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martes, 21 de octubre de 2025

Tenía veinticinco años cuando estuve a punto de morir

Tenía veinticinco años cuando me despedí de los amigos de la plaza de Bailén, en el bar de marcha donde nos encontrábamos siempre.

Me fui a casa, cogí mi mochila, metí todo mi equipaje invernal, y esa misma madrugada, sin saber dónde iba, inicié un viaje a Asturias, a Pola de Lena, guiado por una llamada mística.

Caminé tres kilómetros desde Pola de Lena y pasé por mitad de un pueblito sin conocer a dónde me llevaba aquel carril al final.

Subí por un camino muy empinado hasta la cima de una montaña, totalmente solo, con el alma encendida. 

Tan empinada era la montaña, que me obligaba a dar solo seis pasos antes de arder mis gemelos y mis tobillos, tardé seis largas horas en ascender, a un lugar desconocido donde nunca había estado, que además, nunca supe cómo se llamaba.

Cuando llegué al collado, no sabía que encontraría un pequeño refugio de montaña, en cuyo llano solté toda la carga que llevaba.

Sin saberlo, me senté en una roca y fumé el último cigarrillo de mi vida, me sentí mareado y el paisaje perdió sus colores, las nubes en el cielo corrían como solo lo hacen en el cantábrico, con el empuje del viento helado ante el cual me desvanecí, perdí el conocimiento y la noción del tiempo.

Se hizo la oscuridad sabiendo que estaba dormido, protegido por el mismo viento helado que me despertó.

Dolido en el alma, cargué de nuevo con todo mi equipaje y abandoné la montaña, dejando tirados y hecho añicos por mi íra, los cartones de tabaco, y descendí durante cuatro horas para llegar a Pola de Lena, y ir a una consulta médica. 

Por la noche dormí con la tienda de campaña en un pabellón, y nunca más volví a fumar ni un sólo cigarrillo. 

Durante largos meses sufrí los colapsos de mi adicción, escupiendo gargajos tan negros como el alquitrán, emborrachándome para limpiar las bacterias de aquella dependencia, sufriendo espejismos dentro de un cuerpo tan delgado, como el poste que sostiene una señal de tráfico.

Meses después había recorrido toda la cordillera Cantábrica volviendo a Pola de Lena, pero haciendo la cuenta, habían pasado tan solo dos años desde que me despedí de mis amigos de la plaza de Bailén para iniciar este viaje.



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