En los años más confusos de mi temprana juventud, tras un larguísimo viaje de huida y retorno, volví a Málaga para vivir con mi querida madre, en el entorno de la Plaza de Bailén y la Avenida de Barcelona.
Mi primera peripecia viajera fue terrorífica, con muchas noches viviendo en soledad en cualquier arboleda o descampado, caminando a pie dolorido por las ampollas y la falta de experiencias, cuyas frustraciones me hacían reír como si de un patoso payaso se tratara.
Nunca sentí miedo de la noche, ni durmiendo durante días entre los árboles de un bosque, sin nada que comer, solo agua para calmar la sed, con la única compañía de las estrellas, el silencio y los animales del bosque.
Salí de Ibiza y durante meses recorrí más de setecientos kilómetros caminando, sin rumbo fijo, sin saber qué hacer, recién cumplidos los dieciocho años, que fue cuando salí al mundo para evitar que nadie pudiera ejercer ningún derecho sobre mí.
Dejé que mi madre fuera la única que me siguiera los pasos, pero solo a veces.
Solo a veces porque la mayoría del tiempo que estuve fuera, no llamaba al teléfono de la clínica donde ella trabajaba en la avenida de Barcelona. Sin contacto con nadie más.
Mi mochila se la había comprado a mi amigo y compañero de la OJE, Capote, por mil pesetas. Me regaló la tienda de campaña, que estaba rota, pero a mí, me sirvió igual.
Eran tiempos terribles que no me importaba nada, tan solo sentía una fuerza inmensa de la naturaleza que me llamaba a todas horas.
Las veces que tuve dinero para coger un tren o un autobús, fueron viajes bien largos, en los que me quedaba mirando perplejo los paisajes, como cuando era niño y recorría con mi bicicleta grandes distancias por el entorno de mi ciudad natal.
La plaza de Bailén no fue el entorno de mis primeros amores, pero sí de los segundos amores, que despertaron en mí, la necesidad de una doble capa de protección.
Eran tiempos en los que buscaba una compañera para viajar, que nunca se dio y por eso jamás me dejé arrastrar hacia los compromisos.
En la plaza de Bailén conocí a mis primeros amigos con un gran radio cassette donde escuchaba la música de The Wall "El Muro" de Pink Floyd, sonando a toda pastilla hasta fundir las pilas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario