guapos de la ciudad. No como él, que a duras penas alcanzaba uno sesenta y era feo, rechoncho y poco agraciado físicamente, aunque con mucha fuerza.

Uno de sus graves traumas era no parecerse en nada físicamente ni a su padre ni a su madre. Por ello entraba en cólera muy violento cuando alguien le insinuaba que lo mismo era adoptado y no hijo natural.

Aquel que se atrevía a decirle esas barbaridades, seguramente no tenía aprecio por su vida ni muchas ganas de vivir.

Una vez se abalanzó sin avisar sobre un individuo atrevido sin que nadie moviese un dedo y lo apalizó sin piedad dejando un rastro de sangre difícil de limpiar hasta que el individuo tuvo la suerte de presentarse la Guardia Civil.

Los agentes detuvieron aquella paliza llevándoselo detenido, pero a las pocas salía del cuartelillo limpio y brillante, camino de su casa a donde apenas iba, para echarse en la cama bajo la mirada equidistante de su silenciosa mujer.

No le afectaban los remordimientos y cuando tenía suerte con los trapicheos, movía mucho dinero, porque el trabajar como que no le iba mucho.

Se sentía entonces muy señorito, vanagloriándose por aquello de la estirpe de la que según él procedía. Padecía lo que la mona jefe y a más de uno le había expresado que su verdadera vocación hubiese sido ser sacerdote, pero sin ganas de santiguarse todo el puto día.

Cuando el trapicheo le había ido bien, siempre tenía un inmenso tufo a alcohol por el abundante ron de caña que tomaba.

Repartía con su grupo de colegas y colaboradores las ganancias de aquellos barriles que cualquiera sabe de dónde procedían.

Se le veía contando el dinero de forma siniestra con desconfianza antes de repartir. Aquella casa y sus alrededores donde había tenido ocultos los barriles antes de venderlos parecía un recinto de campo de concentración.

De chiquillo lloraba cuando los niños grandes le pegaban sin tener la oportunidad de defenderse. Ahora el niño grande era él y se hacía lo que quería.

A su grupo le compensaba, a otros les daba migajas. Eran como una hermandad de hermanos en el grupo. No había primos, los primos eran los otros, sus víctimas. Era el jefe en aquella especie de grupo de delincuentes del pequeño mercado del estraperlo, el que organizaba y tenía el mando.

Aquel negocio poco a poco fue creciendo hasta convertirlo en un verdadero padrino con su banda de emprendedores, señores que recorrían la ciudad haciendo del trapicheo su negocio y de los negocios de otros su forma de dar salida a su producto.

Había comprado una casa nueva mucho más grande de dos pisos, en el mismo barrio. La vivienda estaba arriba y allí en los bajos tenían un garaje donde movían los toneles de curso ilegal que pasaban a legal. En una habitación pequeña con una mesa redonda en el centro, a puerta cerrada, el grupo tomaba decisiones a veces terribles.

Su mujer andaba siempre angustiada porque no podía salir sin que sus hombres la vigilaran. Prefería la otra casa donde su marido no iba nunca, porque en esta, tan solo con salir a la calle, los ojos de sus hombres y de todo el vecindario vigilaban sus movimientos. No tenía intimidad.

Los vecinos trinaban, estaban muy quisquillosos y malhumorados con los trajines de camiones en un calle tan pequeña. Incluso los domingos había carga y descarga de toneles.

Ella trataba de consolarse recibiendo en su casa a sus amigas a la hora de la merienda. Tomaba en sus brazos a las amigas y las abrazaba diciéndoles que su vida se había convertido en un infierno si antes no lo era. No aguantaba aquella casa tremenda ni los miles de ojos vigilando sus pasos. Pensaba coger lo necesario y irse con su madre.

Aquellas palabras fueron oídas por su marido que había subido a casa a darse una ducha y había estado oyendo lo que decían en aquella habitación.

Aquella noche ella apareció muerta en su cama. Nadie supo de qué había fallecido. No estaba enferma. Solo que aquella noche su marido hizo una pequeña fiesta en los bajos con sus muchachos y se ausentó durante cierto tiempo indefinido. Cuando volvió parecía más alegre que cuando se fue y la fiesta continuó durante horas.

El mafioso y sus secuaces no se habían dado cuenta que la policía y la Guardia Civil habían subido a los pisos de arriba por la puerta exterior de la casa, que siempre permanecía entreabierta.

Avisados por la madre de la mujer que había ido a ayudar a su hija a trasladarse a su casa, habían accedido a la vivienda encontrando su cadáver magullado y retorcido, tendido en la cama con evidentes moratones y cardenales por la paliza que le había dado.

El hijo maltratador de un mando de la guardia civil. Leer lee lecturas.


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lunes, 17 de noviembre de 2025

Manola, la maltratada que cogió el toro por los cuernos

 Manola estaba charlando de su pasado con Lucas, un amigo que había conocido en un viaje. Se sentaron en la mesa de la terraza de un bar contándose lo que les había ocurrido en la niñez, la adolescencia y la juventud temprana.

Hablaban del trabajo de servicio doméstico que ambos habían vivido de alguna forma u otra, la falta de protección de las políticas sobre los trabajadores de este tipo de trabajos que siempre benefician a señoritos y gente pudiente.

Decía Manola que lo de cuidar personas mayores dependientes está muy mal pagado. Cuidar ancianos no está pagado ni está reconocido y suele ser un trabajo muy duro.

Ella empezó en estos trabajos a raíz de la crisis de 2008. Su empresa como muchas otras de seguridad, quebró. Empezaron a sustituir personal cualificado por auxiliares. La edad influyó y la empresa empezó por despedir trabajadores a partir de 45 años, precisamente la edad en la que ya nadie los quiere en ningún sitio.

Lucas tenía claro que la edad influye. Se lo había dicho a muchos que le excluían a él y ahora lo están sufriendo. Él fue víctima de ellos.

Manola también se consideró una víctima del sistema, no de nadie en concreto sino una víctima más, "soy superviviente y el que me la hace me la paga", le decía a Lucas.

Él la creía y siguió oyendo lo que ella le contaba, que había denunciado más de una vez a empresas y había ganado judicialmente lo que le intentaron restarle laboralmente. Porque no todo el mundo llama al SEPE para que le valoren un contrato y muchas cosas ocurren por nuestra propia ignorancia. Lo cierto es que tal como están las cosas cualquiera puede terminar en una tienda de campaña o en la calle.

En el mundo laboral existen los excluidos porque no les gustan las personas con ideas diferentes, porque yo con mi familia nunca tuve una buena relación, son profundamente machistas y retrógrados. Me da igual porque yo sigo con mis ideas y sin ellas no sería yo. Y el tiempo me da la razón siempre, aunque ellos no. Ni falta que me hace. Me la da el tiempo y el tiempo no se equivoca nunca, pero ellos se equivocan siempre.

Yo con treinta años tenía muy claro que si quería acertar tenía que hacer todo lo contrario de lo que me ordenaran y aconsejaran. La cosa empezó a ponerse fea cuando tenía 16 años pero yo la tuve fea siempre.

Me fui de mi casa con 19 años a causa del ambiente irrespirable. Ellos ordenaban y una obedece, pero lo cierto es que yo nunca obedezco algo que considere que no está bien, y me daba igual quién lo mandase, como si lo manda el Rey.

Dicen que soy una rebelde y cosas de esas... Pero no me acobarda decir que mi padre era un maltratador físico y mi madre una maltratadora psicológica. Rebelde porque no obedeces?. Con mi padre que me pegaba literalmente a diario. Llegó un tiempo en que él me pegaba pero yo a él también y mi madre en vez de defenderme tenía broncas todos los días. Aún así, no consiguieron nada de mí, porque tiene que ser lo que yo piense y decida y nunca lo que me digan ellos.

Lucas escuchaba con enorme atención lo que le iba relatando su amiga Manola. Preguntó si le pegaban a diario porque a él empezó a ocurrirle lo mismo. "Pues a diario, quizás día sí día no". Respondió que a él llegó un momento en que le pegaban todos los días.

Manola siguió contando que se escapó de casa con 8 años y la obligaron a volver, y eso dice bastante de ella y de ellos. Entonces no era como ahora que a los niños se les escucha y hasta los colegios intervienen en ello.

Por aquel entonces no ayudaba nadie. Maltratar niños y adolescentes salía gratis aunque el maltratador fuese un padre policía o guardia civil, nadie se atrevía meterse en estos casos.

Ella se volvió muy salvaje y por eso él le pegaba más y hasta llegó el momento que ella aprendió a pegarle también a él. Ese día le dijo la suerte que tenía de que fuese mujer porque si fuese un tío ya le habría matado. Pero ella sabía que eso no importaba.

Ella era una superviviente. A ella nadie la iba a joder, porque si lo intentaran ella les jodería. Todo lo que no nos mata, acaba por hacernos muy fuertes.

Lucas le dijo a Manola que él lo que hizo fue irse de casa porque lo que ocurría es que llegó el tiempo que le pegaban todos los días y no podía aguantar más.

"Hiciste bien. Te comprendo, yo tampoco podía aguantar más", le dijo Manola.
"Mis padres no vivían juntos", le contestó Lucas.

Le dijo Manola que sus padres sí vivían juntos y que por circunstancias de la vida vivían cerca de su casa, en su pueblo, aunque nunca fue a verles nunca más. Los vecinos hablan de ello pero eso a ella le daba lo mismo porque siguen siendo maltratadores.


Ella ahora tiene 50 años y nadie puede obligarla ni a quererles ni a aguantarles. Se fue con diecinueve años y en treinta años apenas los ha visto. Pasan por delante de su casa y los ve por la ventana o por el balcón, y a veces los saluda, pero a su casa no va nunca ni de visita.

Lucas le dijo que él si volvió a casa, pero de su madre. Volvió y cogió el toro por los cuernos y empezó a doblarle la cabeza con el paso de los años poco a poco. Y desde el primer momento empezó a vivir como a él le gusta, como ha querido.

Manola le respondió que había muchas maneras de retorcerles el cuello, porque su madre le ha dicho muchas veces que vaya, pero ella no va a ir. Es su manera de torcerle el cuello al toro.

"Pues mejor. Yo sí fui. Pero a verlo en un bar, no en su casa - le dijo Lucas - Y así todos los años".

Pero para Manola era distinto, ella pasaba totalmente de ellos y se los hacía saber con su actitud, que le importaban un bledo. Y de esta forma les jodía cien veces más que todos sus reproches. Lo hacía no por joderles sino porque eran tóxicos.

"El orgullo del viejo era que no quería ser cuidado por mí pero lo dejé estar en su pequeño local donde vivía hasta que murió" le contó Lucas.

"Ya está bien de sufrir por culpa de ellos, menuda infancia y adolescencia de mierda me dieron. A estas alturas, se mueren y a mí me da lo mismo" - respondió Manola.

"Se ponen los pelos de punta. Yo no gasté confianzas con mi padre pero en el bar donde nos veíamos me quería calladito. Poco a poco fui alterando la cosa y no le gustaba que yo hablase más de la cuenta" le dijo él.

"Pues para ellos es un bochorno que yo esté en el mismo pueblo y no vaya a su casa ni a verlos" dijo ella.

"Bochornoso para lo que dice la gente" contestó.

Pero todo el pueblo sabía que a las niñas mayores les pegaban. A ella más porque era más bocazas. Las leyes romanas que dictan que para los niños la conservación del apellido para las niñas trabajos esclavos y ninguneos. Puede haber algo más machista que eso?.

Para algunas personas ir a su casa, es como aceptar sin palabras que todo está bien, pero no lo está. Así es como Manola piensa y no va a ir nunca, se quedará en su modesta casa de alquiler mientras les jode con su sola presencia lo que les queda el resto de la vida. Un modo de anular el rollo machista arcaico aunque sea sin palabras.

Sé fuerte porque contra una persona fuerte no hay machismos ni abusos que valgan.


Manola, la maltratada que cogió el toro por los cuernos y dejó que se pudrieran.


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domingo, 16 de noviembre de 2025

Delfina, la inmigrante sudamericana que nunca estuvo casada

 Delfina era una mujer inmigrante sudamericana maltratada, que fue detenida y apartada de sus hijos.

Todo empezó estando embarazada de su pareja, de la cuál se separó sin haber estado nunca casada.

Durante una revisión médica con el ginecólogo, el médico le abrió un informe que entregó a la policía, por encontrarla en crisis de ansiedad con trastorno depresivo.

En el informe se narraban las secuelas por los malos tratos recibidos, físicos y psicológicos, de los que había sido víctima durante años.

Aquello abrió un proceso.

Al principio de su relación, ella esperaba la concesión de la nacionalidad. Su pareja parecía ser el hombre de su vida. Todo perfecto hasta que empezaron a vivir juntos, y la empezó a aislar.

No la dejaba ver a su familia ni a las amigas porque se ponía violento y le pegaba. Y encerrada en casa poco a poco la fue anulando.

A los malos tratos recibidos se sumó el maltrato institucional que le provocó desconcierto y consternación.

En la vista contra su ex pareja, la sentencia absolvió al hombre. El juez llegó a decir que no encontró pruebas para condenarlo y consideró el testimonio de Delfina no creíble, por ser una mujer culta con estudios superiores como para no haberlo denunciado nunca.


Tiempo después su ex pareja tenía interpuestas un numeroso cupo de denuncias acusándola de querer sustraer a los hijos con la intención de llevárselos al extranjero.

Esto lo justificaba que ella se sentaba en un banco de la plaza frente a la vivienda donde ya entonces, él vivía con su esposa, otra mujer, con el infinito deseo de ver a sus hijos.

Con ello, el individuo logró que los jueces de lo civil le quitaron a Delfina la patria potestad para concedérsela de forma no definitiva.

La mujer entonces estuvo varios años sin poder ver a sus hijos a pesar de que no existían órdenes de alejamiento ni prohibición que le impidiera verlos.

Era evidente que Delfina sufría una trama judicial en los retorcidos juzgados de la ciudad donde seguía siendo una inmigrante.

Esto destrozó la poca fe en la justicia que le quedaba a la mujer. Aquella estratagema de su ex pareja fue muy hábil gracias a su abogado.

Mientras, ella siguió trabajando de camarera en el mismo restaurante que los últimos diez años. Su vida habitual consistía en trabajar.

El ex marido sin embargo siguió denunciándola para impedir que se acercara a la casa donde vivía con sus hijos y su esposa.

Solicitó una y otra vez de forma urgente la detención de su ex pareja, a pesar de que los jueces afirmaban que no se podía proceder porque no concurrían supuestos legales, ya que Delfina comparecía ante el tribunal con su abogada y procurador siempre que se le solicitaba.

El proceso mostraba extraños favoritismos con las solicitudes de su ex pareja y padre de sus hijos, hasta visualizarse graves irregularidades jurídicas.

Los medios empezaron a llamarla "Madre loca" con supuestas dudas razonables que observaban en los juicios obviando con alevosía los malos tratos y el vapuleo institucional.

Un día emitieron la ejecución forzosa de detención contra Delfina en la que los jueces obviaron las infracciones y la mujer fue vapuleada y menospreciada de forma inaudita con actuaciones oscuras y nefastas sacadas de un marco jurídico medieval.

Dichas actuaciones contó con el beneplácito de la fiscal a pesar de las evidencias ilegales en una jurisdicción civil por no concurrir los supuestos para pedir la detención de Delfina.

La única circunstancia que podía haber motivado la acción de una medida penal, sería el grave riesgo para la salud o la integridad de los menores, circunstancia que no fue acreditada por el simple hecho de que la mujer se sentara en un banco de la plaza con la esperanza de ver a sus hijos.

La detención de Delfina fue innecesaria pero ninguna de las argumentaciones frenaron a aquellos jueces de lo civil y hicieron que la policía la metiera en un calabozo sin motivo para tenerla detenida.

Delfina, encerrada, interpuso un "Habeas Corpus", un mecanismo legal para proteger a los detenidos de arrestos arbitrarios que obligaba a comparecer ante un juez de forma inmediata con el fin de determinar si el arresto era conforme a la legalidad.

Pero no ocurrió nada, Delfina continuó detenida contra su voluntad varios días, lo que constituyó una violación de los derechos fundamentales, cuyo recurso de amparo fue presentado ante el Alto Tribunal, pero no progresó.

Tiempo después en una vista la declararon culpable con pena de prisión de poco más de dos años, equivalentes a los años de inhabilitación para ejercer la patria potestad por su supuesto intento de sustracción de menores.

Todo ello a pesar de no quedar probado que sentándose en el banco de la plaza pretendiese sustraerlos y llevárselos al extranjero.

El juez así lo estimó. Aplicó el intento de sustracción de menores pretendiendo que la mujer incumplió gravemente la resolución que la despojó de la patria potestad.

Meses más tarde hubo otra vista que sorprendió por su rapidez, ya que los procesos judiciales suelen ir extremadamente lentos en los casos de juicio civil.

En la vista se decidió la custodia definitiva de los menores ante la condenada. Delfina fue inhabilitaba para la patria potestad. Perdió definitivamente a sus hijos. Incluidos el recién nacido.

En prisión se hizo muy amiga de una compañera de celda sin saber que aquello convertiría su vida en un infierno.

Salió de forma prematura previo pago realizado por un extraño abogado aconsejado por su amiga.

Unos hombres amigos de su compañera la esperaron a la salida de prisión y se la llevaron a un piso donde la obligaron a ejercer la prostitución para pagar el dinero que supuestamente les prestó para su prematura salida de prisión.
Delfina quedó hundida en la mugre recibiendo palizas del proxeneta encargado de cobrar la deuda. Toda vez que el individuo entendía que no recaudaba bastante dinero le daba una paliza.

José Francés era un ex abogado que había dejado la abogacía para dedicarse a su carrera de escritor de novela negra y se había convertido en uno autores más vendidos del país.

Un amigo le contó lo que ocurría en una vivienda de un piso cercano a donde vivía y el ex abogado escritor cogió gran interés por el asunto que su amigo le contaba.

Estuvo algunos días en la casa de su asunto amigo y fue testigo de lo que ocurría en aquella vivienda prostíbulo. Incluso vio al chulo darle una paliza a la prostituta Delfina porque al parecer no recaudaba lo suficiente para pagar su préstamo.

Cuando el chulo se fue, José Francés habló con Delfina y consiguió convencer a la mujer para apoyarla en un juicio humanitario que la liberara de aquel infierno.

El escritor decidió entonces defenderla por motivos humanitarios sin saber que en el ICA le habían dado de baja como abogado. Se olvidó de pagar las cuotas sin que recibiera notificación alguna al respecto.

Cuando presentó la denuncia para defender a Delfina, provocó que no se activaran los protocolos para proteger a la víctima y se iniciara un procedimiento para deportarla.

Cuando acudió al juez, José Francés fue detenido por agentes de policía por un presunto delito de intrusismo profesional.

Para su fortuna, el juez que llevó su caso archivó el presunto delito de intrusismo trasladando su malestar por lo ocurrido.

El famoso escritor decidió entonces no tomar acciones legales contra el otro juez que provocó su detención.

Se concentró plenamente en la defensa de la prostituta Delfina contra el proxeneta que la maltrataba.

El ex abogado ganó el juicio humanitario en favor de Delfina, consiguiendo liberarla del yugo de la prostitución, además de que no la deportaran y obtuviese la nacionalidad.

Algunos años después el ex abogado escribió un libro que se convirtió en un auténtico best seller de gran éxito, donde describía detalles del caso con personajes ficticios y nuevos conocimientos de lo que le ocurrió a Delfina, y cómo se cruzaron sus vidas para defenderla en un juicio humanitario.

En su sofisticado relato describió cómo un juez, sea del extremo que sea, corrompe y hace mucho daño a las instituciones de justicia y a la democracia del país.

Subrayó con énfasis el sufrimiento al que fue sometido su esposa, la madre de su hijo.


Delfina, la inmigrante sudamericana que nunca estuvo casada


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Leo, el chico que trabajó en los negocios de cocina de su padre

Leo era un chico que trabajó en los negocios de cocina con su padre desde temprana edad. Siendo pinche a la edad de dieciséis años empezó a recibir palizas periódicas.

Trabajaban en un hotel de la costa que se llenaba de extranjeros de todos los países de Europa y Estados Unidos. Era un sitio privilegiado a cien metros de la playa rodeado de monte y campo.

Un día estaba limpiando merluza congelada y fuera por lo que fuera que Leo ensoñara despierto sin dejar de trabajar, su padre, jefe de partida, delante de todos en la cocina, le dio una paliza para que dejara de ensoñar.

Qué podría haber en la ensoñación que fuera malo para la vida o para vivir?. Qué envidia o odio despierta en otros aquellas personas que tienen capacidad para la ensoñación despiertos?.

Lo cierto es que Leo se estaba convirtiendo en un joven muy pero muy atractivo. Algunos camareros y cocineros del hotel intentaron buscarle un mote sin conseguirlo. Demasiado inteligente para mentes y pensamientos simples.

El caso es que aquello se fue convirtiendo en un infierno para el pobre Leo y él ya había empezado a cavilar profundamente la forma de crear verdaderos problemas a aquellos individuos de la cocina y el resto del hotel que se quedaban quietos ante tales agresiones aunque fuera de su padre. 

Es que ni el mismo jefe de cocina allí delante mismo, hizo nada ni le llamó la atención al agresor por lo que ocurría en sus narices, incluso se rio como todos.

Solo el jefe de economato fue un hombre decente que un día en su horario de descanso coincidió con Leo en el paseo marítimo y se sentó con él para decirle que denunciase a su padre a la Guardia Civil.

Pero Leo le dijo que no, porque él solo tenía dieciséis años, ya lo había pensado y no saldría bien.
Fue pasando el tiempo y lo que fue su problema con su padre y el hotel se empezó a convertir en un problema de confrontación entre el hotel y su padre. 

Ahora le pegaban con razón. No estaba a su horario en la cocina, pasaba la noche bailando en las discotecas chocheando con extranjeras y no iba por casa. Le pedía dinero al hotel de su sueldo y después llegaba su padre para cobrar y le daban el resto. Se había convertido en un problema y acababa de cumplir diecisiete años.

Al final lo echaron de trabajar en el hotel con una indemnización sustanciosa porque le quedaba un año de contrato. Se había convertido en un chico muy atractivo y hermoso.

Su padre seis meses después había cogido la cocina de un bar restaurante donde se daban cantidades importantes de desayunos. Su horario se extendía desde las 6 horas de la mañana hasta las 20 horas de la noche. El resto del día su padre que llegaba del mercado de abastos antes de las 12 h del mediodía hasta que cerraba ya a las 24 h.

Las agresiones empezaron a ser continuas y diarias y él no sabía hasta cuándo iba a aguantar. Los camareros del negocio no se llevaban bien con él por el mero hecho de ser diferente y algunos eran auténticos sádicos en el trato además de ser algunos, de la acera de enfrente.

Todos los días encontraban una queja en la que el único culpable era Leo, que no sabía qué buscaba esta gente pero lo intuía, esas miradas morbosas y esas maneras de acercarse al chaval decían muchas cosas.

Qué historias le contaban a su padre para que cada día nada más llegar, la emprendiera  a golpes con lo primero que pillara, con la escoba o arrojándole cosas por la cabeza incluso la olla caliente o hirviendo y obligarlo así con todo encima a llevarle un plato de bacón con huevos a los clientes dándole patadas y puñetazos, llamándole "guapito de cara" mientras nadie hacía nada y algunos se reían.

Más pronto que tarde Leo compró una mochila y una tienda de campaña de lo más barata y un día por la tarde cuando regresó más temprano de lo habitual del trabajo con su moto, llegó a su casa, cogió la mochila, dejó las llaves a la vista y se dirigió donde vivía su madre.

La pobre lloraba pidiéndole que no se fuera pero él no aguantaba más. Ella le acompañó a la estación del ferrocarril y sacó billete a cualquier parte. Su madre lo abrazó llorando y le dio dinero y el número de teléfono para que llamará a donde ella vivía y el tren silbó y se llevó a Leo para vivir otra vida.

Leo, el chico que trabajó en los negocios de cocina de su padre. Leer lee lecturas.


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sábado, 15 de noviembre de 2025

El marqués que no era marqués pero le llamaban marqués

Él no era ningún marqués pero le llamaban "El Marqués". Tenía un porte elegante, una mezcla de militar y play boy, pero en realidad era pobre y nadie lo sabía. 

Se pensaba que era rico porque vivía en un hotel en la zona costera más deseada y soñada por cuantos podían disfrutar de una embarcación de recreo con carnet de patrón.

Eso era él, capitán y patrón de un barco de recreo sin ser el verdadero dueño, porque el dueño era otro a quién servía por su gran don de gentes.

Le gustaba agasajar casi avasallando, a cualquier dama de su interés que le procurase buena prensa y ser el centro de los corrillos con su impronta de caballero cabal y elegante, en realidad un personaje interpretado por un buen actor.

Un día conoció a una mujer tan bella que no dudó en tomarla por esposa. Se acabó el galán caballero cabal de aquellos años 70. Se convirtió en un patrón de barco sin rumbo y se fue hundiendo poco a poco cada día más, hasta que dejó de interpretar ese personaje de buen actor siendo eclipsado por la belleza y don de gentes de su bella señora.


Afloró entonces el verdadero marqués, una persona sin alma, sin escrúpulos ni empatía, que sintiéndose el perrito faldero de su mujer la encerró harto de que los jóvenes la cortejaran y sus antiguos camaradas admiraran su hermosura y su encanto.

No podía soportar los cuernos ni saber a su mujer en los brazos de otros como él estuvo en brazos de otras. Parecía una sombra oscura de aquel que había sido, antes de que ella llegase a su vida y le llenase la casa de niños que se comían el dinero de su riqueza naval.

El armador y dueño de su embarcación le había derogado los recursos de su barco en favor de los encantos de su mujer y sus hijos. Ello provocó un golpe de efecto en el control que ejerció durante tantos años como suyo. El centro de su hombría se hizo añicos.

La gente le preguntaba dónde estaba su mujer, que desapareció de repente de la escena social. A sus cuatro hijos, dos niños y dos niñas, les había contado que mamá se había vuelto loca y estaba muy enferma. Por eso la tenía encerrada en un zulo que había construido en el sótano de su casa, para que los vecinos no oyesen sus lamentos.

Cada día llevaba a sus hijos a la escuela con una sonrisa amable y respondía a quienes le enviaban saludos para su mujer. Cuando alguien le preguntaba a sus hijos en su presencia, los niños contestaban que se había quedado en casa haciendo las tareas.

Pero lo cierto es que la gente empezó a sospechar algo raro y dieron parte de ello a la Guardia Civil y la policía. 

Él se percató de las habladurías y lo que hizo fue sacar a su mujer del zulo del sótano. La metió en el portaequipajes de su Seat 500 en plena noche y la llevó al barco. La introdujo dentro de un saco de patatas de esparto que amarró bien para que no se pudiera escapar y la dejó en la bodega de almacenaje.

Por la mañana salió de la casa con sus hijos y la gente le preguntaba dónde iban tan elegantes. Los niños contestaban que iban a navegar por la bahía con su mamá que les esperaba en el barco. 

Con una sonrisa en los labios se apresuró a subir sus hijos al coche y partieron raudo hacia el puerto embarcando rápidamente.

Hizo levar amarras a sus marineros sin permitir embarcar a ninguno de ellos con la excusa de ser un viaje familiar, y cuando se distanció del muelle vio llegar la Guardia Civil.

Entonces sacó un maniquí vestido con ropas de su mujer para aparentar que le acompañaba a bordo mientras el barco salía a mar abierto.

Él ignoraba que la Guardia Civil había estado en su casa, habían bajado al sótano y descubierto el zulo, marcado de sangre y uñas arrancadas de las palizas que le había dado a su mujer a diario. 

Al muelle había llegado una avanzadilla con órdenes estrictas de no intervenir para no poner en peligro la vida de la mujer.

Cuando llegó a alta mar, cogió el saco de patatas que contenía a su mujer y se lo echó a la espalda. Lo subió arriba con intención de arrojarlo por la borda al mar. 

Pero la mujer vio a sus hijos a través de los cuadros del saco y los llamó con voz muy débil. Los niños que jugaban en proa la oyeron y agarraron el saco para impedir que su padre la tirara al mar.

El padre los sacudió a bastonazos logrando que los niños soltaran el saco. Los alejó de su víctima y exhausto lo arrastró hasta la borda. 

Dando bastonazos a los niños para mantenerlos alejados, respiro y arrojó el saco por la borda, justo en el momento que una patrullera abordaba su embarcación. 

Le dispararon en las piernas y dos buzos saltaron de inmediato al agua tras aquel saco mientras los niños lloraban por su madre ensangrentados.

Pronto los buzos aparecieron a flote con la mujer viva, sin fuerzas pero viva, siendo izada a bordo de la patrullera, pegada a estribor del barco de recreo.

La mujer, en extremo muy delgada por falta de alimentos y dolorida, fue echada en una camilla para ser atendida por médicos y enfermeros.

Permitieron a sus hijos que la abrazaran un momento, pero tenían que llevarla pronto a un hospital. Así que los guardias se repartieron entre ambas naves sin perder tiempo.

La patrullera se separó del barco de recreo y salió disparada a máxima velocidad hacia el puerto protegiendo a la mujer y los niños dentro de la cabina.


El marqués quedó esposado y vigilado en el barco de recreo siendo asistido de los disparos que habían atravesado sus piernas. 

La Guardia Civil puso en marcha el barco que lentamente enfiló su proa rumbo al puerto.


8. El marqués que no era marqués pero le llamaban marqués


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viernes, 14 de noviembre de 2025

Las amantes, los amantes, las queridas, los queridos y las secuelas del tiempo

Apenas tenía poco más de un año, pero lo percibí tan brutal, que el trauma quedó en mi mente para siempre.

A principios de los años 60 del siglo XX, por primera vez fui consciente. 

Mis padres discutían tan fuerte que posiblemente se escuchaba en todo el barrio. 

Mi padre usaba la violencia mientras empujaba a mi madre, a golpes una y otra vez, derribándola sobre la cama.

Ella intentaba salir de esa trampa, entre la cabecera de la cama, la pared y el armario.

Pero mi padre era un hombre experto, muy fuerte, de 175 centímetros de estatura, mientras mi madre era delgada, débil, de 170 centímetros.

Mi padre había servido en infantería de Marina, estaba entrenado, sabía manejar armas. 

Mi madre había sido educada en los quehaceres del hogar, cocinar, limpiar, zurcir, coser y remendar.

Mi padre dominaba su vida y no la dejaba salir, mientras él llevaba una vida mundana de trabajo y caprichos.

Era un cocinero muy apreciado por la clientela en los distintos establecimientos que llegó a tener arrendados a lo largo de su vida.

Le gustaba deleitar a los clientes con su ensaladilla rusa, sus tortillas de patatas, sus huevos al plato de guisantes con  tomate frito, sus costillas de cerdo o cordero lechal, hechas a la plancha acompañadas, con esas patatas fritas tan peculiares de sabor.

Pero se perdía por las mujeres y por el póker, dejando abandonada a su mujer con muchas semanas sin pasar por casa.

En aquellos tiempos mi madre había tenido su primer hijo, y con solo un año, vi cómo mi padre le pegaba una paliza a mi madre.

Estoy seguro que los gritos se oían en todo el vecindario de aquel barrio donde vivíamos, con todas sus callejuelas y sus viviendas de puerta y ventana de los años 50.

Aunque tenía solo un año, aquello quedó grabado a fuego en mi mente de niño, y mi subconsciente nunca lo olvidó.

Desde entonces mantuve equidistancia con mi padre, que llegó a pasar 
por la cárcel varias veces durante algunos años, tras haber sido cogido in fraganti con cargamentos de droga de un grupo clandestino que nunca llegó a ser desarticulado.

Hablando un día con mi tío, el hermano de mi madre, llegó a contarlme un relato que desconocía de mi madre.

Hubo un tiempo que sintiéndose abandonada, llegó a salir con otros hombres.

Tuvo un amante en la misma medida que mi padre salía por las noches, presumiendo a la vista de todo el mundo con personas pudientes de más nivel social. 

Mi padre se enteró y una noche la siguió hasta que el amante y ella se separaron.

 Entonces se le echó encima, la cogió de los pelos, la arrastró y la metió con violencia en el descapotable prestado de alguna de sus amantes.

La llevó a la playa y allí en la oscuridad de los años de 1960 le metió una paliza.

Después se arregló el traje y el pañuelo del bolsillo, salió de la playa y se fue con el coche dejándola allí abandonada.

Por la mañana la Guardia Civil encontró a mi madre malherida y delirante. 

La llevaron a la urgencia de la Cruz Roja, después localizaron a mi padre, dueño y señor de mi madre en aquellos tiempos.

Años después, cuando salió de la cárcel tras cumplir condena por tráfico de drogas, no tardó mucho en agobiarse, y llegó el día que volvió a pegarle a mi madre por desobediencia.

Pero entonces todo había cambiado, mi madre podía tener cuenta bancaria y la libertad de echarse en los brazos de cualquier amante, sin tener que dar explicaciones a mi padre, incluso optar al divorcio.

Algo que también había cambiado era yo, su hijo, que ya no era un niño pequeño sino un chaval al borde de los dieciocho años.

Mi padre percibió el peligro de una pelea de gallitos, ante el temor de que le disputara su hegemonía como cabeza de familia.

En cuanto tuvo la ocasión empezó a pegarme a mi también con el objetivo de someterme.

Pronto comprendió que no lograría someterme, lo vio en mi mirada y esto le enfureció mucho.

 Se dio cuenta que tenía que irse de casa y buscarse su zulo por lo que pudiese pasar.

Las circunstancias le obligaron a comprar un pequeño negocio de hostelería, con una habitación en lo alto del local donde colocó una cama y llevó todas sus pertenencias para no volver a casa nunca más.

Con la vejez tuvo necesidad de hacer las paces conmigo. Quiso ser mi amigo. 

Pero se topó con el muro de la equidistancia y el resentimiento.

A pesar de vernos semanalmente para tomarnos unos cafés juntos, nunca desapareció la barrera insalvable de la desconfianza, que nos separaba irremediablemente.

Cuando mi padre murió, no pude derramar ni una sola lágrima. 

El intento de amistad de mi padre era una penitencia de la vejez, nunca pidió perdón por todo lo malo que nos había hecho.

Habíamos sido padre e hijo y viceversa, pero no nunca hubo un cariño verdadero, más allá de una amenaza latente.

Sin embargo cuando murió mi madre, sentí todo el peso de la pérdida, de la única amiga que he tenido en el mundo.


jueves, 13 de noviembre de 2025

Juan, el borracho con los sesos quemados por el vino rancio

 El año 1965, Paquito era un niño pequeño muy observador. Vivía en una calleja de unos cuatro metros y medio de ancha que se alargaba de una punta a otra en un barrio histórico.

Juan era su vecino, un tipo grande y enorme de 185 centímetros de altura que tenía cuatro hijos, tres chicas y un chico, y cuando llegaba muy borracho le pegaba a la mujer, bajita y pequeña de apenas 158 centímetros de altura.

En aquellos tiempos se consideraba trifulcas de matrimonio. El marido era un jornalero del campo donde echaba su jornada de sol a sol cuando no estaba en la taberna dándole al vino rancio de barril.

Un día llegó tan borracho que se le fue totalmente la cabeza, y aunque apenas se sostenía de pie empezó a pegarle a la mujer.

Esta cogió un palo y se defendió de aquel león enfurecido y amargado, pero el borracho enseguida se dirigió a la humilde habitación donde duermen sus hijos y empezó a pegarles con los nudillos en las cocorotas mientras la mujer le pegaba con el palo defendiéndolos de la grave agresión.

Los vecinos se agolpaban a la puerta de aquel hogar abierto de par en par sin atreverse a entrar escuchando dentro gritos, llantos y porrazos.

Finalmente algunos hombres y mujeres entraron en aquella habitación y vieron a Juan enfurecido pisoteando a su mujer. Sus dos hijas agarradas a su espalda le pegaban y el hijo intentaba sacar a su madre de debajo de las piernas de su padre. La más pequeña lloraba desesperada muy asustada.

Al ver a los intrusos Juan se enfureció más y gritó a todos que saliesen de su casa. Los niños soltaron a su padre y se refugiaron tras los vecinos. Algunos hombres rodearon a Juan intentando calmarle y las mujeres consiguieron sacar a su mujer de debajo de sus piernas.

Perder a su presa lo trastornó y empezó a propinar puñetazos a los hombres que sorprendidos empezaron a defenderse de los golpes del borracho, y Juan recibió un golpe directo que lo tumbó en el suelo.

Empapado en sudor, aparentemente derrotado, Juan gritaba a todos los vecinos que se fueran de su casa, les escupía y los mandaba a la mierda a meterse en sus asuntos.

Llegó la Guardia Civil con sus tricornios negros pidiendo paso entre el gentío hasta llegar a Juan, que echado sobre el suelo apoyado en la pared, arremetió contra los guardias violentamente llamándolos de todo menos bonitos como un demonio, escupiendo para que se fueran de su casa a la puta mierda.

Incluso intentó morderlos en las piernas ya que no tenía fuerzas para levantarse ni dar puñetazos, y fue cuando recibió un golpe con la culata del subfusil en toda la cara que lo dejó soñando.

Lo cogieron entre varios guardias a una orden del sargento y lo sacaron a la calle donde esperaba el coche patrulla Renault 4. 

Lo esposaron por si se despertaba durante el trayecto. Lo metieron dentro ayudados por los vecinos que tiraban del gigante por la otra puerta arrastrándolo hacia dentro, y se lo llevaron.

Enseguida llegó un coche Seat 1500 de la Cruz Roja para atender a los heridos, mujer e hijos de Juan y algunos vecinos que habían recibido golpes intentando proteger a la familia.

Juan pasó varias semanas en un calabozo hasta que lo soltaron. Entró andando por la calleja de su barrio como un santón observado por los vecinos hasta entrar en su casa.

Seguido por la mirada de su esposa, sin dirigirle la palabra, fue directamente a la habitación del matrimonio, se desnudó y se echó en la cama a dormir para volver a su trabajo en el campo a primeras horas del amanecer.


Juan, el borracho con los sesos quemados por el vino rancio


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miércoles, 12 de noviembre de 2025

Gran sonido ensordecedor, poema sin alma

 Gran sonido ensordecedor

que me llena los oídos

y no dice nada.


Infinita es la vida

aún la muerte siempre presente,

porque en el camino

más allá de la esperanza

el espíritu prevalece

verdadero y fuerte.


¿Quieres vivir?.

¡Vivencias te deseo!.

A ti que te crees mucho

y no eres nadie,

sino uno más entre nosotros.


Sublime coexistencia

del ser, del querer o no,

y solo al fin

bulle tu pensamiento

y balbucea palabras

antes de perecer.


Tiene que ser lo que

cada uno quiere ser,

en una sociedad

en la que personas

que no se conocen a sí mismas

impiden que otros sean

lo que quieren ser.


Sin piedad en la vida

es el lema de unos pocos,

y los impíos serán

los convidados de la gloria

como los desheredados del poder.




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martes, 11 de noviembre de 2025

Benito, el trabajador eventual de un pueblo de la montaña del Pirineo

Soy Benito y os quiero contar que llevaba varios años viviendo en una habitación de una gran casa familiar, La Casona.

Soy un trabajador eventual cuya eventualidad se me extendió por varios años porque me consideraban un gran trabajador.

Esto me procuraba seguir trabajando y que cuando terminaba un trabajo me salía en otro en otro sitio.
Cada cierto tiempo me tomaba una semana de vacaciones para renovar las ganas de trabajar y viajaba más de mil kilómetros para pasar unos días viendo a mis padres.

Alquilaba un coche por una semana y me iba recorriendo todo el país. Había vivido durante mi temprana juventud en otros lugares antes que donde vivía actualmente. Aprovechaba para visitat personas que conocía desde entonces y cuya amistad estimaba.

Los días de descanso en el trabajo con puentes festivos tal vez me iba del pueblo. Cogía el autobús a la capital de la comarca o a la gran ciudad y me hospedaba en algún hotel por varios días.

A veces, la señora de la Casona me invitaba a comer con toda la familia. Yo que soy un solitario desde joven y tengo treinta años, pasaba de las rencillas existentes en la familia de la señora, evitaba los roces familiares mudi y callado sin entrometerme.

Siempre he huído de estos asuntos porque los he vivido muy fuertes y graves. Seguía siendo soltero y sin compromiso por la misma cuestión, para ir donde yo quisiera sin dar cuentas a nadie.

Un día estaba en la capital de la comarca y me encontré con la hija de la prima de la dueña de La Casona, una joven que creo que terminaba su último año en el instituto antes de acceder a la universidad.

Como éramos amigos invité a Lola a un café y hablamos un buen rato de cosas sencillas y banales. Ella estaba en su hora de descanso del instituto y me contó que estaba en el último año y que en la universidad estudiaría farmacia.

Yo estaba de compras de pocas cosas necesarias y coger el único autobús al día que había por entonces que salía por la tarde para volver al pueblo.

Lola dejó claro que pensaba estudiar farmacia en la universidad una vez terminado el instituto.
Tuvimos una conversación de apenas media hora que me contó que por la tarde cogería el autobús para ir a su pueblo. Sus padres solo iban al pueblo de la montaña cuando las obligaciones del pueblo donde vivían se lo permitían.

Tenían una casa propia varias calles alejadas de La Casona y era la madre la que tenía sus orígenes en el pueblo de la montaña.

La familia pues está muy repartida por la comarca y más lejos, incluso en Barcelona, porque en un pueblo pequeño sin recursos que repartir excepto la ganadería solo crea emigrantes para recibir inmigrantes temporales.

Un día llegué a La Casona con uno de mis coches alquilados para recoger equipaje y viajar a ver a mis padres, pues mi hogar está a mil trescientos kilómetros de La Casona.

La dueña de la casa estaba en el salón hablando con su prima, la madre de Lola cuando yo me disponía a subir a la primera planta y bajar mi equipaje al coche aparcado en la entrada del edificio.

Entré y las saludé diciéndole a la señora que estaba a punto de irme. La dueña de la casa me hizo sentar con ellas y me relajé un rato oyéndolas hablar.

Me abstraído en mis pensamientos sin percibir que hablaban de mí. No prestaba atención a lo que decían, estaba muy relajado de lo bien que me sentía absorto en los detalles de mi inminente marcha por una semana.

De repente la dueña se alteró por las palabras que acababa de decir Lola a su madre y vi que se me quedaron mirando.

La señora me preguntó si había oído lo que decía Lola. No terminé por enterarme y me lo dijo por enésima vez con las tres mirándome cómo esperando una reacción.

Me preguntó si no me había enterado de lo que le había dicho Lola a su madre. Yo le dije que no. Entonces la señora me lo volvió a repetir que Lola le había dicho a su madre que quería "venirse conmigo de viaje."

Yo, asombrado, no sabía qué decir. Me habían puesto a prueba y tenía que salir de algún modo. Pensé rápido una solución pues la madre de Lola que siempre se había portado de maravilla conmigo, me miraba sin hablar.

Entonces, le dije a Lola que se viniese, que la invitaba. Pero ella gritó "No me deja." Y la madre hizo ademán de pegarle.

La situación no me gustaba nada. Había pasado de estar relajado y abstraído a verme en un dilema provocado supuestamente por la joven Lola.

Pero ocurre una cosa que ellas ignoraban. Yo comencé a viajar muy joven. Con dieciocho años recién cumplidos ya vivía en Benidorm totalmente solo.

Conseguirlo no me resultó gratuito. Me procuró mucho sufrimiento en forma de palizas, que se quedaran con el dinero de los trabajos donde me hacían trabajar o que me sacarán de las discotecas sufriendo fuertes castigos.

También me procuró que los compañeros de trabajo e incluso mi propio hermano, me acosaran para que me despidieran o mi padre lleno de cólera por los motivos que le contaban, me tratara con malos tratos como echarme la olla hirviendo por la cabeza, y no solo un día, sino todos los días durante meses.

Hasta que cogí una maleta, metí lo preciso y necesario y me largué cogiendo un tren a Valencia. Y desde entonces hasta aquel día. Me gané mi libertad tras sufrir en el yugo.

Así que viajar a mi ciudad y a la casa que tenía allí para ver a mis padres, era un acto de acción profundamente espiritual.

Estar tres días repartiendo mi visita entre mis padres por separados era pasar por encima de las heridas que nos separan para tener un encuentro que nos una. 

Después cuatro días, no regresaba al pueblo directamente. Me movía por todo el pais visitando aquellos lugares donde en mi largo viaje en solitario me detuve a reflexionar tanto, que de tanto cavilar dejé de ser un adolescente para convertirme en otra persona con mi propio pensamiento. Y de camino visitaba personas con quienes me unía una larga amistad.

- Si lo que quieres es venirte, te invito. Tráete un poco de dinero, coge ropa y lo que necesites - le dije a Lola.

- Mi madre no me deja!! - me gritó.

Ella dejó pretendía que yo le hiciese el trabajo. O sea quería que me enfrentase a la madre para pedirle que la dejase venir conmigo.

Lo que hice pues me dolió, pero es lo que hay. Le volví a repetir lo que hacía durante el viaje y que si quería venir pues estaba invitada.

De ningún modo iba a pedir a su madre que la dejase venir conmigo. Menos aún sabiendo que las chicas jóvenes siempre andan con el doble rasero y no sería la primera que me quiere meter en líos.

Así que esa experiencia que tengo sobre situaciones se dibujaron como escenas de lo mucho que me costó conseguir que mis padres aceptasen mi libertad y forma de vivir. Costó muchos sudores, peleas, lágrimas, palos, palizas, etcétera.

Y en ese momento una niñata gilipollas pensó que meterme en problemas con alguien que yo estimaba para que luche y me esfuerce por algo que le corresponde a ella.

Miré a la madre de Lola, una buena amiga y 
miré a la señora. Tras una pausa me dirigí a Lola con toda la claridad del mundo.

- Si quieres venirte, vente. Estás invitada. Así que si quieres viajar conmigo, habla con tu madre. Yo voy arriba y bajo al coche. Te espero.

Y abandoné el salón saludando a la señora. Subí a mi habitación a recoger mis cosas y las metí en el maletero del coche.

Volví al salón a despedirme.

- Hola, ya tengo todo en el coche. Te estoy esperando si quieres venir de viaje, sin problemas – le dije a Lola.

Pero ella miró a la madre que no se atrevía a moverse en mi presencia mirando a su hija, y cuando cerraba la puerta Lola grito:

- ¡¡Mi madre no me deja!! - y su madre hizo ademán de pegarle pero ni siquiera la rozó.

Volví a subir a mi habitación y todo estaba en orden. Bajé al coche, arreglé todo, me senté al volante, encendí el motor, y antes de ponerme en marcha toqué el claxon varias veces.

Pero ni Lola ni la madre ni la señora salieron a la puerta a pesar que esperé un momento por si cambiaban de opinión.

Así que me puse en marcha y despacito atravesé los muros del patio de La Casona, giré por la calleja hasta la plaza de la iglesia, y bajé toda la calle hasta el llano para salir del pueblo por la carretera comarcal. Así inicié mi enésimo largo viaje espiritual bien merecido tras varios meses de trabajo.

Una semana después regresé al pueblo renovado con el único objetivo de ponerme a trabajar.
Disfrutar de mis viajes espirituales y visitar a mis padres me equilibraba. Era mi vida y me gustaba con toda mi libertad.

Lo ocurría algunas veces en esos días de comida familiar a los que me invitaban en la Casona, tenía que ver con que estuviera el padre de Lola, un personaje ignorante y arrogante, imbécil y amargado.

No sería la primera vez qu
e tuve que soportar con amargura uno de sus berrinches y problemas de personalidad.

Aceptaba la invitación porque lo normal era que estuviese en su pueblo del llano pero el individuo era un sin vivir.

El energúmeno no entendía cómo podía vivir soltero y sin compromiso. Pretendía enseñarme cómo entender la vida y vivir. No podía soportar que pudiera disfrutar de mi dinero y mi trabajo, que tildaba de verdadera mierda.

 Se escondía tras la máscara un verdadero capullo que liberaba sus tensiones con personas humildes como yo. Un experto en dar berrinches como buen cornudo.

Siempre que podía según quién nos acompañaba, me daba un concierto en Sol Mayor.

Yo me portaba pasando completamente del individuo pero se volvía violento con las palabras hablando en voz muy alta que no era raro que escucharan los vecinos colindantes. En cualquier momento podía darle lo mismo un pronto que un patatús.

- ¿Cómo te ha ido el viaje? - me preguntó.

Su mujer seguramente le contó lo que su hija la víspera. La señora quiso intervenir pero su prima la hizo callar como diciendo que no pasaba nada, que solo estábamos dialogando. El berrinche del cornudo estaba por llegar.

- Habrás pensado en tu futuro ya que el trabajo que tienes es una verdadera mierda - continuó – Además me han contado lo de mi prima de Lleida que conociste paseando por las calles cercanas a la universidad.

Esto es lo que le gusta!. Eeeeehhhh!. Te ligas a mi prima. Te casas con ella y todo queda en familia. Eeeeehhh?? Qué listo eres! - me soltaba el individuo.

Yo esa chica rubia que conocí caminando ni sabía que era una de sus primas. Fue pura casualidad.
- Si te crees lo que dices vas bastante equivocado. Que esa rubia grande y hermosa sea tu prima es pura coincidencia. No la había visto nunca - le respondí.

Me entraron ganas de contarle cómo son los cuernos que le hacen tanta pupa porque ni ahora casado o nunca soltero dejaría de ser un pringado.

A veces se inflaba y parecía estallar. Sus comentarios rozaban lo obsceno.

- No te vayas por donde no. El trabajo que tienes es una verdadera mierda.
Conducir el camión de una cooperativa no pintaba nada.

Comentaba con otros en la mesa.

- Mira el Benito que listo es. No está casado. Vive del cuento. No paga impuestos al Estado.¿Cómo se entiende que un tío soltero pueda irse de viaje cuando le sale los cojones?. Porque no tiene a nadie a quien mantener. Hace falta que lo pongan en su sitio como Dios manda. Es un vividor que tiene una paga del Estado y aquí le damos trabajos de mierda.

Por supuesto no aceptaría ningún trabajo de este individuo.

La señora le volvió a regañar seriamente y lo distrajo para permitir que me fuera. El hombre echaba pestes por la boca. Eran las palabras de un verdadero imbécil, amargado y sádico.

En los siguientes años no volví a ver nunca más a Lola. Ni siquiera subía al pueblo. Su padre sigue siendo un energúmeno.

Un día decidí irme rechazando trabajos mejores. Necesitaba un año sabático.


Benito, el trabajador eventual que vivía en un pueblo en una habitación de alquiler


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Sancho, el escritor de best seller más vendido del mundo

 Sancho era el escritor más vendido del momento, el que más compraban las mujeres, el más celebrado por sus historias con tintes feministas que abogaban por la libertad e independencia femenina.

En sus libros sus protagonistas eran mujeres talentosas e independientes de éxito en su vida laboral y personal que comenzaban siendo unas simples fregonas en trabajos de servicios domésticos que se convertían en emprendedoras con muchos sacrificios y alcanzaban lo máximo siendo empresarias dueñas de su propia empresa cualquiera que fuera el objetivo de su inversión.

Sin embargo, Sancho tenía una vida oculta cuando se iba de vacaciones a un país asiático donde se le perdía el rastro. No hubo pocas veces que algún periodista avispado le preguntara dónde pasaba sus vacaciones, y la respuesta siempre venía a ser la misma: en una pequeña isla exclusiva paradisíaca que es un hotel de lujo a la que solo podían acceder los clientes ya registrados y abonados los costos del servicio.

Lo cierto es que nunca dijo qué isla era, y esto contribuía al misterio y el interés de sus lectores, en su mayoría mujeres, al culto por la fascinante vida del aclamado escritor.

En el contenido de sus libros, las mujeres eran pobres, casadas por embarazos no deseados o contra su voluntad por fuerzas mayores, pero sobretodo casadas con tipos violentos de los que sufrían abusos y palizas, maridos que o eran borrachos o drogadictos o las dos cosas, y que las molían a palos.

La segunda parte de sus historias es cuando las mujeres se independizan, se divorcian se separan o mandan a su marido al carajo. A partir de ahí empiezan a emprender, siempre con más o menos éxito pero con éxito al fin hasta el punto de ser dueña de una empresa con cientos de empleados felices de su jefa. Mujeres de éxito en definitiva, independientes en sexualidad, divorciadas, separadas y viudas increíblemente atractivas.

Sancho reconoció más de una vez que no mantenía relaciones con mujeres casadas en la vida real y que sus preferencias eran las viudas, divorciadas o mujeres sin compromiso e independientes. Toda una declaración de intenciones.

Un periodista de investigación conocido por el nombre Juancho, se propuso conocer lo que escondía el famoso escritor sospechando que dedicaba sus vacaciones a lo más obsceno que se dedicaban muchos ricos y famosos que se había sabido en los últimos años con respecto de pasar las vacaciones en países asiáticos.

Para ello, Juancho preparó una serie de detalles que le ayudarían a seguir a Sancho en sus vacaciones al otro lado del mundo. Contaba con una serie de ayudantes que eran colegas que trabajaban en esos lejanos países.

Cada uno cogería un vuelo a según qué países podría ir el escritor en sus vacaciones en caso de que no averiguasen el destino original de aquel viaje.

Pero pronto dio resultado. El escritor cogió un avión a Estambul para hacer su primera escala. Allí esperó durante un mínimo de cinco horas hasta que apareció un individuo alto y rubio que después supieron que era Helmut, un magnate alemán de revistas glamurosas sobre la alta sociedad europea.

Un par de horas después tenían sus billetes para viajar a Bangkok y accedieron al Gare tras validar los billetes y Juancho con su acompañante también. Habían acertado al elegir Bangkok pero una vez allí la cosa se iba a complicar.

Una vez en Bangkok el viaje continuó por la ciudad hasta que salieron de ella sin que Sancho y Helmut detectaran que eran seguidos.

Suchart, el acompañante tailandés de Juancho, había perdido su trabajo como vigilante de seguridad con la crisis económica en un edificio de oficinas en Bangkok, había tenido la mala suerte de toparse con un broker, que es como llaman a los agentes que venden a personas en las nutridas redes de tráfico, que le ofreció un trabajo como vigilante sin saber de qué se trataba.

Lo que supuestamente iba a custodiar resultó flotar en el agua y las tareas que le encargaron resultaron ser lo más duro que había vivido. Aún tiene sus dedos quebrados por las heridas producidas de tirar de las redes de pesca.

No existen cifras precisas, pero se calcula que miles de personas son víctimas de las redes de venta de personas o de la esclavitud y él fue una víctima sin saberlo, pues su país es tránsito y destino de hombres, mujeres y niños sometidos a trabajos forzados y tráfico sexual.

Suchart tenía ya claro dónde iban esos dos y no necesitó seguirlos de cerca con el peligro de ser descubiertos y que se esfumaran. Así se lo dijo a Juancho, "No necesario seguirlos de cerca, no necesario. Ya saber dónde van."

Y hizo que el taxi diese media vuelta para ir a un hotel cercano. Dijo a Juancho "Nosotros descansar en hotel y ir a encontrarlos mañana". Y Juancho aceptó.

En Tailandia se vive sin muchos tapujos del turismo sexual y Bangkok no es un excepción. En la ciudad se encuentra la famosa calle Soi Cowboy, una de las zonas rojas de la ciudad dedicada exclusivamente al ocio nocturno donde los turistas buscan dar rienda suelta a los sueños húmedos con una buen revolcón entre las sabanas.

Al día siguiente por la noche Suchart trajo a Juancho a una esquina en particular de la calle Soi Cowboy y esperaron pacientes más de una hora hasta que vieron llegar a Sancho y Helmut. Los dejaron pasar sin ser vistos y los siguieron de cerca un buen rato hasta que en la puerta de un club los vieron preguntar a un individuo por alguien. Al rato los dejaron pasar por un callejón controlado por dicho individuo y otros dos.

Salieron al rato largo y esperaron allí mismo la llegada de un automóvil cuyo conductor llevaba a tres pasajeras. Sancho y Helmut subieron al coche y por suerte no lo perdieron de vista porque había mucha gente y el coche marchaba lento, lo que les permitió encontrarse con un taxi libre y se subieron a él.

Tras un rato por la ciudad siguiendo al coche sin despertar sospechas. Llegaron a un muelle con yates de alquiler para una travesía de lujo privada por el río Chao Phraya. Salieron del coche las tres mujeres y el conductor, que seguramente era el proxeneta que las guardaba, y subieron a un yate a punto de zarpar.

Cuando la embarcación zarpó se apresuraron en subir a aquel muelle y alquilar rápidamente una barca tradicional tailandesa para seguirlos y lo consiguieron aunque el individuo que lo conducía se mostró lento y demasiado tranquilo.

Tras más de una hora de recorrido por el río el yate se detuvo y echó anclas lejos del bullicio de Bangkok. Suchart le dijo al barquero que fuese más lento y que no hiciese ruido. Tardaron veinte minutos en acercarse lo suficiente al yate para oír los gritos y los llantos de las mujeres.

Juancho vio que el conductor proxeneta del automóvil se encontraba a babor fumando sin meterse en lo que acontecía en el interior y mandó ir por estribor sin hacer ruido acercándose poco a poco al yate donde se oían golpes y gritos terribles de las mujeres y la rabia de los hombres.

Pronto alcanzaron el yate y subieron y Juancho se quedó paralizado. El conductor proxeneta los vio pero volvió su rostro hacia babor como si no hubiese visto nada y continuó fumando como si tal cosa. Suchart empujó la puerta para abrirla pero estaba cerrada por dentro, así que sacó su machete, lo metió entre las dos puertas con fuerza y lo movió para arriba abriéndolas.

El espectáculo era dantesco y Juancho comenzó a hacer fotos de aquellos dos degenerados con todo tipo de artilugios dando una paliza a tres muchachas, jóvenes que lo mismo no tenían quince años, contratadas para satisfacer sus deseos de lujuria sexual, mujeres niñas en manos de una trata de blancas que ignoraban lo que les iba a pasar en aquel yate.

Sancho se quedó paralizado pero Helmut corrió hacia Juancho para agredirle e impedir que siguiera haciendo fotos. Pero Suchart hizo que desviara la atención hacia él y cuando Helmut se le acercó, Suchart apuntó para arriba y lanzó una bengala de auxilio que se elevó en la oscuridad de la noche iluminando la situación del yate por muchos kilómetros a la redonda, lo que quiere decir que en pocos minutos estarían rodeados por las patrulleras de la policía que enseguida empezaron a brillar a lo lejos surcando la distancia a toda velocidad.

Juancho, llorando, siguió haciendo fotos de la sangre por todo el yate y del rostro de las niñas mientras Suchart y el barquero les quitaban las amarras de las manos y de los pies. Las recogían del suelo y las acomodaban en el yate llenas de heridas e inflaciones por todo el cuerpo.

El conductor proxeneta del coche miró el espectáculo desde cubierta y no entró. Apoyó su cuerpo en la baranda de babor y se encendió otro cigarro.

Sancho, el escritor de best seller más vendido del mundo con una vida oculta más oscura que el negro de sus libros


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lunes, 10 de noviembre de 2025

Los amigos más estúpidos de la playa de Maro

 Nunca me reprocho nada de lo que he vivido. 

Las circunstancias que han podido conmigo, las he dejado correr

Y las vivencias que he podido controlar, las he tirado a la basura con rapidez.

En Maro he vivido muchas cosas buenas que merecen ser contadas. 

En Nerja he vivido cosas fascinantes que algún día escribiré.

Te hablaré de ciertas personas que se cruzaron conmigo a lo largo de mi vida, para involucrarme en situaciones retrógradas.

Hubo una época, que siempre me encontraba con el mismo par de amigos.

Para mí personalmente, son parte de ese grupo de personas que me podían involucrar en problemas.

Son especímenes amargados que, a duras penas se comerían una almeja.

Ni queriendo ni sin querer, eran fumetas de pasarse el santo día con un porro en la mano.

Eran hijos de buenas familias del centro de Málaga. Los conocí en la playa durante mis largos veranos.

Se emborrachan fumando porros, y me sorprendían saber que trabajaban en instituciones administrativas.

Hubo temporadas que me los encontraba en cualquier parte de la ciudad, como si supieran dónde iba a estar en ese momento.

Y toda vez rompieron lo que yo tenía proyectado para ese fin de semana. 

Era como si alguien los enviara para estropear lo que tenía pensado hacer en solitario.

Cuando me cruzaba con ellos, las cosas no salían bien, ni siquiera mis cortejos a alguna chica guapa que acababa de conocer.

Hacían añicos mis conversaciones haciendo que perdiera oportunidades.

Querían hacerme creer, que no era un chico bello con un cuerpo espléndido.

Cuando me los encontraba por Málaga, me convencían para ir a Maro a ligar.

Eran simpáticos, enrollados, y en la época que se podía acampar en la playa, compartimos de todo.

Uno de ellos, se relacionó con una mujer viuda que tenía tres hijos y entró a trabajar en Correos.

Aquello lo cambió, y el colega llegó a tener una larga crisis existencial.

El otro amigo, también se enganchó a una relación. 

Se hizo vigilante forestal y fue enviado a una sierra granadina.

Estuve largos años largos sin encontrármelo.

Cuando regresó, encontré a un hombre mentalmente desequilibrado. 

Nunca volvió el hombre amable que conocí. ¡Ya no existía!.

Lo veía reírse totalmente descolocado. Fumaba como un tren expreso un porro tras otro.

El día que quedamos, fuimos a Nerja y a  Maro, y vuelta a Nerja, siempre con el coche envuelto en humo.

Yo esperaba tener tiempo para enrollarme con algunas bañistas en la playa. 

Pero ellos no estaban por la labor. 

Cuanto más pensaba que conoceríamos a un grupo de chicas para invitarlas a los bares y la discoteca en Nerja, viéndolos fumar sin parar, sin quedarnos en un sitio fijo, más se derrumbaba nuestra amistad.

Hacía años que no me habían pegado una paliza semejante. 

Estuvieron todo el trayecto de ida y vuelta sin dejar de fumar y el coche lleno de humo.

Respiraba humo a pesar de tener las ventanas del coche abiertas de par en par.

Me amargaron el día con una película de terror. El horror que sentí me dejó tocado.

Normal que por causas como esta, mi naturaleza sea la de una persona solitaria e independiente. 

Los fumetas viven en contra de mi naturaleza. Más aún siendo un inquieto deportista.

Tengo muy malos recuerdos de mi pasado, de cuando fui un fumeta. 

Sufrí igualmente la desidia de muchos amigos que también eran fumetas. 

Me di cuenta que era una persona diferente. 

Fumeta o no, todos me cerraban las puertas.

No tuve amigos con los que valorar una amistad. 

No soy aburrido ni un amargado, pero todos cambian cuando cuando se unen en compromiso.

En cuanto tienen una relación se huelen los calzoncillos y las bragas.

Empiezan a trabajar y se sienten diferentes. No dejan sitio al extraño.

Fuimos amigos durante décadas hasta que se casaron.

Y ya no tuvieron tiempo para los amigos. 

Sus amigos eran los amigos de su mujer.

Casualidad no es.

Supuse que alguien los mandó a amargarme la vida. 

No hubo quedada la próxima vez. 

Les dije lo que pensaba, los cuadré y los mandé a la mierda.

Nunca me los he vuelto encontrar por Málaga, ni siquiera en los crudos inviernos.

Tampoco me los iba a encontrar ascendiendo montañas. 

Ni en los Pirineos nevados, ni en los Alpes franceses, ni en la Sierra de la Estrella portuguesa.

De hecho nunca me los encontré más. ¡Qué raro!.

No gastaría mi dinero en invitarlos en un bar.

Prefería ahorrar para largarme bien lejos de casa, subir montañas y cruzar macizos montañosos yo solo.

Pasaba los largos meses invernales de viaje para volver con la primavera a la playa de Maro.

A plantar mi tienda todo el verano.

En cuanto me rodeaba algún tipo de fumetas, abandonaba el grupo. 

Y años después, volvía para acampar en el cortijo de mi gran amigo Paco.

Esos amigos que me decían "¡Vamos a Maro a ligar!", fueron mi pesadilla.

Yo era un bribón vividor que odiaba el olor de los porros. 

Prefería ser un bribón de playa antes que aguantar el olor de los fumetas. 

Los odio con toda mi alma. 

Aún más siendo un bribón de éxito.

Las agendas donde escribía mis poemas siempre estaban cargadas de nombres femeninos, teléfonos y direcciones que me dieron mis amantes. 

Agendas y calendarios se llenaron convertidos en libros de literatura y datos personales de mujeres preciosas, a las que escribía cartas llenas de poemas. 

Fui bribón de playa en Bernalmádena Costa con dieciséis años, a mitad de los años setenta mientras trabajaba de pinche en el hotel Rubens. 

Las hermosas playas del Arroyo de la Miel, la zona de los Maite, el castillo Bil bil, los bares disco de la playa de Santa Ana, la discoteca del hotel Balmoral y la de Los Patos. Nadie me pudo parar.

Y años más tarde en las playas de Maro y Nerja, en el desaparecido camping de Salobreña y en toda la costa hasta Almería, y a mediados de los años 90 me inicié en el atletismo.

Mis amores fueron amores de verdad con sabores de dulce locura.

Respondí con rabia a energúmenas que sin ninguna relación, buscaron meter sus faldas para adueñarse de mi vida.

Cuando iba a algún lado, siempre encuentraba mujeres sin hacienda, con malas intenciones. 

A veces, cuando lo comento con algún vecino, la respuesta que percibo es de individuos que no mandan en sus casas. 

Las mismas características que los fumetas. 

Vivieron una vida de solteros amargada, y cuando entraron en una relación, sufrieron la panacea mental de sentirse auténticos iluminados. 

Es obvio ver quién decide vivir en una jaula. Uno de mis vecinos, cuando me lo encuentro yendo al supermercado, casi siempre me cuenta que se quiere independizar de su mujer. 

Es evidente como trona el aburrimiento en las cabezas. La misma historieta que los fumetas cuando me invitan a Maro con intención de ligar.

El horror se dibuja en mi rostro durante horas en la playa, sin tiempo suficiente para entablar amistad con algún grupo de chicas guapas, observando los colocones.

Dejé de fumar a la edad de veinticinco años por un colapso que sufrí tras ascender una montaña en Asturias. 

Lo que sufrí me cambió, y durante meses el odio contra la gente que fuma, fue creciendo exponencialmente, en la misma proporción que los monos que me daban.

Obligado a soportar los olores de los porros estallé. 

"Me llamáis para ligar, gasto mi dinero en bebidas y lo único que hacéis es fumar porros. Cada vez que tenemos una oportunidad de conversación con chicas cambiamos de playa. Me quité a los veinticinco años de fumar. Contad que ya no volveré a ir con vosotros a ningún sitio." 

Es bueno decir adiós a esos individuos tóxicos que tienen compromisos y van por la vida dando lecciones.

Nunca volví a ir con ninguno. Cuando me los encontré, siempre les di largas.




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