Algunos amigos pensaban que estaba mal de la cabeza.
Eso a finales de los años setenta.
Con solo dieciocho años, tenía muy claro lo que quería para mí.
Sabía dónde quería ir.
Escogí la senda más difícil.
Me alejé de las burlas femeninas y de las amenazas masculinas.
En aquel entonces me cerré.
Me daba igual ser considerado un don Nadie.
Decían que era un egoísta de los pies a la cabeza.
Pero mi madre, que me educó, supo enseñarme bien con sus silencios
Siendo un engreído a mi manera, nunca me dejé controlar.
Durante los últimos cuarenta y cinco años, he hecho lo que he querido.
He ido donde he querido.
He vivido donde he querido.
Y me relacioné con tantas mujeres, que perdí la cuenta.
Desperté completamente solo en medio de paisajes infinitos.
Observé como nunca la luz de las constelaciones y las estrellas fugaces.
Me colgué al filo de acantilados en atalayas de montañas inaccesibles.
Estuvo muy lejos de cualquier lugar poblado.
Sentí que era un ser minúsculo en un cuerpo candente.
Una hormiga en medio de un paisaje espectacular.
Dormido o despierto, siempre observador.
Sin ninguna fauna que me molestara.
Desolado tan profundamente y a tal modo,
que no existe ningún beso ni sonrisa de mujer, que pueda consolarme.
Allá donde fui, nunca sentí miedo, nunca pasé hambre,
ni frío, ni amor ni desamor.
Tan sólo decepción, furia y enojo.
Frustración por no poder llegar aún más lejos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario