Puede decirse, que prácticamente me eduqué en las playas de Maro.
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domingo, 9 de noviembre de 2025
La leyenda de la playa de Maro
sábado, 8 de noviembre de 2025
El restaurante Cueva Sol de José Muñoz en Maro
Hay dos partes de mi vida que me resultan espectaculares.
La primera es siendo un chaval muy calladito que evitaba conversaciones fuera de todo, y estallaba peligrosamente como un viento huracanado, defendiéndome con desagradable actitud silenciosa.
viernes, 7 de noviembre de 2025
Pink Floyd: El alma de la música experimental en evolución
La flor que amando se marchita
Yo llevaba muchos décadas de acampada en aquel pueblo de la costa.
Soy un chico moreno, guapo y encantador, que enamora a las chicas guapas con unos ojos castaños preciosos.
Del pueblo a la gran ciudad hay unos sesenta kilómetros. El autobús de línea los cubre en hora y media con un montón de paradas.
Así era el largo recorrido por la antigua carretera nacional 340. Por entonces no había autovía.
La chica enamorada se llamaba Flor y estudiaba en la capital para convertirse en letrada. O sea una abogada.
Conocía mi trayecto habitual por Málaga y se dejaba coincidir muchas veces por la calle con la intención de atraer mi atención.
Pero yo llevaba una vida muy intensa conociendo a mucha gente, que no me permitía pararme a pensar en ella.
Flor, como muchas mujercitas, le importaba un pimiento los conceptos que un chico pudiera tener, apenas teníamos veinte años.
Conforme pasó el tiempo, Flor creyó que yo la rechazaba. Pero lo cierto, es que ella no sabía ofrecerme un vínculo para tenerla en cuenta.
Flor era una de esas chicas que creen, que yo la iba a seguir por su cara bonita, como un bobo tieso que no se come una rosca ni ha probado nunca una almeja.
Supongo que su idea no era tener una conexión muy natural. Algo así como los dos teniendo sexo.
Recatada al extremo nunca conectó conmigo por el qué dirán en su pueblo.
Así que con el tiempo la fui olvidando y no la volví a ver hasta pasados algunos años.
Era la novia de un guardia civil recientemente entrado en el cuerpo.
Cuando nos reencontramos en el pueblo, yo la traté como la simple amiga que era, una amistad de años atrás sin más.
Los Pinos era un bar disco con música para bailar hasta altas horas de la madrugada.
Estaba en una calle trasera de la calle principal de Maro.
Por las noches, tras un largo paseo itinerante por otros bares del pueblo, pasaba por Los Pinos y la veía sola o con amigos.
Sentada en la mesa de la terraza yo la saludaba con alegría como chica guapa que era.
Varias veces se me quedaba mirando el individuo que salía con ella, el guardia civil.
Un día que yo entraba en Los Pinos el gilipollas se levantó de la mesa y no me dejó saludar a Flor antes de entrar.
Me dijo que nunca más volviese a saludar ni dirigirle la palabra a su novia.
El individuo, a pesar de tener la misma altura que yo, se le veía muy crecidito y cierto rebufo de buen cornudo además de tener una personalidad mediocre.
Yo miraba los ojos del gilipollas que no dejaba de pestañear.
No soy una persona que quiera herir los sentimientos de otra, y menos si formaba parte de los habitantes del pueblo que me acogía.
Desconocía si el tipejo era familiar de alguien en el pueblo.
Le respondí que saludaba a Flor porque era una amiga.
Miré a la chica pero ella tenía la cabeza agachada y no me miraba.
Me di cuenta que era una puesta en escena. Podía haberle dicho una mentira al individuo.
Permanecía con la cabeza baja sentada sobre su silla de espaldas a nosotros sin volverse siquiera.
Presentí que algo raro manipulaba la mamarracha.
El individuo me espetó que no quería que volviese a saludar a su novia nunca más.
Le di que estaba de acuerdo y no la saludaría nunca más.
Miré a las parejas del pueblo, conocidos que estaban sentados con ellos en la misma mesa, con los ceños fruncidos.
Frente a la actitud de los hipócritas entré dentro del bar.
Pero como último recurso, le dije al energúmeno, que "si no quiere que la salude que me lo diga ella misma."
El individuo se puso en guardia y me interpeló. Me contestó con un "ya te lo digo yo, que soy guardia civil y soy su novio."
Ridículo total. Me reí en su cara. Me reafirmé ante el machista medio hombre que no la volvería a saludar.
El individuo se sentó y entré en el bar a tomarme unas copas. Desde entonces nunca más la volví a saludar.
Un día me encontré en Málaga con unos amigos y decidimos ir a Maro donde bebimos y disfrutamos de la playa.
A uno de mis amigos se le ocurrió pasar por Nerja. Dejamos el coche en un aparcamiento y recorrimos las calles hasta el Balcón de Europa.
Tras un rato grande en el mirador contemplando el paisaje, bajamos a la caleta de Calahonda justo debajo del Balcón.
Nos quitamos los pantalones y la camiseta para quedarnos en bañador, y me di cuenta que tenía justo al lado a Flor y al medio hombre, con una pareja de amigos.
Flor, con el rostro pétreo de quien no vive o está muerta en vida, no desvió su mirada ni un solo momento de mí.
Ni siquiera participaba de la verborrea que tenía su marido.
Me miraba de una forma que no iba a olvidar nunca. Tampoco olvidaré jamás la afrenta de aquella noche.
Aquel día yo tenía el cabello tan largo como el de una mujer. Me lo había dejado crecer durante años.
Cuando me bañaba con los amigos, escondía mi rostro tras el pelo mojado que me cubría por completo la cara.
Entre los huecos yo observaba a Flor y la individua seguía mirándome pétrea sin descansar ni un minuto, ajena a la verborrea de su cónyuge con la pareja que les acompañaba.
Mis amigos y yo jugábamos en la playa justo al lado de ellos, y tuve la maldad de hacerle a Flor una exhibición de mis atractivos personales, sin que mis amigos o el marido de ella se dieran cuenta.
Ella me miraba sin mostrar la menor desvergüenza. Y el marido no le prestaba ni la más mínima atención, seguía con su charla con la otra pareja.
Una hora después nos íbamos y me dejé observar por Flor en apenas medio metro, vistiéndome.
La miraba de ella era hermosa, de ojos celestes que deseaban mi cuerpo.
Y en la despedida la miré por última vez mientras permanecía al lado de su marido impasible en la charla con la otra pareja.
Me alejé sabiendo que esa chica me amaba.
Con lo que acababa de pasar degusté mi venganza por el trato recibido aquella lejana noche en el bar Los Pinos.
Pasarán un montón de años y cualquier día volveré a ver a la infeliz Flor.
jueves, 6 de noviembre de 2025
Cuando seamos mayores, poema extraordinario sobre la vida
No solo son nuestros juegos
lo que ve mi mirada,
no son solo nostalgias
lo que siento al recordarlas,
no es sino la vida que aún así,
no retorna ni se apaga.
No hay sólo ecos
ante la contemplación
de una mañana,
ni faltan alegrías
para la melancolía
de un atardecer,
al tambalearse la memoria
de lo que quisimos
y no podemos ser.
miércoles, 5 de noviembre de 2025
Mi llegada a la Plaza de Bailén de Málaga
En los años más confusos de mi temprana juventud, tras un larguísimo viaje de huida y retorno, volví a Málaga para vivir con mi querida madre, en el entorno de la Plaza de Bailén y la Avenida de Barcelona.
Mi primera peripecia viajera fue terrorífica, con muchas noches viviendo en soledad en cualquier arboleda o descampado, caminando a pie dolorido por las ampollas y la falta de experiencias, cuyas frustraciones me hacían reír como si de un patoso payaso se tratara.
Nunca sentí miedo de la noche, ni durmiendo durante días entre los árboles de un bosque, sin nada que comer, solo agua para calmar la sed, con la única compañía de las estrellas, el silencio y los animales del bosque.
Salí de Ibiza y durante meses recorrí más de setecientos kilómetros caminando, sin rumbo fijo, sin saber qué hacer, recién cumplidos los dieciocho años, que fue cuando salí al mundo para evitar que nadie pudiera ejercer ningún derecho sobre mí.
Dejé que mi madre fuera la única que me siguiera los pasos, pero solo a veces.
Solo a veces porque la mayoría del tiempo que estuve fuera, no llamaba al teléfono de la clínica donde ella trabajaba en la avenida de Barcelona. Sin contacto con nadie más.
Mi mochila se la había comprado a mi amigo y compañero de la OJE, Capote, por mil pesetas. Me regaló la tienda de campaña, que estaba rota, pero a mí, me sirvió igual.
Eran tiempos terribles que no me importaba nada, tan solo sentía una fuerza inmensa de la naturaleza que me llamaba a todas horas.
Las veces que tuve dinero para coger un tren o un autobús, fueron viajes bien largos, en los que me quedaba mirando perplejo los paisajes, como cuando era niño y recorría con mi bicicleta grandes distancias por el entorno de mi ciudad natal.
La plaza de Bailén no fue el entorno de mis primeros amores, pero sí de los segundos amores, que despertaron en mí, la necesidad de una doble capa de protección.
Eran tiempos en los que buscaba una compañera para viajar, que nunca se dio y por eso jamás me dejé arrastrar hacia los compromisos.
En la plaza de Bailén conocí a mis primeros amigos con un gran radio cassette donde escuchaba la música de The Wall "El Muro" de Pink Floyd, sonando a toda pastilla hasta fundir las pilas.
martes, 4 de noviembre de 2025
Elo, la enchufada heredera de la RENFE
La llamaban Elo, y su único objetivo en la vida fue tener un trabajo fijo en el ferrocarril.
Su padre heredó de su padre, y ella heredó de su padre también, de la misma forma que heredó su hermano mayor y otro hermano de los siete que tenía.
El padre llegó a ser jefe de estación y pretendía que su hija favorita llegara algún día a serlo, y su hijo mayor llevaba años trabajando de maquinista.
La conocí en un concierto en la plaza toros porque sin conocerme me empezó a besar, simplemente porque me tenía al lado, que fue donde ella miró.
Decidimos salir juntos y no hubo día que pasáramos por mi casa ardientes de deseo, pasando las horas desnudos en mi cama, dando rienda suelta a nuestros placeres.
Así transcurrieron tres o cuatro meses, cada día apagando nuestros ardores y deseos sexuales.
Hasta que un día cambió y empezó a crear problemas en nuestra relación.
Me pidió que la esperara durante unos meses y yo no pude hacer otra cosa que aceptar y la dejé ir.
Los dos tenían veinte años y toda una vida por delante. Al principio sonreía porque no tendría que quedar con ella pero pronto la eché en falta.
Un día fui a su casa y la madre me dijo que no estaba.
Se reía y me ninguneó con tonterías.
Esto me provocó una serie de preguntas cuyas respuestas eran obvias de puro incomprensibles.
Me pregunté por qué no me trataban tan bien como yo la había tratado a ella.
Un día de navidad fui a su casa y antes de subir llamé al telefonillo y me contestó su padre con un insulto.
El insulto acabó conmigo en la puerta de su casa siendo detenido por la policía.
Dejé de ir a su casa y un día que iba al cine y me crucé con ella yendo con otro hombre.
Ella me miró y agarró fuerte la mano de su amante.
No me detuve y seguí caminando hacia el cine.
Era obvio y fui uniendo cabos poco a poco. Aquel "espérame unos meses" duraba ya un año.
Fui creando un patrón de comportamiento de la actitud de ella.
Un día me la volví a encontrar y me sonrió muy amablemente.
Pensó que me tenía hipnotizado con su sonrisa, pero ella ignoraba que su magnetismo estaba muy deteriorado.
Vi claramente dónde me quería llevar y aguanté el tirón que ella quería ejercer sobre mí.
Pronto vio que su influencia era nula, contrarrestada por la enorme rebeldía de mi naturaleza.
Ella se quiso enmendar a través de su magnetismo intentando imponer su voluntad sobre la mía.
Estuvimos paseando, hablando un rato muy largo.
Había pasado más de año y medio y por momentos ella me pidió vivir juntos.
Lo que pasó por mi cabeza fue un torbellino con los momentos amargos que me había hecho pasar.
La energúmena que tenía enfrente me puso a prueba.
Empecé a darle cachetes en la cara cuando la chica lista esperaba un sí.
Se sorprendió del contundente no con que la había obsequiado, y se puso a llorar.
Los cachetes no que le daba no eran fuertes ni dejaban marcas, pero ella se puso a llorar.
Año y medio después me estaba vengando por haberme dicho "espérame unos meses" mientras ella salía con otros hombres.
Pensaba que su magnetismo duraría para siempre y ahora la mierdecilla era la que lloraba.
No sabía si lloraba por haberme perdido o por los cachetes que le estaba dando.
Aquella noche no pude dormir. Estaba rompiendo el yugo de su magnetismo.
Me había demostrado a mí mismo que su influencia era residual, y decidí ir a buscarla a su trabajo a la mañana siguiente para seguir rompiendo.
Allí me salió el caballeroso señor que salta en todas las historias paqueteras.
El individuo se entrometió en los restos que quedaba entre ella y yo.
Saltó la valla que nos separaba, le dije que se metiera en sus asuntos y su respuesta fue darme de puñetazos.
Me dejé caer al suelo. Me acaban de dar una paliza.
El gentío de mozos y mozas al otro lado de la valla se sintieron decepcionados.
Empezaron a volver a sus quehaceres en el taller central.
Yo sentí que estaba derrotando a todos aquellos mierdas y todo lo que ella me metió en el cuerpo y en la mente.
Un día conocí a una hermosa alemana en la playa, que estudiaba español para su carrera universitaria.
Salí con ella ese fin de semana y cogimos tal borrachera, que recorrimos los siete kilómetros hasta mi casa desviándonos en las esquinas oscuras para desfogarnos.
Era tal el inmenso deseo que sentíamos el uno por el otro, que antes de llegar a mi casa dimos varias veces rienda suelta a nuestro apetito sexual.
Insaciables y jóvenes, con veinticinco años y ella con veintisiete, llegamos a casa y no dormimos en toda la noche.
Por la mañana temprano la acompañé hasta la escuela.
Ella intentaba arreglarse para estar presentable.
Al despedirse nos dimos un largo beso a pesar de que nos veríamos por la tarde.
Regresaba a casa para bañarse y dormir, cuando Elo se cruzó por la calle conmigo.
Yo me negué a mirarla y seguí andando como si no la hubiese visto.
Llegué a mi casa andando, cansado y soñoliento por la larga noche.
Me eché sobre mi colchón sin desvestirme, y me acordé de haber visto a la hija de puta.
Cinco años después de lo nuestro siguió apareciendo cuando menos la esperaba.
Me quedé dormido profundamente.
Semanas después seguía manteniendo la relación con la alemana.
Pronto se volvería a su país. Ese fin de semana fuimos al cine antes de irnos por los bares de movida y acabar la noche en mi casa.
Salimos del cine y la alemana se estaba arreglando el vestido.
En ese momento se puso al lado de ella la hermana menor de Elo. Me miraba.
Hice caso omiso, agarré a la alemana de la cintura y echamos a andar dejando atrás en la acera a la puñetera hermana de Elo.
Esa era la que me dijo "mi hermana está saliendo con otros hombres", como si la cosa no tuviese su importancia.
Ahora yo estoy saliendo con otras mujeres.
Cuando se fue mi alemana, no quise agobiarme por su partida. Me busqué otra alemana, y después otra, y después una inglesa, y después una holandesa.
Y ya por aquel entonces me venían algunas diciendo que "la española cuando besa, besa de verdad".
Estuve escribiendo a mi alemana más de cinco años, hasta que un día decidí coger la mochila y perderme.
Para entonces la alemana se había casado y tenía dos hijos.
Elo había seguido apareciendo, se interponía con su presencia cuando menos lo esperaba.
Así que cuando salí de la ciudad para recorrer el mundo, sabía que Elo no iba a poder seguirme ni aparecerse por ningún sitio tan lejos.
Tras muchos años, volví a casa. Ahora era un corredor de competición. Pasé por Granada donde estuve para correr la media maratón y después del evento saqué un billete para volver a casa y subí al autobús.
Al poco llegó una señora mayor y quiso sentarse en el asiento contiguo al mío.
Me pidió permiso porque no tenía número.
Le expliqué que tenía que sentarse en el asiento que le correspondía según su billete pero ella insistió.
La señora se puso muy pesada y tuve que aguantar el tirón hasta que un hombre accedió a cambiar el sitio.
Me quitó un peso de encima con la susodicha e insistente señora y cuando el autobús se puso en marcha me dormí.
Cuando desperté un mal presentimiento se apoderó de mí.
Miré a la señora mayor y ella me miró sabiendo claramente quién era yo. Se lo vi en los ojos.
Sentí un malestar indescriptible al reconocer a la madre de Elo, la que se burló de mí quince años atrás.
La muy zorra apareció el día que regresaba a casa tras años de mochilero después de correr una media maratón.
¿Qué coño quería de mí molestando con el asunto del billetito y el asiento?.
Ahí estaba, prácticamente a su lado oliendo su perfume y oyendo su respiración.
Con lo grande que es el mundo y siguen tocando los cojones.
lunes, 3 de noviembre de 2025
Paquita, la amiga amargada que me la tenía jurada
Yo estaba en una caseta casi vacía del recinto ferial, sentado en una mesa solo, saboreando un tubo de cerveza fresquita, viendo la actuación de un grupo melódico sobre el escenario.
Estaba muy a gusto pero de repente, aparecieron junto a mi mesa tres amigas, que se alegraron de encontrarme y se sentaron conmigo.
Ella se quedó y se acurrucó conmigo pegándose a mi cuerpo para calentarse.
Así estuvimos hablando mucho rato hasta que nos besamos y no paramos de besarnos por el resto de la madrugada.
Varias horas antes del amanecer cogimos un taxi y ella se vino a mi casa.
Cuando desperté vi a Paquita mirando con sus ojos azules mirando el techo, con la mirada abierta tan gris y opaca como un túnel oscuro.
Yo ya tenía decidido no volver a darle una nueva oportunidad.
Habíamos dormido juntos vestidos, la miré impasible, le abrí la puerta y salió al portal mientras yo cerraba.
El sábado siguiente me encontré con ella, las dos hermanas y otras chicas del grupo con el que salía de marcha los fines de semana.
No pasó nada, pero eso ella eso no lo iba a olvidar, tal vez porque se arrepintió de no dar una continuidad a sus besos tras estar juntos toda la madrugada en la caseta ferial.
Bajita y mandona, Paquita era rencorosa y sabía odiar, a pesar de su carita de ángel con esos ojos azules celestiales.
Tuvo su oportunidad y ahora yo era inalcanzable para ella. La desaprovechó y sabía que le había cerrado esa puerta.
No entendía esa insistencia porque no tenía nada que ver con lo que haya surgido entre los dos.
Vi cómo el fideo larguirucho la invitaba a su casa porque estaba enamorado, y empezó a pegar saltos como un canguro a pique de darse un golpe con las lámparas del techo.
Al belga no le cabía la sonrisa en la cara, y yo sentí alivio porque quería que me dejarán en paz.
Se casaron y se fueron a vivir a Bélgica cerca de los padres y cada cierto tiempo vuelven a Málaga a ver los padres de ella y a los viejos amigos.
Un día que salí con una de mis amantes, una hermosa mujer alemana con la que estaba teniendo una pequeña relación, me encontré con el grupo de chicas en un bar del centro de Málaga.
Yo y el belga volvimos con las bebidas junto a ellas y el resto del grupo, y quise darle un beso a mi compañera, pero esta rehusó mirando a Paquita, que hablaba con su marido, y no se dejó.
Andamos juntos entre el gentío de fin de semana de marcha, la cogí de la mano y subimos a un autobús para ir a la otra parte de la ciudad.
Otro episodio ocurrió un par de años. Coincidí con el matrimonio mi nuevo amor en la terraza de un restaurante con mesas de madera para picnics.
Al rato aparecieron Paquita y el belga de pura casualidad. Aparentaron alegrarse de verme y se sentaron en mi mesa.
Las holandesas, al sentirse señaladas, miraron fijas a Paquita y su marido y Sandra cogió de mi mano para no soltarla.
Entonces reaccioné, solté la mano de la holandesa colocándola junto a su otra mano sobre la mesa, Sandra intentó reaccionar pero la hice callar, y entonces se abrazó a su tía esperando lo peor.
- Aquí - y señalé a la holandesa- tengo la enésima mujer con la que salgo este verano. Salgo con ella porque puedo y tengo cojones para cogerle el culo y lo que haga falta. El año pasado salí con veinte mujeres. ¿Imagina cuántas llevo este año y todavía no ha terminado el verano?.
Paquita soltó a su marido, se enfureció y me chilló:
- ¡No me hables de mujeres, no quiero saber nada!.
Paquita explotó fuera de sí. Empezó a tirarme la comida y la bebida. El marido se asustó para detener la reacción de su mujer.
Cogí las manos de Sandra y se las apreté con ternura infinita. Después me acerqué a sus labios, y aunque estaba sucio de comida y bebida, la besé echándome sobre ella Sandra como para follarla allí mismo.
El dueño les dio a entender a Paquita y su marido que tenían dos opciones:
- Una; paga usted la cuenta del destrozo y se van para no tener que verlos más. Dos; pagan la cuenta y no se van para no verlos más, entonces llamo a la Guardia Civil y les cuento el intento de agresión de la señora aquí presente a mis clientes cuando estaban pasando una agradable velada.
Y callaron pendientes de la reacción de la agresora y su marido.
Paquita estuvo a punto de agredirlos pero fue avisada por segunda vez.
Entonces el marido sacó la tarjeta de crédito para pagar la factura.
Se fueron con la mujer llorando, rabiando por la calle, pegándole a las farolas, a los muros y a las señales de tráfico.
El guardia acabó por no dar importancia, subió al coche y continuó hasta el restaurante, como un aviso de lo que pasaría si no se iban.
Cada día la patrulla solía comer bien antes de continuar su jornada y acudían a su local favorito.
domingo, 2 de noviembre de 2025
El bar del padre de Eduardo en la Plaza de Bailén
Que el padre de nuestro estimado amigo Eduardo de calle Churruca montara un bar en la Plaza de Bailén, nos dejó tocados con una sonrísa permanente que nos llegaba de oreja a oreja.
sábado, 1 de noviembre de 2025
La noruega gilipishi de la universitetet
Cuando dejé a la Toñi con sus ataques arqueológicos neuronales, con el tiempo me pegué a la noruega Camilla, una amiga cuyos padres, actriz y fotógrafo en su país, eran propietarios de un apartamento vacacional.
viernes, 31 de octubre de 2025
El necio alemán de origen turco de la Playa de Maro
Hubo unas temporadas en la playa de Maro que venían a veranear alemanes de origen turco con sus mujeres alemanas.
jueves, 30 de octubre de 2025
Un lindo fin de semana de cabrones
Tengo la mala suerte que cada vez que se pega un individuo con buenas intenciones, tarde o temprano me jode una relación con alguna bella muchacha que pase unos pocos días en el entorno de Maro. Los hay que son de esos que ni joden ni dejan joder y no es culpa mía que se sientan atraidos por mi hermoso magnetismo para cualquier cosa menos para lo que más me gusta a mí.
Tenía de amigo a un alemán que me contaba muchas historietas de estas que cuentan quienes alguna vez en la vida han pasado por prisión. Yo siempre he sido de estas personas que no me meto en la vida de nadie y me da igual lo que les haya ocurrido en su vida mientras no se metan en la mía o intenten transformarla.
Yo podría escribir un montón de libros sobre todo tipo de cabrones, mayormente de hombres casados o con novia, que en el momento que les hice sombra, no brillaron ni solteros, ni con novia ni casados, y la señorita que pretendían me la llevé yo sin muchos problemas.
Los hombres casados que suelen venir a la playa de Maro con amantes que las hacen pasar por su señora es de risa. Querer darme lecciones de estas cosas es como haber construido un cohete para ir a la Luna y tras despegar, aterrizar en la calle Pintada de Nerja creyendo que las guiris que caminan por ella son extraterrestes y Nerja la luna Europa porque el Balcón de Europa está al final de la vía.
Ir con amantes diciendo que es tu mujer es una puta verguenza. Se les tenía que caer la cara derritiéndose como la cera bajo el Sol de la playa de Maro o que algún bicho le coma los güebos en la playa La Caleta para que se les quite las ganas de tontear con las mujeres de otros. Los cabrones consentidos que cuando sus mujeres toman la alternativa les roban la libertad. Porque, ¿a quién le importa con quién me acuesto?. Que tiene que llamar maricones a los que como yo andamos por el mundo con plena libertad sin hacer mal a nadie.
Mira que hay cabrones en el mundo que la noche anterior había hecho el amor hasta dos veces con una linda muchacha suiza. La primera vez lo hice dentro de mi tienda de campaña, pero hacía tanto calor que la hice salir fuera a la entrada de mi tienda de campaña porque entre el calor y sus resoplidos dando en mi cara me asfixiaba.
Por la mañana, el cabrón de turno, acompañado por dos amigos más, casi me increpó porque hice lo que me pedía mi niña y dejé toda mi simiente dentro de ella por dos veces. ¿Dónde estaría oculto el individuo que me dijo en toda la cara que no tenía que hacerlo dentro de ella y que aprendiese a sacarla?.
¡Me quedé estupefacto con semejante cabrón!. "Yo lo echo donde me da la gana", le dije. Y el tío encima se sorprendió de mi contundente respuesta. Hubo una discusión en el merendero de mi amigo El Tripa, el dueño, que no creo que el hombre estuviese en esos momentos atento al tema porque era mediodía y tenía la barra del bar hasta los topes.
Al final pasé olímpicamente de aquel individuo y sus amigos que me tomaban por gilipollas y aquella noche cuando mi niña suiza y yo volvimos muy de madrugada de la discoteca Oasis, íbamos bebidos hasta los topes y habíamos bailado casi en exclusiva, para nosotros solos que nos ponia el disc jockey, casi toda la música de los Rollings Stones que le gustaba a ella, y en vez de empezar mi festival de cortejos dentro de mi tienda de campaña lo hice fuera, y por dos veces. Lo que pasa que mi niña suiza, por alguna rara razón, le dio por decirme que iba a tener un hijo mío, y me dejó bloqueado.
Por la mañana, con mucha resaca, se lo comenté a un amigo mío de la playa que siendo una década más mayor que yo era para que me hubiese dejado claro qué significaba aquello que me pedía mi niña suiza. Pero como ya he expresado al principio de esta historia, a mi alrededor no hay más que cabrones y gente resentida que se pasean por la playa haciendo creer que son libres y están más pillados que un pájaro en una jaula.
Como necesitaba pensar y el puto amigo me puso peor diciéndome cosas sin sentido, recogí mi mochila y todas mis cosas y me marché de la playa trastornado por los nervios dejando a mi chica suiza allí. Me fui a mi casa y estuve quince días pensando. Tras esos quince días volví a la playa y mi amigo todavía estaba allí pero mi chica suiza y nuestros amigos no. Entonces le comenté si acaso ella no le había dejado la dirección. Ahí por el rabillo del ojo se me escapaba el individuo.
Creo muy posible que ella le dejara a él su dirección. Y creo mucho más posible que el individuo la rompió, la tiró o se deshizo de lo que ella posiblemente me escribió, algunas palabras, alguna conexión, para conectar. ¿Comprendéis ahora lo que es un cabrón?.
He aquí la versión de otro verdadero canalla. Así toda la vida incluyendo familia mía. Gente que va dando lecciones y son de lo peor. Bueno pues que no me pregunten por qué me volví frío y equidistante porque cuando me pasaban cosas así solía irme al camping de Sevilla, al de Córdoba, al de Granada o al de Almería para pensar, y os aseguro que a mí nunca en la vida me ayudaron a salvar una situación.
¡Somos pocos hombres y muchos cabrones!.
La chica que más he amado en la playa de Maro
La mujer que más he amado en la Playa de Maro se llamaba Michaela, una alemana de Colonia. Una dama exquisita cuyos aromas han perdurado en mí recuerdo durante décadas.
La conocí en mi época de mayor rebeldía. En unos tiempos confusos en las que mi mayor defensa consistía en un exigente control de mis emociones, para no dejarme llevar por lo que otros quieren para mí.
Le escribí durante cinco años esperando una pregunta que nunca hice y una respuesta que nunca recibí. En aquellos tiempos de confusión solo buscaba ganar lechos.
Nunca pude soportar los continuos devaneos de nadie. O estás conmigo o no estás. Si me crea problemas considero que me deja. Pero Michaela nunca me dio ningún problema.
A ninguna mujer le gusta ver la sombra de otra en mi lecho. Me hubiese ido a vivir con Christina de Heidelberg, pero mi chica preferida siempre hubiera sido Michaela de Colonia.
¡Vaya dilema que se le presenta a alguna de mis pretendientes pretendenciosas!.
La criatura con la que más me sentí dolido se llamaba Sandra de Groenlo.
La típica bruja que busca un lecho de última hora tras varias semanas de evitar una conexión entre ella y yo.
Un sentido pésame por el trato de última hora que le endosé, abandonándola en medio de la carretera sin decir palabra.
De todas formas, en mi mente siempre estuvo Michaela.
También una malagueña llamada Elisa, con la única idea de seguir castigándola de por vida toda vez que se acerca a mi entorno sin mi permiso.
Quien crea que tiene algo que perdonar, es un cretino que va a la iglesia a creerse la historieta de alguien que nunca existió.
Por mi parte nunca acepto personas que una vez me rechazaron.
La sabiduría de no aceptar personas que abandonan con soberbia y prepotencia, después de las decepciones regresan para atraparte con amor de hipoteca.
Quien tiene una hipoteca con su mujer es un idiota. Terminará por pagarlo todo y pagarlo muy caro.
Si vienes a joderme la vida te la jodo yo antes después de joderte la primera vez.
Si tu marido te hizo firmar una hipoteca es porque quería agarrarte, por si conocías a alguien a quien pudieras querer más de lo que te puede querer él, con la misma miseria.
Las machistas y los machistas son incapaces de comprender eso.
Ninguna mujer va a comprender por qué existe una mujer en mis sueños que no es ella.
Ningún hombre va a aceptar a una mujer que sueña con otro que no es él.
Con Michaela nunca hubo problema. Lo hacíamos al amanecer y al anochecer. Así durante quince días.
Nunca olvidé cuando volvíamos de Maro y nos metimos por un carril llevándola en volandas, a petición de ella.
Lo que hicimos allí en aquella oscuridad sin luna se quedó grabado para siempre en mi mente y en mi corazón.
Volverse totalmente loco no es gratis ni está al alcance de cualquiera.
Hicimos lo que ella quiso y cuando se sintió dolida, la cogí entre mis brazos y sin besarla, le expresé en su mejilla mi más sentida locura por ella.
Pegada a mi cuerpo ardiendo caminamos despacito hacia la playa de Maro.
Dormía en su tienda. Ella ocupaba el espacio de salida y a mí me dejaba el fondo.
Me miraba con toda su belleza antes de quedarse dormida, sabiendo que era suyo y no me iba a ir.
Yo la quería pero ella misma lo estropeó. Si estás conmigo y te portas como una cretina, te voy a echar de mi lado para siempre.
Si yo no juego con otras, cúbrete de no jugar con otros. O conmigo o sin mí. No hay zonas grises ni creo en salvadores del mundo.
Te dejé amarme y después ser una persona que nunca esperaba, ya no dejé que me amases.
¡Es lo que hay!.
Adiós para siempre.
miércoles, 29 de octubre de 2025
Anita, la amante controladora del amor platónico
Conocí a Anita un caluroso día de verano de 1989 en el bar restaurante Cuevasol, y desde entonces, nos vimos de forma habitual acampados en la playa de Maro, lo mismo en invierno que en verano.
Yo, un chico moreno y atlético, seis años más mayor que ella, era escasamente más alto.
Vivíamos en Málaga a unos cuatro kilómetros el uno del otro, y la playa de Maro donde nos conocimos está en el límite de la provincia con Granada, a más de cincuenta kilómetros, en unos acantilados de gran valor ecológico.
En verano ella pasaba por la playa Maro algunos fines de semana.
Yo vivía allí en la tienda de campaña, por etapas, aunque los últimos años acampaba en el cortijo de un amigo.
Algunos inviernos recorría grandes distancias por la península y por Francia.
Los veranos volvía a Maro durante los primeros días de junio y permanecía allí hasta mediados de octubre.
Una noche de ventisca, disfrutábamos al lado del fuego bajo una sombrilla contándonos historias, acompañando nuestros sueños con buenos vasos de tinto de verano tan fuerte como para nublar la mente.
Anita solo tenía ojos para mí y yo para ella.
Pronto me pegué a ella para dejarme atrapar por sus besos durante toda la noche.
Dormimos juntos dentro de mi saco y por la mañana nos despertó el intenso calor y el bullicio playero.
A última hora de la tarde ella recogió sus cosas y volvió a Málaga.
Yo seguí me quedé allí con su número de teléfono en la mano.
Me dijo que cualquier día la llamara.
A los pocos días la llamé, creo que fue un jueves.
Gasté todas mis monedas sueltas en la cabina telefónica para oír sin querer su desprecio.
La oía por el micro darme explicaciones sin sentido, cosas como venir a la playa cada quince días.
La arenga se acabó cuando me quedé sin monedas.
La cháchara que me estaba infringiendo a través del teléfono se cortó y no la volví a llamar.
Comprendí perfectamente lo que pasó. Sin duda no iba a venir.
Dejó claro que no sentía ningún interés por mí, así que me olvidé de ella.
La semana siguiente conocí a Micaela, una hermosa alemana que acababa de llegar a la playa y tuve relaciones con ella.
El viernes de ese fin de semana, el autobús de la línea que venía de Málaga hizo parada en la puerta del Cuevasol.
Y Anita bajó del vehículo mientras desayunaba con mi hermosa Micaela.
Me miró trastornada arrojando su mochila contra el suelo.
Volvió a coger su mochila y se fue directa a la playa muy enfadada.
Lo siguiente que ocurrió fue hacerse la víctima entre mis amigos en la playa.
Le contó a un alemán amigo mío un cuento amoroso, yo era su verdugo y ella mi víctima, la amante desesperada no correspondida.
El alemán se tomó el cuento tan en serio que no se lo pensó dos veces antes de tomar la decisión personal de pedirle a Anita que se fuera a vivir con él a Alemania.
Me contaron que Anita se hizo la sorprendida, pero después pidió al alemán declararse delante de todos en el merendero.
O sea que se hizo esperar para que yo bajara de Maro a la playa, con el único objetivo de que yo estuvierapresente con los amigos, bebiendo en el merendero de El Tripa.
Cuando bajamos Micaela y yo y nos sentamos en el merendero, aquello me pilló por sorpresa.
Hizo que el alemán se le declarara delante de todos.
Miré a ambos extrañado sin salir de mi asombro y la oí aceptar aquel compromiso con una rara actitud.
Anita se fue a Alemania y estuvo dos años conviviendo con el alemán hasta que rompió su compromiso.
Aquel mismo verano retornó a la acampada de la playa los fines de semana.
Vino a buscar sitio en mi entorno de amistades. No se fue con otro grupo para abrirse y dejarme en paz.
Entonces tras varios años, vino por la playa un amigo mío vasco, bajito y mucho más mayor que yo.
Trabajaba en el ayuntamiento de un pueblo cercano a Bilbao y Anita se pegó a él como una lapa.
No llevaba ni cinco horas, que tuve limala suerte de oír a mi amigo declararse a ella, en el merendero.
Nada más sentarnos en las mesas, Anita hizo que el vasco se le declarase y ella aceptar como si aquello fuera un juego.
No salía de mi asombro. La misma puesta en escena que con el alemán.
Anita se fue a vivir a Bilbao con el vasco y tres años después apareció por la playa tras haber cortado su relación.
Hacía un invierno muy frío y aquel año no me había ido aún a ninguna montaña.
Acostumbré por las tardes a tomar café en el bar de mi hermano en una zona de ocio de Málaga.
Un día, rara casualidad, apareció Anita con unas amigas y se sentaron en las mesas de la terraza.
Hablando con ella caí en la trampa de iniciar una relación.
Desde el principio, durante nuestras salidas, empecé a sufrir sus salidas de tono, sus desequilibrios y sus paranoias.
Inestable y cualquier simple movimiento, se creía con derecho sobre mí, y cualquiera que fuera mi intención, ella explotaba su abuso con una actitud violenta y desagradable.
Una vez entramos en un bar a comernos alguna hamburguesa o campero y cuando fuimos servidos, sufrí una agresión.
Me arrojó la bebida por la cabeza y me restregó el campero por toda la cara vaciando el bote de la mostaza y el tomate.
Quizás no le gustó que mirara a otras mujeres que pasaban por la calle.
Los camareros y el dueño del local observaron sorprendidos, esperando una actitud violenta por mi parte, pero no respondí a aquella agresión.
Fui al baño y me limpié. El dueño me trajo una toalla limpia.
Salí del baño, pagué por el servicio y me fui directo a la calle para volver a mi casa.
Ella salió detras de mí persiguiéndome, pidiéndome perdón, y cuando llegamos a mi casa se desnudó para seducirme.
No fue la primera ni la única vez.
En otra ocasión, sentados en una terraza empezó a insultarme acusándome de mirar a otras mujeres y tener poca vergüenza.
Me escupió varias veces gritando, haciéndose la víctima, y yo aguantaba otra de sus escenas en público.
En uno de sus prontos rabiando, me dijo que no quería volver a verme.
Así que aproveché y desaparecí de la escena creyendo ella que volvería y me haría rogar, pero me fui a mi casa.
Cavilaba que tenía decidido terminar la relación. La llamaría una última vez por teléfono tras pasar muchos días y adiós.
Pasó el tiempo y supe por qué ocurrían estas escenas.
Anita buscaba una relación conyugal seria, pero yo de ninguna manera iba a subir el nivel con semejante tipeja.
Cuando la llamé por teléfono se hizo la víctima, nunca pensó en pedirme perdón.
Creyó que yo era otro de esos idiotas con los que había estado, que me comportaría según sus caprichos para proveerla.
Pensaba que le había llamado para la reconciliación, para ser oficialmente novios.
No mostró ningún atisbo cercano de disculpa. Se creía mi dueña.
Cuando corté la llamada fue para no volverla a llamar nunca más.
A lo largo de año y medio, ella intentó por todos los medios que reconsiderara mi decisión.
Usó al camarero del bar de mi hermano para que hablara conmigo y el individuo intentó darme lecciones.
Se dejó ver por los alrededores del bar donde jugaba por las tardes al dominó, justo en el momento que yo salía, cruzándose en mi trayectoria.
Pero yo pasaba de largo.
Llegó el verano y me la encontré en la playa vigilándome desde la distancia.
Vio que me hice amante de una extranjera con la que dormía por la noche en su apartamento.
Anita, rabiosa, se hacía la víctima entre los campistas diciendo que yo era su novio, que rompí la relación por ser homosexual.
Esto fue así hasta que un día conoció a un italiano desventurado, y consiguió su noviazgo.
Lo trajo al pueblo para que yo lo viera, como si a mí me importara con quién se relacionaba.
Estuvo muchos días exhibiéndose y solo la perdí de vista cuando cogí mi mochila y viajé a los montes Pirineos donde encontré trabajo.
martes, 28 de octubre de 2025
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