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miércoles, 3 de diciembre de 2025

Nina, la suiza que quiso adueñarse de mí

Durante años, unos suizos y yo coincidimos algunos inviernos en la playa.  

Un verano los vi entrar al merendero mientras tomaba unas cervezas y se sentaron en mi mesa. 

No llegaron solos, venían con otros amigos y amigas. 

Una de ellas se quedó prendada de mí y se quedó conmigo mientras los demás  se fueron al agua.

Estuvimos jugando al dominó hasta cansarnos. 

Después ella también se fue al agua con los demás.

Yo me fui ami tienda de campaña a echar una siesta.

Después, Nina vino a buscarme para llevarme con ella al agua.

No se despegó de mí en todo el día. 

Yo tenía un amigo israelí que había vivido en Suiza.

Presumía de saber y conocer mucho a las mujeres. 

Solía hablarme de una francesa y sus duras pretensiones. 

Su relación tenía fisuras, sin más opciones que las que imponen las familias. 

Yo siempre he tenido muy claro que los suegros, cuanto más lejos mejor. 

No podría soportar una vida al extremo sobreprotegida, sin ningún atisbo de mejora mental y psicológica.

No iba a soportar tener unos suegros todos los días en la punta del alfiler.

Dejo claro que solo quiero relaciones eventuales efímeras.

Encontrar una relación cuando el único objetivo es viajar.

Mi único proyecto en la vida es reunir muchos triki-trikis y ningún compromiso.

Disfrutar como un loco de mis oportunidades, rompidiendo cualquier obstáculo comprometido.

Por la noche nos fuimos al pueblo, comimos algo y bebimos muchas cervezas.

Se formó un grupo de al menos veinte personas, pero Nina no se separó de mí ni un segundo. 

Decidieron ir a una discoteca que estaba en medio del campo, a más de diez kilómetros.

Todos nos pusimos en cola para que los coches de los suecos nos llevaran.

Dieron varios viajes de ida y vuelta para llevarnos a aquella discoteca.

Y Nina no cogió la vez con sus amigos,  seguía enganchada a mí sin darme respiro.

La discoteca en el campo estaba vacía, la llenamos nosotros. 

Nadie bailaba en la pista excepto Nina y yo.

La pista era enteramente para nosotros. 

Los demás hicieron un corro en los sillones solamente para hablar.

Un corro extravagante de culturas y a nadie se le ocurrió salir a bailar.

Pasaron las horas y ni nos dimos cuenta. 

Volvimos al pueblo y después bajamos a la playa a nuestras tiendas.

Y Nina no se despegó de mí.

Me metía mano en el trasero y en los cataplines con muchas ganas.

Entró en mi tienda y nos desnudamos.

Yo tenía una borrachera de órdago.

Hacía el trikitriki a toda pastilla como si Nina se fuera a escapar.

Estábamos envueltos en fuego, locos por detener el tiempo.

Y de repente Nina tuvo la mala idea de decirme que iba a tener un hijo. 

Eso me sentó muy mal. 

La miré un momento y me costaba respirar.

Hice que saliera fuera de la tienda para continuar con el trikitriki y no paré hasta cansarnos.

Yo no respondí a que ella iba a tener un hijo. 

Me dediqué a vivir el momento, a disfrutar lo buena que estaba.

Y cuando terminamos, ella se fue corriendo, a su tienda, donde dormían los otros.

Supongo que le costaba digerir la borrachera.

Yo me quedé dormido dentro de mi tienda.

Pero por la mañana muy temprano, fui presa de un pesar gordo y profundo.

Me sentía muy mal.

Mi reacción fue la de otras veces, la ley de la supervivencia. 

Vi despierto a mi amigo israelí y le conté lo que pasaba. 

Tanto presumir de conocer a las mujeres, no lo hizo sabio.

Se posicionó a favor de ella, y a mí, a su amigo de años, no me ayudó en nada.

Recogí mis cosas y las metí en la mochila.

Iba a coger el primer autobús para volver a mi casa. 

El israelí entonces me quiso apaciguar pero yo ya había determinado mi supervivencia.

El pesar que me había caído encima era bien gordo. 

Así que cuando tuve todo listo, me fui andando para el pueblo y subí al primer autobús que pasó. 

Pero el conductor mantuvo el autobús parado en esa parada, como si alguien le hubiera hecho señal.

Normalmente nunca permanecía más que para coger viajeros.

Permaneció la friolera de quince minutos.

Hasta el punto que Nina, que subía de la playa, llegó a mi altura, y yo no sabía dónde esconderme. 

La tuve a pocos metros de mí. No sé si se dio cuenta que estaba en el bus.

Mi agotamiento psicológico subió hasta límites insospechados.

Parecía que me iba a hundir.

Y de repente, el puto chófer puso el motor en marcha.

El autobús se puso en marcha lentamente como si no tuviera prisa en llegar a su destino. 

Parecía estar orquestado.

Nina entró por la calle principal del pueblo con sus amigos y ni me fijé si estaba el pretencioso israelí. 

Nina me había provocado pesadumbre adrede.

Cuando llegué a mi casa me encerré más de una semana.

Volví a la playa diez días después.

Estaba el pretencioso y se me ocurrió preguntarle si tenía la dirección de Nina. 

Por supuesto que no tenía la dirección de Nina. 

Un farsante nunca tendría la dirección de Nina porque lo suyo es liar y liar.

Si Nina le dio su dirección para que me la diera, lo suyo sería romperla y tirarla.

Liar y liar.

Solo una de las historias de líos amorosos con pesadumbre que viví en mi vida. 

No tengo culpa de que existan personas amargadas.

Liar para que no disfrutes porque ellos perdieron la capacidad de disfrutar.

No saben vivir el momento, lo corrompen. 

Estoy seguro que muchos lo echáis en falta. 

Pasados unos días, volví de nuevo a casa.

Tiré mi cama vieja con los hierros roídos y decidí dormir dentro de la tienda de campaña. 

Montada en mi habitación la limpié de arena y encontré las bragas de Nina. 

Olían muy bien, pero de lo que me hizo, decidí quedarme su prenda íntima.

La  tuve colgada por años como un trofeo. 

Recuerdo de mi paso por su floreciente jardín. 


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