No recuerdo cuando fue exactamente. Pero era verano de 1980.
Fui a ver a mi padre al bar donde nos reuníamos en Torremolinos. Alguien le avisó sobre mi servicio militar. Me estaban buscando.
Por entonces vivía con mi madre en el entorno de la Plaza de Bailén.
Tal vez vivíamos en la casa alquilada en calle Josefa de los Ríos.
¡Menudo rollo para mí!. Aún no había conseguido liberarme de todos los obstáculos que me impedían vivir, una vida itinerante de viajes.
Lo pasé muy mal en el lateral del campamento Benítez.
Los muchachos con edad militar, se agolpaban en la entrada esperando oír su nombre.
Algunos proferían gritos. Eran los objetores de conciencia.
Más tarde que pronto, me di cuenta lo que significaba para mí. Gritaban por sus privilegios.
La objeción de conciencia, era un escape para los hijos de familias conservadoras.
Intervenían a su favor la creencia religiosa, y los valores culturales y matrimoniales.
Ser objetor de conciencia era una fachada.
Siempre he pensado que, las personas que se benefician del régimen, los de más privilegios, deberían ser los primeros en dar un paso al frente, para defender sus privilegios.
Ya sabemos que en época guerra, siempre llamaron a filas para la picadora, generaciones de jóvenes de familias sin privilegios.
En un principio, no alegué mi discapacidad de nacimiento. Decidí ir a la mili. Tenía curiosidad por ver lo que se cocía dentro.
Al CIR me llevaron a principios del mes de diciembre de 1980. El campamento, el Ferral del Bernesga, a solo catorce kilómetros de León.
Fue una gran experiencia. Pero lo que viví después en la academia de caballería de Valladolid, un verdadero aburrimiento.
De haber encontrado un aliciente, hubiera vivido una vida militar.
Pero ser militar en aquellos tiempos, partiendo de soldado raso, no tenía un punto de conexión con la vida que yo esperaba tener para mí.
Soy un aventurero. Me importa un mojón la política y los políticos.
Pero tener que abandonar mis cosillas en la Plaza de Bailén para morir de aburrimiento en el escuadrón de tropa, no entraba en mis planes.
En las instalaciones estuve todos los días soportando a compañeros que, no se habían librado de ser llamados a filas.
Me contaban que tenían novia y se iban a casar. Como si con eso le otorgara derechos para librarse.
Creían que no tenían que haber sido reclutados. O sea, querían tener los mismos privilegios que la gente privilegiada.
Después los veías frente a la televisión, por las tardes, viendo la serie Verano Azul, llorando mocos por la muerte del Chanquete.
Entre el CIR del Bernesga y la academia de Valladolid, estuve cuatro meses.
No pasó ni un solo que no pensara qué hacer con mi vida.
Reflexioné si vivirla en los cuarteles militares o una vida libre como civil.
Por eso digo, que de haber encontrado un motivo trascendental, hubiera hecho carrera militar.
Pero no me dejaron ver el bosque, y me sentí totalmente decepcionado.
Volver a la Plaza de Bailén, fue un alivio. Tenía a mi madre.
Fui excluido de terminar el servicio militar tras presentar mi discapacidad natal.
Tardaron lo suyo en darme la libertad. Como si no supieran de antemano que era un discapacitado auditivo.
La sentencia final tardó tres semanas.
Mientras, fui acosado por los amargados que pidieron estar exentos del servicio militar.
Esos que decían tener novia embarazada y se iban a casar.
Los mismos que querían librarse proclamando tener un hijo sin estar casados.
En las calles del distrito de Bailén, se respiraba la vida con muchos problemas todos los días.
En el escuadrón de tropa sin embargo devoraba esos roscos azucarados que vendían en los cuarteles militares.
No engordaba miaja pero pasaba mucha hambre. A pesar de que en el escuadrón de tropa, la comida era una maravilla, hecha por cocineros profesionales.
Fue dejar la mili, y la chica del Palo con la que salía, empezó a crearme problemas. Pero esa es otra historia.
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