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sábado, 1 de noviembre de 2025

La noruega gilipishi de la universitetet

Cuando dejé a la Toñi con sus ataques arqueológicos neuronales, con el tiempo me pegué a la noruega Camilla, una amiga cuyos padres, actriz y fotógrafo en su país, eran propietarios de un apartamento vacacional. 

No llegué a tener relaciones con Camilla, algún magreo que posteriormente le hice pagar, gracias a mi sordera hice oídos sordos a la petición de la madre de conectar conmigo, cerrándole la puerta y poniendo equidistancia. 

Lo peor cuando rompes con alguien es que no acepta que la has dejado y se dedica a interferir en el posible romance o relación que pudiera surgir entre Camilla y yo, que ya sabemos que duraría solo unos días. 

Sin embargo, mi relación sin triki-triki con la noruega duró dos años de amistad en los que tuve que aguantar  las interferencias de la Toñi, viniendo al pueblo a sesenta kilómetros desde Málaga a molestar. 

Una tarde decidí bajar a la playa, pensaba tomar una cerveza en el merendero después de bañarme, pero en la orilla estaba ella emporrada, miré hacia el merendero sin poder ver con quién había venido. 

Lo cierto es que la veía fuera de sí y ni me acerqué a ella de la misma manera que ella no se acercó a mí. 

Para nada iba a soportar sus delirios ni permitir sus agresiones, que me hacían intuir que nunca tendría tranquilidad conviviendo con una amargada. 

Me bañé, estuve un buen rato tendido en la arena, me volví a bañar, me vestí y no fui al merendero a tomarme una cerveza.

Evité quedarme sentado dando otra oportunidad a la Toñi, que me miraba a pocos metros intentando captar mi atención. 

Así que subí la cuesta de la playa y me fui al cortijo para bañarme, comer algo antes de anochecer y irme al pueblo a recorrer los bares, buscando amigas ahora que no estaba la noruega. 

La gilipishi había cortado con su novio de toda la vida, y este se había casado con otra mujer mucho mejor que ella. 

Pasaron las semanas y la Toñi seguía viniendo a pesar de que no era época de playa. 

Una tarde estaba viendo la tele en un bar a eso de las cuatro, y de repente el dueño me dice: "Ha venido la malagueña". 

Y yo ni capté la indirecta, sin saber a qué se refería, subí los hombros y seguí tomando mi café y viendo la tele. 

Cuando me desplacé a la barra, vi que la Toñi estaba con su familia y un amigo de su madre en la terraza, comprendí entonces a qué se refería eso de que "Ha venido la malagueña".

Me situé en la esquina y seguí viendo la televisión, sin importarme nada su presencia, con todos sus hermanos y el nuevo amante de la madre. 

Yo vivía mi vida y ella no debía interferir. 

Era un clavo ardiendo, casi se pone a llorar por algo que le dijo la madre. 

Yo miraba la tele como si no los conociera. 

A la hora de pagar lo consumido, el individuo se hizo esperar haciendo el ridículo con la calderilla. 

Pagaron y pasaron por delante mía sin que yo les prestara atención. 

Se fueron y yo continué tomando el café de la tarde. 

Me di cuenta que usaron a mi amigo, el dueño del bar, con eso de "¿Sabes quién ha venido?. Ha venido la malagueña". 

Ya que mi relación con ella en Málaga la cerré y en el pueblo no sabían de ello. 

Es un ejemplo de ridícula hipocresía. Si yo hubiera hecho eso, habrían llamado a la policía. Ya lo he vivido. 

Sin embargo cuando un hombre dice no, se dedican a interferir incluso cuando estoy tomando café, de la misma forma que un individuo del pueblo que había tenido amistades con Camilla y su ex novio de Nerja, una noche que Camilla y yo subíamos al apartamento de ella, vino a molestar.

El individuo creyó tener derecho por su anterior relación con el pastelero, se propuso entrometerse y quiso subir con nosotros a tomar unas copas.

Yo no quería a semejante perro del hortelano con novia en mi entorno.

Me quedé callado sin interferir en lo que hablaban Camilla y él, a la del corazón  roto le costó tomar una decisión.

Estuvimos con esa tensión un buen rato hasta que ella dejó de esperar mi silencio inteligente, para decirle a su amigo íntimo "Hoy no, otro día".

Y nos fuimos para arriba. El pavo se tuvo que volver a su casa sin bebida gratis. Y yo me dediqué a aguantar a la gilipishi con el corazón partido esperando tiempos mejores. 

En la terraza, mientras cenábamos, me dijo que alguien le había dicho que yo  era gay. 

¡Ahí está la interferencia!. La Toñi entrometiéndose. No me extraña que el individuo se quisiera entrometer, era del mismo grupo de viejas amistades del anterior novio de la malagueña, todos fumetas. 

Las faltas de respeto dicen mucho de quién tienes delante.



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