Acababa de llegar a la recepción del camping de Sevilla, ciudad que me gustaba mucho para quedarse unos días y ir de correrías nocturnas por los bares del centro de la ciudad.
Rellené mi ficha de entrada al camping, se la di al recepcionista, eché la mochila a la espalda y paseé por las parcelas buscando un buen lugar donde poner la tienda.
Había dos mujeres plantando la suya y decidí plantar mi tienda en la parcela al lado de ellas.
Intenté clavar en el suelo las estacas de la tienda de campaña con una piedra, pero no ejercía la presión correcta para que se clavaran y se doblaban con facilidad.
Apareció la chica más alta y me cedió su mazo para que diese la presión correcta a las estacas. Así de fácil conseguí que la tienda estuviese bien montada y un posible amorcito.
Devolví el mazo con una sonrisa y me puse a meter las cosas ordenadamente dentro de la tienda. Cogí los enseres de baño y fui a darme una buena ducha.
Más tarde, cuando hubo anochecido, me vestí, fui al bar del camping y me encontré con mis vecinas que como no podía ser de otra manera, me invitaron a sentarme con ellas.
Tuvimos una animada velada y me preguntaron qué hacía por Sevilla.
Les conté que solía recorrer los bares de la ciudad durante tres días antes de irme a algún otro sitio.
Tenía previsto viajar en un par de días a un camping por la zona de Punta Umbría en Huelva.
Ellas desconocían esa zona, eran de Ámsterdam, Holanda. La rubia era más alta que yo y se llamaba Agnes y la otra más bajita se llamaba Anneke.
Les conté que era una zona magnifica la desembocadura del río Piedras, que dejaba una larga lengua de tierra que llaman Barra de Terrón o de El Rompido, que se alarga una decena de kilómetros hasta las inmediaciones de Punta Umbría, separando el océano del curso del río.
Habían comido bien en el local y ellas pidieron unas copas de crema de whisky. Yo pedí un Sol y Sombra que me sirvieron de inmediato.
Ellas se quedaron estupefactas de oír ese nombre, y pidieron lo mismo sin saber qué era.
El camarero apareció con tres copas gigantes y las cargó mitad de coñac mitad de anís con tres cubitos de hielo, una bebida magnífica para romper la tensión y relajarse.
Sin darse apenas cuenta se relajaron y se reían a carcajadas de cualquier ocurrencia.
Parecían entenderme a pesar de que no sabía ni papa de inglés ni ellas papa de español, nos entendíamos fácil de cualquier manera, y llegado el momento me pidieron ir juntos a ese sitio tan hermoso.
Decidimos irnos a Sevilla y pedimos un taxi en recepción. Regresamos bien cargados. Nos habíamos divertido muchísimo y caminábamos agarrados por el camping, casi sin gritar para no despertar a la gente a esas horas de la madrugada.
No pudimos evitar las risitas y los besitos entre los tres. Fui al baño a orinar y cuando volví, abrí mi tienda de campaña para echarme a dormir.
Agnes y Anneke me agarraron y me metieron en su tienda y dormimos juntos el resto de la noche y parte del día.
Por la tarde cogimos un tren a Huelva y llegamos tan tarde que no había autobuses en dirección a Punta Umbría, y tampoco hacia El Rompido.
Las holandesas preguntaron a un taxista y al final este les hizo una oferta que aceptaron.
Llegamos de madrugada al camping Catapún de El Rompido, vimos la luz tenue de recepción, y el vigilante nos dijo que accediéramos, que montáramos la tienda de campaña y a la mañana siguiente rellenáramos las fichas de acceso por la mañana.
Montamos la tienda y nos dimos cuenta que teníamos mucha hambre, que no habíamos comido nada en todo el día.
Ellas tenían un huevo, un camping gas y una sartén. Hicieron el huevo, lo partieron en tres partes y lo devoramos. Después nos metimos en la tienda de campaña y dormimos hasta el mediodía.
Rellenamos las fichas y compramos comida en abundancia para comer antes de ir a la playa.
Cruzamos la carretera de El Rompido y descubrieron el paraíso.
Corrimos entre los árboles por encima de la arena para llegar a la orilla. Nos bañamos en el agua dulce mezclada con salada y admiramos aquel espléndido paisaje lleno de luz y olores oceánicos.
Por la noche acudimos a una fiesta en la playa y cuando todos se dispersaron nos quedamos los tres solos. Agnes y Anneke hablaron en su idioma sin que yo pudiera entender nada.
Asombrado, Anneke que hablaba mejor español, me dijo que estaba muy cansada y se iba a dormir. Y se fue.
Me dejó a solas con la gigante rubia Agnes, que despertó mi pasión amorosa. Me abracé a ella y al cabo de un rato me dijo que quería tener un hijo mío.
Yo me asusté. Pareció que el corazón me fuera a estallar. Me sentí horrorizado y yo la observé muy apesadumbrado.
Yo solo tenía veinticuatro años y no había decidido qué hacer con mi vida. No acepté que Agnes me presionara sin darme ninguna oportunidad de decidir.
Me rebelé a la idea de que alguien pudiera decidir mi futuro. No conseguí de Agnes ninguna disculpa y su forma de actuar me torturaba.
Volvimos al camping de inmediato, saqué mis cosas de la tienda donde supuestamente dormía Anneke y me sorprendió que estuviera despierta.
Sentí mi pecho oprimido y desorientado, caminé por el camping hasta que decidí montar mi tienda alejado de ellas lo suficientemente lejos para poder respirar.
Se me caían las lágrimas lleno de pesadumbre. Sentía cansancio y la petición de Agnes me había cruzado los cables.
Cuando terminé de montar coloqué todo dentro, cerré y me quedé dormido de inmediato.
A la mañana siguiente hice una llamada telefónica en la recepción para que me enviarán dinero al camping. Pensaba irme en cuanto lo recibiera.
No podía aguantar la idea de que alguien se tomase la libertad para decidir mi destino manipulando mi vida como le diera la gana. Fui al supermercado y hice acopio de comida.
Cuando estaba dentro de mi tienda poniendo en orden lo comprado, apareció en la puerta Agnes y me pidió permiso para entrar.
Enfurecido, mi reacción fue inmediata y fulminante, a tal modo que me sorprendí de mí mismo. Nunca esperé contestar de esa manera a Agnes ni a nadie.
Grité con contundencia un NO rotundo en la cara de Agnes agobiado por la situación.
Vi el ceño fruncido en el rostro de Agnes que ahora también sufría y le pesaba como una losa la situación. Prácticamente la eché.
Mi reacción fue inmediata. Salí fuera de la tienda de campaña, quité las estacas y la arrastré para poner más distancia entre ella y yo.
Fue un momento verdaderamente agobiante que intenté liberarme de aquella persona que me presionaba y me castigaba.
Anneke, posteriormente intentó mediar entre los dos. Sabía que necesitaba dinero para irme y entró por ahí para decirme que ellas podían prestarme dinero.
Lo rechacé. Le conté a Anneke lo que pasó con Agnes en la playa y ella intentó justificarla y disculparla.
La conversación me dejó clara la evidencia de que Agnes no entendía de arrepentimiento sino que pretendía coartarme mi libertad de decidir por imposición.
Pasaron los días mientras esperaba la llegada de mi dinero y Agnes nunca me pidió perdón. Nunca se disculpó.
No sería la primera vez que intentó que la dejase pasar dentro de mi tienda de campaña para hablar.
A los pocos días recibí mi dinero. Desmonté la tienda y preparé la mochila para irme. Pagué mi estancia en el camping antes de dirigirme a la parada del autobús.
Entonces quise devolver todo mi sufrimiento a quien me lo había causado.
Pasé por la tienda de campaña de Anneke y Agnes, y no estaban. Miré en el bar y tampoco. Fui a la playa y las vi sobre la arena a lo lejos. Empecé a andar por la orilla y tardé un buen rato en llegar a ellas.
Me vieron llegar desde el principio y cuando llegué, amablemente les dije que me iba, le di un beso a Anneke que ella no rechazó.
Le di un beso a Agnes en todos los morros sintiendo sus labios ardientes que para mi sorpresa tampoco rechazó.
Observé su cara pálida con aspecto mortecino y sus grandes ojos recibiendo toda la tensión de vuelta, di la vuelta y de repente, en vez de irme por donde había venido, le dije que sí quería tener una hijo con ella.
Agnes se puso a llorar como una loca, me arrojaba arena en la cara y me daba patadas, hasta que se cayó encima mía sin poder levantarse y la abracé.
Le besé su cabecita y ella se quedó abrazada a mi pecho escuchando mi corazón. Ni siquiera la interrumpí.
Días más tarde se iban para Holanda y yo me marché con ellas a vivir lo que me deparara la vida.

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