Un perro del hortelano hippie auténtico es lo que llegó en una caravana a la playa de Maro.
Aquel día lo vi bajar por la cuesta asfaltada de cemento de la playa acompañado por una hermosa mujer que presentaba como su esposa.
El individuo era un inglés que vestía como un hippie, se movía como tal y como gran amante de la naturaleza pretendía los desnudos en la playa.
Pero claro, en temporada alta no se lo iban a permitir. Cada día poco a poco lo fui conociendo, oyendo las historietas que contaba y presentí que estaba ante una persona más falsa que un espejismo en el desierto.
Por las noches, cuando yo había encendido la fogata y me encontraba rodeado de campistas reunidos alrededor del fuego, llegaba este tipejo con la mala costumbre de meterse en medio de las parejas, o de personas que como yo, entablamos una conexión de amistad y cortejo con alguna bella señoritaa, que por razones obvias podían terminar la noche durmiendo dentro de mi hermosa tienda de campaña.
El hippie de los cojones se las sabía todas. No le importaba meterse en medio incluso de aquellas personas que eran pareja, y con una cara tan grande llamarlo cabrón era poco.
Lo que no entendía es qué ocurría con su bella esposa. Esta observación sobre la mujer, me daba la impresión que se estaba perdiendo una de las mujeres más bellas que había sobre la arena de la playa en esas noches de sueños y susurros.
Todo transcurrió más o menos así hasta que una tarde, un vecino de Maro bebió demasiado.
El hombre, gran trabajador del campo que trabsjaba sus propios invernaderos, bajito y avispado como pocos, aprovechó su día aciago para disfrutar del merendero de la playa, y entre charla y charla con los amigos, pilló una de sus borracheras estratosféricas.
No eran habituales estas borracheras, pero incluso yo he cogido una alguna vez.
El problema fue cuando quiso irse a Maro con su coche, un Renault Cuatro Latas por llamarlo así, que era su herramienta de trabajo para transportar las cajas de las cosechas de sus invernaderos a la cooperativa del pueblo o otras cooperativas de la Axarquía donde las vendía.
Los amigos y vecinos quisieron impedir que se marchara con el coche, pero no lo consiguieron.
El hombre se metió en su coche y dio marcha atrás perdiendo la orientación del carril de tierra en la fuerte cuesta del merendero.
Esto provocó que yendo hacia atrás se subiese por la pared del terraplén y el coche volcado de lado.
Lo curioso es que se puso de pie y asomando por la ventana, pidió que le pusiéramos el coche de pie sobre sus ruedas con él dentro.
El automóvil Cuatro Latas pesaba poco y no era difícil que una sola persona empujase volcándolo sobre sus cuatro ruedas, pero otro vecino de Maro amigo de él que era policía, nos dijo que no lo hiciéramos hasta que él saliese del coche.
Así que el problema era que el amigo Paco se negaba a salir de su coche para poder volcarlo sobre sus ruedas con seguridad, a pesar de que intentamos convencerlo.
Se quedó ahí de forma extraña asomado por la ventanilla mientras los turistas y curiosos de la playa le hacían fotos de forma divertida creando morbo, vigilado por el vecino policía que lo protegía para que nadie volcara el coche mientras no saliera.
Pero él se había empeñado en no salir pensando que no le dejarían irse a su casa.
Al rato largo salió y entre varias personas volcamos el coche sobre sus ruedas sin ningún problema.
Con la marcha puesta hacia atrás el coche no corrió cuesta abajo hacia la pared del merendero donde la gente disfrutaba de aquella visión.
Lo siguiente fue convencerlo para que lo llevaran a su casa con su coche. El vecino policía se ofreció a llevarlo para que no tuviese un accidente por la carreterilla hasta Maro.
Durante el suceso y las discusiones, el hippie inglés había estado haciendo de las suyas por el merendero, sin darse cuenta que la bella mujer había estado hablando con algunos hombres y se había ido con uno de ellos caminando por la empinada cuesta para arriba, hasta el llano donde estaba aparcada la caravana.
El hippie, cuando se percató de ello, dejó de hacer sus cabronadas entre los clientes del merendero y se fue para arriba.
Yo le seguía por detrás con la mirada para volver al cortijo, comer algo y irme al anochecer por los bares del pueblo.
Lo vi llegar a la caravana queriendo asomarse, sabiendo que había un hombre con la mujer.
Abrió con tal violencia la puerta de la caravana que se dio un buen golpe en toda la cara.
Tras ver las estrellas se asomó para ver a la bella señora practicando escalada.
Molesta, ella lo echó arrojando sus cosas sobre el asfalto, dejando claro que ella no era su mujer ni él era el dueño de la caravana.
Lo vi por última vez metiendo sus enseres en una maleta y una mochila, y se fue subiendo por la larga cuesta hacia el pueblo.
No lo vi más bajar a la playa para practicar su gran amor por la naturaleza ni dormir al raso mirando las estrellas como el buen hippie que decía ser.
Nuestra amiga, la mujer dueña de la caravana, se quedó unas cuantas semanas en el llano yendo y viniendo a la playa a sentarse con nosotros junto al fuego.
Mantuvo una pequeña relación con el hombre de Nerja que había conocido durante el suceso del coche del vecino.
No tuvimos que soportar más al individuo metiéndose entre las parejas o arruinando las posibles relaciones entre personas que nos reuníamos alrededor de la hoguera.
En la playa de Maro sucedieron muchas cosas buenas y muchas son historias que nunca se borrarán de nuestros recuerdos.
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