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jueves, 23 de octubre de 2025

En la playa de Maro aprendí mis libertades amorosas

En la playa de Maro aprendí que mis libertades amorosas, dependen de mis decisiones personales.

Narrar una historia de los años juveniles más tardíos, es un poco complicado.

 Pero cada vez que me acuerdo, sonrío, recordando pequeños detalles con mucha ternura.                                             

Las relaciones son nuestro sino de cada día, y quien lo niega miente como un bellaco.

Quien reniega de lo que ha vivido, se miente a sí mismo, dando muestras vivir una vida amargada.

Un día tuve que escapar de la playa de Maro yéndome al camping de Salobreña.

En la playa de Maro había una rara alemana que inocentemente, hizo que la cortejara.

Pero después de cortejada, empezó a darme problemas de una forma extraña y mezquina, teniendo la sensación que por alguna causa, pretendía humillarme.

La individua me estaba amargando la vida. 

Lo constaté por la forma en que había sido arrastrado al cortejo.

Cuando empezó a darme largas, decía que había llamado a su amigo y que llegaría pronto de Málaga.

Si tenía un amigo en Málaga, ¿quién la mandó para que yo la cortejase?.

Estaba alterando mis sentidos y quería asustarme. 

Seguramente con la intención de comerme la cabeza o sacarme de quicio. 

Así fue varios días antes de que se presentara el individuo.

Una mañana apareció el tipejo. Un tipo rubio con los ojos saltones, bastante feo. 

Un puto pijo con aires de vivir en la zona de Pedregalejo a la sombra del papaíto con dinerete. 

Al principio no recordaba quién era. Pero a la mañana siguiente, recordé haberlo visto en la escuela de idiomas en Pedregalejo.

Había ido en compañía de una amiga del Puerto de la Torre que me echaba los tejos, que yo nunca tuve demasiadas confianzas. 

Me la encontraba mucho por los bares de copas de la misma zona.

La escuela de idiomas era privada, situada en una villa con un patio enorme con jardín y palmeras de veinte metros de altura, que sobresalían por encima de los muros exteriores.

Me pareció increíble que alguien me enviara esta gentuza para amargarme la vida en la playa.

Tomé la decisión de deshacerme de ellos, y como no podía echarlos de la playa, me fui yo.

Por lo menos durante una semana, con el único objetivo, de no encontrármelos al volver a mi amada playa.

Así que muy a mi pesar, metí en mi mochila todas mis cosas y me marché al camping de Salobreña, que hoy no existe.

Allí volví a la tranquilidad. Se calmaron mis temores, y hui de la presencia de aquella pareja de cretinos hijos de mala madre. 

Aunque no lo creáis, esta situación puso a prueba mi templanza, ganada con años de experiencia.

La decisión que había tomado en ese momento, era la correcta.

Aquel suceso me llevó a una relación satisfactoria con dos chicas exquisitas, que estaba a punto de conocer en el camping.

Las circunstancias ampliaron mi conocimiento sobre mi capacidad emocional cuando peor lo pensaba.

Pero pronto me olvidé de lo ocurrido. 

Narro pues con un alto porcentaje de realidad, gritando a los cuatro vientos: “¡Que me quiten lo bailao!”.

Y lo siguiente, que conocí en el camping de Salobreña a dos chicas francesas deliciosas.

Salían por la puerta del camping para ir al pueblo, y yo me encontraba sentado en la terraza del bar, justo a la salida del recinto, leyendo un libro, saboreando un sol y sombra mitad anís mitad coñac.

En aquellos tiempos usaba el sol y sombra como bebida espiritual, talismán de mis correrías.

Con los años, me perfeccioné armándome con ciertos hábitos útiles a mis propósitos, que atraían a las chicas para que pudiera hacerlas reír y bailar de alegría. 

O sea, yo siempre he sido un grandísimo bribón.

Pero amaba a mis chicas con toda el alma. Y esto hace que siga siendo un soñador. 

Una especie de loco practicando submarinismo de profundidad.

Yo siempre vestía con poca ropa, dejando ver mi cuerpo de montañero.

Que se vean mis piernas fuertes llenas de soledad de subir montañas en invierno. 

Que se oigan los latidos de mi corazón atravesando cumbres durante meses.

Yo siempre he sido abierto, simpático y romántico, con cierto grado de cachondeo.

Tengo cara de pícaro, complejo y sofisticado, con la piel delicada tratada por la salitre del mar.

La francesita blanca, era blanquita, rellenita y deliciosa, con una mirada de color azul profundo, estupenda y penetrante, pecosa tirando a pelirroja. 

La otra francesita con rasgos de indochina, antiguo protectorado francés de Camboya, Vietnam, Laos, Birmania o Tailandia.

Ella era un poco más bajita que la blanquita. Tenía un pelo negro fino muy brillante que relucía bajo el sol, con unos ojos tan negros como misteriosos. 

Pareció que las chicas salían, pero hablaron entre ellas, dieron un rodeo a la terraza, y entraron por el lado sur para ocupar la mesa colindante a la mía.

¡Aquello era una señal!.

Dejaron sus cosas sobre la mesa y entraron al local. 

Pidieron bebida y volvieron para sentarse a mi vera, observando mi lectura mientras fingía estar despistado.

Y es que leer un libro, es la mejor forma para entablar una conversación amistosa entre desconocidos.

Pronto me preguntaron algo, y sonriente no entendí la pregunta. 

Uno no sabe qué le pueden estar diciendo. Me acerqué a ellas y comenzamos una conversación.

Preguntaron por un buen supermercado en el pueblo donde hubiese de todo. 

Tampoco querían andar demasiado. Solo comprar ciertas cosas necesarias. En eso sí les podía ayudar.

Para algo sirve venir al camping de Salobreña de vez en cuando. 

Me encantaba rular por los más recónditos rincones del pueblo. 

Sabía cómo llegar al hipermercado para comprar casi cualquier cosa.

Salobreña está a dos kilómetros de la playa. Casi toda la población sobre el peñón. 

De todas formas había que andar, pero conmigo se andaba mucho menos.

En el pueblo visitamos el castillo, subiendo por las callejuelas de los barrios moriscos. 

El castillo de Salobreña en verano, era un lugar mágico con diversidad de espectáculos.

Baile, música, marionetas, magia, obras de teatro, orquestas y grupos musicales.

Desde el anochecer hasta altas horas de la madrugada todas las noches. 

¡Qué bonito era Salobreña en verano!.

Después de las compras, subimos y nos divertimos. 

Y puedo decir con gran admiración, que me sentí muy contento de haberlas conocido.

Eran alegres y desenfadas hasta tal punto, que no solo bebimos sol y sombra, bebimos de todo, incluso licores franceses riquísimos.

De vuelta al camping, íbamos bien agarrados, cogidos de la mano por la cintura, cansados tras un montón de horas bailando, embriagados hasta por el mismo sueño.

A veces nos hacíamos zancadillas entre nosotros y nos caíamos al suelo entre risas. 

Después nos costaba mucho levantarnos sin soltarnos pero no paramos de reír.

Nos besábamos entre los tres totalmente beodos. 

Cualquiera que pasaba se nos quedaba mirando con sorpresa.

El camino de vuelta al camping estaba lleno de besos en la madrugada.

Y nos apretujamos cuando empezó a hacer fresco.

Al llegar a la entrada del camping, las chicas salieron disparadas para la tienda de campaña y yo para la mía. 

Teníamos las mismas necesidades, nos encontramos a la entrada de los baños, después de tantas horas aguantando.

En el desconcierto entramos juntos al mismo baño y terminamos bañándonos juntos en la ducha de mujeres.

Mi pecho parecía un confesionario. ¡Qué chuli!.

Nathalie, la indochina, me besaba los labios. Isabelle, la rubia me besaba por el otro lado. 

Cada una se hizo dueña de una parte de mí y yo las abrazaba por igual.

Nos bañamos, nos secamos y me arrastraron a la tienda de campaña de ellas. 

Ninguno dormimos en toda la noche.

A los pocos días conseguí traerlas a la playa de Maro. 

En ese tiempo ahorramos un montón de dinero en camping.

Cada día hacíamos nuestro recorrido por la orilla de la playa. 

Después nos íbamos al merendero del Tripa a hartarnos de cervezas con aceitunas y patatas chips.

Y cuando me hacían señas, entraba en la tienda de campaña como un autómata.

Hacía caso a mis amas sin oponer resistencia, y me abandonaba a los suaves masajes relajantes que me practicaban.

No creo que exista nada más relajante, que unos buenos masajes para viajar a un limbo de paz en el Tao.

Me arrancaban todas las impurezas del alma, todas las tensiones, las ansiedades y los bloqueos. 

Me hacían sentir limpio, querido y deseado. Algo muy difícil de experimentar.

Salía de la tienda de campaña para limpiar mis sudores con un buen chapuzón en el mar. 

No me importaba ni la hora, ni la noche, ni el día. 

Las madrugadas parecía no tener fin.

Pero en la playa, siempre aparecía algún capullo, que llamaba a la tienda de campaña, por cualquier sandez que se le ocurriera.

Las intenciones de este tipo de gentuza siempre son la de dar la marrana. 

Quizás el tipejo incluso había pensado que le dejaríamos sitio.

Lo primero yo no contestaba. 

Lo segundo, me asomaba para decirle que las niñas estaban dormidas, sin atender sus peros de ninguna clase.

Lo tercero es echar al individuo o a los  individuos mandándolos a dar la marrana a otra parte.

Tras eso me reencontraba con los ojillos brillantes que me esperaban en la penumbra de la tienda de campaña.

Mi vida ligando en solitario era normal. Nunca tuve confianza en nadie.

Cuando se presentaba una ocasión, mis amigos siempre solían comportarse como auténticos gilipollas, y terminaban fumando porros.

Yo no era fumador.

Con gente desagradable nunca quedaba nada coger.

Cada vez que me acompañaba alguno, rompeía mis posibilidades.

Después se iban a comerle los mocos a sus novias como buenos pringados.

Así que, para disfrutar de mis chicas, siempre en solitario. Y no dejaba entrar a nadie.

Estuvimos una semana juntos, corriendo por la playa en avanzadas horas nocturnas, desnudos.

Cuando se les acabaron las vacaciones, se miraron entre ellas y volvieron a Francia.

Viajaron cerca de Paimpol, al norte de Rennes, la zona de la Bretaña francesa.

Pasó el tiempo y yo seguí con mi vida. Y un día casi dos años después, recibí unas hermosas y lindas fotos.

Mis diosas con sus lindos y hermosos retoños. 

Una niña rubia y un niño con ojos negros y rostro indochino. “¡Saludad a papá!”.




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