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lunes, 10 de noviembre de 2025

Los amigos más estúpidos de la playa de Maro

 Nunca me reprocho nada de lo que he vivido. 

Las circunstancias que han podido conmigo, las he dejado correr

Y las vivencias que he podido controlar, las he tirado a la basura con rapidez.

En Maro he vivido muchas cosas buenas que merecen ser contadas. 

En Nerja he vivido cosas fascinantes que algún día escribiré.

Te hablaré de ciertas personas que se cruzaron conmigo a lo largo de mi vida, para involucrarme en situaciones retrógradas.

Hubo una época, que siempre me encontraba con el mismo par de amigos.

Para mí personalmente, son parte de ese grupo de personas que me podían involucrar en problemas.

Son especímenes amargados que, a duras penas se comerían una almeja.

Ni queriendo ni sin querer, eran fumetas de pasarse el santo día con un porro en la mano.

Eran hijos de buenas familias del centro de Málaga. Los conocí en la playa durante mis largos veranos.

Se emborrachan fumando porros, y me sorprendían saber que trabajaban en instituciones administrativas.

Hubo temporadas que me los encontraba en cualquier parte de la ciudad, como si supieran dónde iba a estar en ese momento.

Y toda vez rompieron lo que yo tenía proyectado para ese fin de semana. 

Era como si alguien los enviara para estropear lo que tenía pensado hacer en solitario.

Cuando me cruzaba con ellos, las cosas no salían bien, ni siquiera mis cortejos a alguna chica guapa que acababa de conocer.

Hacían añicos mis conversaciones haciendo que perdiera oportunidades.

Querían hacerme creer, que no era un chico bello con un cuerpo espléndido.

Cuando me los encontraba por Málaga, me convencían para ir a Maro a ligar.

Eran simpáticos, enrollados, y en la época que se podía acampar en la playa, compartimos de todo.

Uno de ellos, se relacionó con una mujer viuda que tenía tres hijos y entró a trabajar en Correos.

Aquello lo cambió, y el colega llegó a tener una larga crisis existencial.

El otro amigo, también se enganchó a una relación. 

Se hizo vigilante forestal y fue enviado a una sierra granadina.

Estuve largos años largos sin encontrármelo.

Cuando regresó, encontré a un hombre mentalmente desequilibrado. 

Nunca volvió el hombre amable que conocí. ¡Ya no existía!.

Lo veía reírse totalmente descolocado. Fumaba como un tren expreso un porro tras otro.

El día que quedamos, fuimos a Nerja y a  Maro, y vuelta a Nerja, siempre con el coche envuelto en humo.

Yo esperaba tener tiempo para enrollarme con algunas bañistas en la playa. 

Pero ellos no estaban por la labor. 

Cuanto más pensaba que conoceríamos a un grupo de chicas para invitarlas a los bares y la discoteca en Nerja, viéndolos fumar sin parar, sin quedarnos en un sitio fijo, más se derrumbaba nuestra amistad.

Hacía años que no me habían pegado una paliza semejante. 

Estuvieron todo el trayecto de ida y vuelta sin dejar de fumar y el coche lleno de humo.

Respiraba humo a pesar de tener las ventanas del coche abiertas de par en par.

Me amargaron el día con una película de terror. El horror que sentí me dejó tocado.

Normal que por causas como esta, mi naturaleza sea la de una persona solitaria e independiente. 

Los fumetas viven en contra de mi naturaleza. Más aún siendo un inquieto deportista.

Tengo muy malos recuerdos de mi pasado, de cuando fui un fumeta. 

Sufrí igualmente la desidia de muchos amigos que también eran fumetas. 

Me di cuenta que era una persona diferente. 

Fumeta o no, todos me cerraban las puertas.

No tuve amigos con los que valorar una amistad. 

No soy aburrido ni un amargado, pero todos cambian cuando cuando se unen en compromiso.

En cuanto tienen una relación se huelen los calzoncillos y las bragas.

Empiezan a trabajar y se sienten diferentes. No dejan sitio al extraño.

Fuimos amigos durante décadas hasta que se casaron.

Y ya no tuvieron tiempo para los amigos. 

Sus amigos eran los amigos de su mujer.

Casualidad no es.

Supuse que alguien los mandó a amargarme la vida. 

No hubo quedada la próxima vez. 

Les dije lo que pensaba, los cuadré y los mandé a la mierda.

Nunca me los he vuelto encontrar por Málaga, ni siquiera en los crudos inviernos.

Tampoco me los iba a encontrar ascendiendo montañas. 

Ni en los Pirineos nevados, ni en los Alpes franceses, ni en la Sierra de la Estrella portuguesa.

De hecho nunca me los encontré más. ¡Qué raro!.

No gastaría mi dinero en invitarlos en un bar.

Prefería ahorrar para largarme bien lejos de casa, subir montañas y cruzar macizos montañosos yo solo.

Pasaba los largos meses invernales de viaje para volver con la primavera a la playa de Maro.

A plantar mi tienda todo el verano.

En cuanto me rodeaba algún tipo de fumetas, abandonaba el grupo. 

Y años después, volvía para acampar en el cortijo de mi gran amigo Paco.

Esos amigos que me decían "¡Vamos a Maro a ligar!", fueron mi pesadilla.

Yo era un bribón vividor que odiaba el olor de los porros. 

Prefería ser un bribón de playa antes que aguantar el olor de los fumetas. 

Los odio con toda mi alma. 

Aún más siendo un bribón de éxito.

Las agendas donde escribía mis poemas siempre estaban cargadas de nombres femeninos, teléfonos y direcciones que me dieron mis amantes. 

Agendas y calendarios se llenaron convertidos en libros de literatura y datos personales de mujeres preciosas, a las que escribía cartas llenas de poemas. 

Fui bribón de playa en Bernalmádena Costa con dieciséis años, a mitad de los años setenta mientras trabajaba de pinche en el hotel Rubens. 

Las hermosas playas del Arroyo de la Miel, la zona de los Maite, el castillo Bil bil, los bares disco de la playa de Santa Ana, la discoteca del hotel Balmoral y la de Los Patos. Nadie me pudo parar.

Y años más tarde en las playas de Maro y Nerja, en el desaparecido camping de Salobreña y en toda la costa hasta Almería, y a mediados de los años 90 me inicié en el atletismo.

Mis amores fueron amores de verdad con sabores de dulce locura.

Respondí con rabia a energúmenas que sin ninguna relación, buscaron meter sus faldas para adueñarse de mi vida.

Cuando iba a algún lado, siempre encuentraba mujeres sin hacienda, con malas intenciones. 

A veces, cuando lo comento con algún vecino, la respuesta que percibo es de individuos que no mandan en sus casas. 

Las mismas características que los fumetas. 

Vivieron una vida de solteros amargada, y cuando entraron en una relación, sufrieron la panacea mental de sentirse auténticos iluminados. 

Es obvio ver quién decide vivir en una jaula. Uno de mis vecinos, cuando me lo encuentro yendo al supermercado, casi siempre me cuenta que se quiere independizar de su mujer. 

Es evidente como trona el aburrimiento en las cabezas. La misma historieta que los fumetas cuando me invitan a Maro con intención de ligar.

El horror se dibuja en mi rostro durante horas en la playa, sin tiempo suficiente para entablar amistad con algún grupo de chicas guapas, observando los colocones.

Dejé de fumar a la edad de veinticinco años por un colapso que sufrí tras ascender una montaña en Asturias. 

Lo que sufrí me cambió, y durante meses el odio contra la gente que fuma, fue creciendo exponencialmente, en la misma proporción que los monos que me daban.

Obligado a soportar los olores de los porros estallé. 

"Me llamáis para ligar, gasto mi dinero en bebidas y lo único que hacéis es fumar porros. Cada vez que tenemos una oportunidad de conversación con chicas cambiamos de playa. Me quité a los veinticinco años de fumar. Contad que ya no volveré a ir con vosotros a ningún sitio." 

Es bueno decir adiós a esos individuos tóxicos que tienen compromisos y van por la vida dando lecciones.

Nunca volví a ir con ninguno. Cuando me los encontré, siempre les di largas.




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