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miércoles, 12 de noviembre de 2025

Gran sonido ensordecedor, poema sin alma

 Gran sonido ensordecedor

que me llena los oídos

y no dice nada.


Infinita es la vida

aún la muerte siempre presente,

porque en el camino

más allá de la esperanza

el espíritu prevalece

verdadero y fuerte.


¿Quieres vivir?.

¡Vivencias te deseo!.

A ti que te crees mucho

y no eres nadie,

sino uno más entre nosotros.


Sublime coexistencia

del ser, del querer o no,

y solo al fin

bulle tu pensamiento

y balbucea palabras

antes de perecer.


Tiene que ser lo que

cada uno quiere ser,

en una sociedad

en la que personas

que no se conocen a sí mismas

impiden que otros sean

lo que quieren ser.


Sin piedad en la vida

es el lema de unos pocos,

y los impíos serán

los convidados de la gloria

como los desheredados del poder.




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martes, 11 de noviembre de 2025

Benito, el trabajador eventual de un pueblo de la montaña del Pirineo

Soy Benito y os quiero contar que llevaba varios años viviendo en una habitación de una gran casa familiar, La Casona.

Soy un trabajador eventual cuya eventualidad se me extendió por varios años porque me consideraban un gran trabajador.

Esto me procuraba seguir trabajando y que cuando terminaba un trabajo me salía en otro en otro sitio.
Cada cierto tiempo me tomaba una semana de vacaciones para renovar las ganas de trabajar y viajaba más de mil kilómetros para pasar unos días viendo a mis padres.

Alquilaba un coche por una semana y me iba recorriendo todo el país. Había vivido durante mi temprana juventud en otros lugares antes que donde vivía actualmente. Aprovechaba para visitat personas que conocía desde entonces y cuya amistad estimaba.

Los días de descanso en el trabajo con puentes festivos tal vez me iba del pueblo. Cogía el autobús a la capital de la comarca o a la gran ciudad y me hospedaba en algún hotel por varios días.

A veces, la señora de la Casona me invitaba a comer con toda la familia. Yo que soy un solitario desde joven y tengo treinta años, pasaba de las rencillas existentes en la familia de la señora, evitaba los roces familiares mudi y callado sin entrometerme.

Siempre he huído de estos asuntos porque los he vivido muy fuertes y graves. Seguía siendo soltero y sin compromiso por la misma cuestión, para ir donde yo quisiera sin dar cuentas a nadie.

Un día estaba en la capital de la comarca y me encontré con la hija de la prima de la dueña de La Casona, una joven que creo que terminaba su último año en el instituto antes de acceder a la universidad.

Como éramos amigos invité a Lola a un café y hablamos un buen rato de cosas sencillas y banales. Ella estaba en su hora de descanso del instituto y me contó que estaba en el último año y que en la universidad estudiaría farmacia.

Yo estaba de compras de pocas cosas necesarias y coger el único autobús al día que había por entonces que salía por la tarde para volver al pueblo.

Lola dejó claro que pensaba estudiar farmacia en la universidad una vez terminado el instituto.
Tuvimos una conversación de apenas media hora que me contó que por la tarde cogería el autobús para ir a su pueblo. Sus padres solo iban al pueblo de la montaña cuando las obligaciones del pueblo donde vivían se lo permitían.

Tenían una casa propia varias calles alejadas de La Casona y era la madre la que tenía sus orígenes en el pueblo de la montaña.

La familia pues está muy repartida por la comarca y más lejos, incluso en Barcelona, porque en un pueblo pequeño sin recursos que repartir excepto la ganadería solo crea emigrantes para recibir inmigrantes temporales.

Un día llegué a La Casona con uno de mis coches alquilados para recoger equipaje y viajar a ver a mis padres, pues mi hogar está a mil trescientos kilómetros de La Casona.

La dueña de la casa estaba en el salón hablando con su prima, la madre de Lola cuando yo me disponía a subir a la primera planta y bajar mi equipaje al coche aparcado en la entrada del edificio.

Entré y las saludé diciéndole a la señora que estaba a punto de irme. La dueña de la casa me hizo sentar con ellas y me relajé un rato oyéndolas hablar.

Me abstraído en mis pensamientos sin percibir que hablaban de mí. No prestaba atención a lo que decían, estaba muy relajado de lo bien que me sentía absorto en los detalles de mi inminente marcha por una semana.

De repente la dueña se alteró por las palabras que acababa de decir Lola a su madre y vi que se me quedaron mirando.

La señora me preguntó si había oído lo que decía Lola. No terminé por enterarme y me lo dijo por enésima vez con las tres mirándome cómo esperando una reacción.

Me preguntó si no me había enterado de lo que le había dicho Lola a su madre. Yo le dije que no. Entonces la señora me lo volvió a repetir que Lola le había dicho a su madre que quería "venirse conmigo de viaje."

Yo, asombrado, no sabía qué decir. Me habían puesto a prueba y tenía que salir de algún modo. Pensé rápido una solución pues la madre de Lola que siempre se había portado de maravilla conmigo, me miraba sin hablar.

Entonces, le dije a Lola que se viniese, que la invitaba. Pero ella gritó "No me deja." Y la madre hizo ademán de pegarle.

La situación no me gustaba nada. Había pasado de estar relajado y abstraído a verme en un dilema provocado supuestamente por la joven Lola.

Pero ocurre una cosa que ellas ignoraban. Yo comencé a viajar muy joven. Con dieciocho años recién cumplidos ya vivía en Benidorm totalmente solo.

Conseguirlo no me resultó gratuito. Me procuró mucho sufrimiento en forma de palizas, que se quedaran con el dinero de los trabajos donde me hacían trabajar o que me sacarán de las discotecas sufriendo fuertes castigos.

También me procuró que los compañeros de trabajo e incluso mi propio hermano, me acosaran para que me despidieran o mi padre lleno de cólera por los motivos que le contaban, me tratara con malos tratos como echarme la olla hirviendo por la cabeza, y no solo un día, sino todos los días durante meses.

Hasta que cogí una maleta, metí lo preciso y necesario y me largué cogiendo un tren a Valencia. Y desde entonces hasta aquel día. Me gané mi libertad tras sufrir en el yugo.

Así que viajar a mi ciudad y a la casa que tenía allí para ver a mis padres, era un acto de acción profundamente espiritual.

Estar tres días repartiendo mi visita entre mis padres por separados era pasar por encima de las heridas que nos separan para tener un encuentro que nos una. 

Después cuatro días, no regresaba al pueblo directamente. Me movía por todo el pais visitando aquellos lugares donde en mi largo viaje en solitario me detuve a reflexionar tanto, que de tanto cavilar dejé de ser un adolescente para convertirme en otra persona con mi propio pensamiento. Y de camino visitaba personas con quienes me unía una larga amistad.

- Si lo que quieres es venirte, te invito. Tráete un poco de dinero, coge ropa y lo que necesites - le dije a Lola.

- Mi madre no me deja!! - me gritó.

Ella dejó pretendía que yo le hiciese el trabajo. O sea quería que me enfrentase a la madre para pedirle que la dejase venir conmigo.

Lo que hice pues me dolió, pero es lo que hay. Le volví a repetir lo que hacía durante el viaje y que si quería venir pues estaba invitada.

De ningún modo iba a pedir a su madre que la dejase venir conmigo. Menos aún sabiendo que las chicas jóvenes siempre andan con el doble rasero y no sería la primera que me quiere meter en líos.

Así que esa experiencia que tengo sobre situaciones se dibujaron como escenas de lo mucho que me costó conseguir que mis padres aceptasen mi libertad y forma de vivir. Costó muchos sudores, peleas, lágrimas, palos, palizas, etcétera.

Y en ese momento una niñata gilipollas pensó que meterme en problemas con alguien que yo estimaba para que luche y me esfuerce por algo que le corresponde a ella.

Miré a la madre de Lola, una buena amiga y 
miré a la señora. Tras una pausa me dirigí a Lola con toda la claridad del mundo.

- Si quieres venirte, vente. Estás invitada. Así que si quieres viajar conmigo, habla con tu madre. Yo voy arriba y bajo al coche. Te espero.

Y abandoné el salón saludando a la señora. Subí a mi habitación a recoger mis cosas y las metí en el maletero del coche.

Volví al salón a despedirme.

- Hola, ya tengo todo en el coche. Te estoy esperando si quieres venir de viaje, sin problemas – le dije a Lola.

Pero ella miró a la madre que no se atrevía a moverse en mi presencia mirando a su hija, y cuando cerraba la puerta Lola grito:

- ¡¡Mi madre no me deja!! - y su madre hizo ademán de pegarle pero ni siquiera la rozó.

Volví a subir a mi habitación y todo estaba en orden. Bajé al coche, arreglé todo, me senté al volante, encendí el motor, y antes de ponerme en marcha toqué el claxon varias veces.

Pero ni Lola ni la madre ni la señora salieron a la puerta a pesar que esperé un momento por si cambiaban de opinión.

Así que me puse en marcha y despacito atravesé los muros del patio de La Casona, giré por la calleja hasta la plaza de la iglesia, y bajé toda la calle hasta el llano para salir del pueblo por la carretera comarcal. Así inicié mi enésimo largo viaje espiritual bien merecido tras varios meses de trabajo.

Una semana después regresé al pueblo renovado con el único objetivo de ponerme a trabajar.
Disfrutar de mis viajes espirituales y visitar a mis padres me equilibraba. Era mi vida y me gustaba con toda mi libertad.

Lo ocurría algunas veces en esos días de comida familiar a los que me invitaban en la Casona, tenía que ver con que estuviera el padre de Lola, un personaje ignorante y arrogante, imbécil y amargado.

No sería la primera vez qu
e tuve que soportar con amargura uno de sus berrinches y problemas de personalidad.

Aceptaba la invitación porque lo normal era que estuviese en su pueblo del llano pero el individuo era un sin vivir.

El energúmeno no entendía cómo podía vivir soltero y sin compromiso. Pretendía enseñarme cómo entender la vida y vivir. No podía soportar que pudiera disfrutar de mi dinero y mi trabajo, que tildaba de verdadera mierda.

 Se escondía tras la máscara un verdadero capullo que liberaba sus tensiones con personas humildes como yo. Un experto en dar berrinches como buen cornudo.

Siempre que podía según quién nos acompañaba, me daba un concierto en Sol Mayor.

Yo me portaba pasando completamente del individuo pero se volvía violento con las palabras hablando en voz muy alta que no era raro que escucharan los vecinos colindantes. En cualquier momento podía darle lo mismo un pronto que un patatús.

- ¿Cómo te ha ido el viaje? - me preguntó.

Su mujer seguramente le contó lo que su hija la víspera. La señora quiso intervenir pero su prima la hizo callar como diciendo que no pasaba nada, que solo estábamos dialogando. El berrinche del cornudo estaba por llegar.

- Habrás pensado en tu futuro ya que el trabajo que tienes es una verdadera mierda - continuó – Además me han contado lo de mi prima de Lleida que conociste paseando por las calles cercanas a la universidad.

Esto es lo que le gusta!. Eeeeehhhh!. Te ligas a mi prima. Te casas con ella y todo queda en familia. Eeeeehhh?? Qué listo eres! - me soltaba el individuo.

Yo esa chica rubia que conocí caminando ni sabía que era una de sus primas. Fue pura casualidad.
- Si te crees lo que dices vas bastante equivocado. Que esa rubia grande y hermosa sea tu prima es pura coincidencia. No la había visto nunca - le respondí.

Me entraron ganas de contarle cómo son los cuernos que le hacen tanta pupa porque ni ahora casado o nunca soltero dejaría de ser un pringado.

A veces se inflaba y parecía estallar. Sus comentarios rozaban lo obsceno.

- No te vayas por donde no. El trabajo que tienes es una verdadera mierda.
Conducir el camión de una cooperativa no pintaba nada.

Comentaba con otros en la mesa.

- Mira el Benito que listo es. No está casado. Vive del cuento. No paga impuestos al Estado.¿Cómo se entiende que un tío soltero pueda irse de viaje cuando le sale los cojones?. Porque no tiene a nadie a quien mantener. Hace falta que lo pongan en su sitio como Dios manda. Es un vividor que tiene una paga del Estado y aquí le damos trabajos de mierda.

Por supuesto no aceptaría ningún trabajo de este individuo.

La señora le volvió a regañar seriamente y lo distrajo para permitir que me fuera. El hombre echaba pestes por la boca. Eran las palabras de un verdadero imbécil, amargado y sádico.

En los siguientes años no volví a ver nunca más a Lola. Ni siquiera subía al pueblo. Su padre sigue siendo un energúmeno.

Un día decidí irme rechazando trabajos mejores. Necesitaba un año sabático.


Benito, el trabajador eventual que vivía en un pueblo en una habitación de alquiler


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Sancho, el escritor de best seller más vendido del mundo

 Sancho era el escritor más vendido del momento, el que más compraban las mujeres, el más celebrado por sus historias con tintes feministas que abogaban por la libertad e independencia femenina.

En sus libros sus protagonistas eran mujeres talentosas e independientes de éxito en su vida laboral y personal que comenzaban siendo unas simples fregonas en trabajos de servicios domésticos que se convertían en emprendedoras con muchos sacrificios y alcanzaban lo máximo siendo empresarias dueñas de su propia empresa cualquiera que fuera el objetivo de su inversión.

Sin embargo, Sancho tenía una vida oculta cuando se iba de vacaciones a un país asiático donde se le perdía el rastro. No hubo pocas veces que algún periodista avispado le preguntara dónde pasaba sus vacaciones, y la respuesta siempre venía a ser la misma: en una pequeña isla exclusiva paradisíaca que es un hotel de lujo a la que solo podían acceder los clientes ya registrados y abonados los costos del servicio.

Lo cierto es que nunca dijo qué isla era, y esto contribuía al misterio y el interés de sus lectores, en su mayoría mujeres, al culto por la fascinante vida del aclamado escritor.

En el contenido de sus libros, las mujeres eran pobres, casadas por embarazos no deseados o contra su voluntad por fuerzas mayores, pero sobretodo casadas con tipos violentos de los que sufrían abusos y palizas, maridos que o eran borrachos o drogadictos o las dos cosas, y que las molían a palos.

La segunda parte de sus historias es cuando las mujeres se independizan, se divorcian se separan o mandan a su marido al carajo. A partir de ahí empiezan a emprender, siempre con más o menos éxito pero con éxito al fin hasta el punto de ser dueña de una empresa con cientos de empleados felices de su jefa. Mujeres de éxito en definitiva, independientes en sexualidad, divorciadas, separadas y viudas increíblemente atractivas.

Sancho reconoció más de una vez que no mantenía relaciones con mujeres casadas en la vida real y que sus preferencias eran las viudas, divorciadas o mujeres sin compromiso e independientes. Toda una declaración de intenciones.

Un periodista de investigación conocido por el nombre Juancho, se propuso conocer lo que escondía el famoso escritor sospechando que dedicaba sus vacaciones a lo más obsceno que se dedicaban muchos ricos y famosos que se había sabido en los últimos años con respecto de pasar las vacaciones en países asiáticos.

Para ello, Juancho preparó una serie de detalles que le ayudarían a seguir a Sancho en sus vacaciones al otro lado del mundo. Contaba con una serie de ayudantes que eran colegas que trabajaban en esos lejanos países.

Cada uno cogería un vuelo a según qué países podría ir el escritor en sus vacaciones en caso de que no averiguasen el destino original de aquel viaje.

Pero pronto dio resultado. El escritor cogió un avión a Estambul para hacer su primera escala. Allí esperó durante un mínimo de cinco horas hasta que apareció un individuo alto y rubio que después supieron que era Helmut, un magnate alemán de revistas glamurosas sobre la alta sociedad europea.

Un par de horas después tenían sus billetes para viajar a Bangkok y accedieron al Gare tras validar los billetes y Juancho con su acompañante también. Habían acertado al elegir Bangkok pero una vez allí la cosa se iba a complicar.

Una vez en Bangkok el viaje continuó por la ciudad hasta que salieron de ella sin que Sancho y Helmut detectaran que eran seguidos.

Suchart, el acompañante tailandés de Juancho, había perdido su trabajo como vigilante de seguridad con la crisis económica en un edificio de oficinas en Bangkok, había tenido la mala suerte de toparse con un broker, que es como llaman a los agentes que venden a personas en las nutridas redes de tráfico, que le ofreció un trabajo como vigilante sin saber de qué se trataba.

Lo que supuestamente iba a custodiar resultó flotar en el agua y las tareas que le encargaron resultaron ser lo más duro que había vivido. Aún tiene sus dedos quebrados por las heridas producidas de tirar de las redes de pesca.

No existen cifras precisas, pero se calcula que miles de personas son víctimas de las redes de venta de personas o de la esclavitud y él fue una víctima sin saberlo, pues su país es tránsito y destino de hombres, mujeres y niños sometidos a trabajos forzados y tráfico sexual.

Suchart tenía ya claro dónde iban esos dos y no necesitó seguirlos de cerca con el peligro de ser descubiertos y que se esfumaran. Así se lo dijo a Juancho, "No necesario seguirlos de cerca, no necesario. Ya saber dónde van."

Y hizo que el taxi diese media vuelta para ir a un hotel cercano. Dijo a Juancho "Nosotros descansar en hotel y ir a encontrarlos mañana". Y Juancho aceptó.

En Tailandia se vive sin muchos tapujos del turismo sexual y Bangkok no es un excepción. En la ciudad se encuentra la famosa calle Soi Cowboy, una de las zonas rojas de la ciudad dedicada exclusivamente al ocio nocturno donde los turistas buscan dar rienda suelta a los sueños húmedos con una buen revolcón entre las sabanas.

Al día siguiente por la noche Suchart trajo a Juancho a una esquina en particular de la calle Soi Cowboy y esperaron pacientes más de una hora hasta que vieron llegar a Sancho y Helmut. Los dejaron pasar sin ser vistos y los siguieron de cerca un buen rato hasta que en la puerta de un club los vieron preguntar a un individuo por alguien. Al rato los dejaron pasar por un callejón controlado por dicho individuo y otros dos.

Salieron al rato largo y esperaron allí mismo la llegada de un automóvil cuyo conductor llevaba a tres pasajeras. Sancho y Helmut subieron al coche y por suerte no lo perdieron de vista porque había mucha gente y el coche marchaba lento, lo que les permitió encontrarse con un taxi libre y se subieron a él.

Tras un rato por la ciudad siguiendo al coche sin despertar sospechas. Llegaron a un muelle con yates de alquiler para una travesía de lujo privada por el río Chao Phraya. Salieron del coche las tres mujeres y el conductor, que seguramente era el proxeneta que las guardaba, y subieron a un yate a punto de zarpar.

Cuando la embarcación zarpó se apresuraron en subir a aquel muelle y alquilar rápidamente una barca tradicional tailandesa para seguirlos y lo consiguieron aunque el individuo que lo conducía se mostró lento y demasiado tranquilo.

Tras más de una hora de recorrido por el río el yate se detuvo y echó anclas lejos del bullicio de Bangkok. Suchart le dijo al barquero que fuese más lento y que no hiciese ruido. Tardaron veinte minutos en acercarse lo suficiente al yate para oír los gritos y los llantos de las mujeres.

Juancho vio que el conductor proxeneta del automóvil se encontraba a babor fumando sin meterse en lo que acontecía en el interior y mandó ir por estribor sin hacer ruido acercándose poco a poco al yate donde se oían golpes y gritos terribles de las mujeres y la rabia de los hombres.

Pronto alcanzaron el yate y subieron y Juancho se quedó paralizado. El conductor proxeneta los vio pero volvió su rostro hacia babor como si no hubiese visto nada y continuó fumando como si tal cosa. Suchart empujó la puerta para abrirla pero estaba cerrada por dentro, así que sacó su machete, lo metió entre las dos puertas con fuerza y lo movió para arriba abriéndolas.

El espectáculo era dantesco y Juancho comenzó a hacer fotos de aquellos dos degenerados con todo tipo de artilugios dando una paliza a tres muchachas, jóvenes que lo mismo no tenían quince años, contratadas para satisfacer sus deseos de lujuria sexual, mujeres niñas en manos de una trata de blancas que ignoraban lo que les iba a pasar en aquel yate.

Sancho se quedó paralizado pero Helmut corrió hacia Juancho para agredirle e impedir que siguiera haciendo fotos. Pero Suchart hizo que desviara la atención hacia él y cuando Helmut se le acercó, Suchart apuntó para arriba y lanzó una bengala de auxilio que se elevó en la oscuridad de la noche iluminando la situación del yate por muchos kilómetros a la redonda, lo que quiere decir que en pocos minutos estarían rodeados por las patrulleras de la policía que enseguida empezaron a brillar a lo lejos surcando la distancia a toda velocidad.

Juancho, llorando, siguió haciendo fotos de la sangre por todo el yate y del rostro de las niñas mientras Suchart y el barquero les quitaban las amarras de las manos y de los pies. Las recogían del suelo y las acomodaban en el yate llenas de heridas e inflaciones por todo el cuerpo.

El conductor proxeneta del coche miró el espectáculo desde cubierta y no entró. Apoyó su cuerpo en la baranda de babor y se encendió otro cigarro.

Sancho, el escritor de best seller más vendido del mundo con una vida oculta más oscura que el negro de sus libros


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lunes, 10 de noviembre de 2025

Los amigos más estúpidos de la playa de Maro

 Nunca me reprocho nada de lo que he vivido. 

Las circunstancias que han podido conmigo, las he dejado correr

Y las vivencias que he podido controlar, las he tirado a la basura con rapidez.

En Maro he vivido muchas cosas buenas que merecen ser contadas. 

En Nerja he vivido cosas fascinantes que algún día escribiré.

Te hablaré de ciertas personas que se cruzaron conmigo a lo largo de mi vida, para involucrarme en situaciones retrógradas.

Hubo una época, que siempre me encontraba con el mismo par de amigos.

Para mí personalmente, son parte de ese grupo de personas que me podían involucrar en problemas.

Son especímenes amargados que, a duras penas se comerían una almeja.

Ni queriendo ni sin querer, eran fumetas de pasarse el santo día con un porro en la mano.

Eran hijos de buenas familias del centro de Málaga. Los conocí en la playa durante mis largos veranos.

Se emborrachan fumando porros, y me sorprendían saber que trabajaban en instituciones administrativas.

Hubo temporadas que me los encontraba en cualquier parte de la ciudad, como si supieran dónde iba a estar en ese momento.

Y toda vez rompieron lo que yo tenía proyectado para ese fin de semana. 

Era como si alguien los enviara para estropear lo que tenía pensado hacer en solitario.

Cuando me cruzaba con ellos, las cosas no salían bien, ni siquiera mis cortejos a alguna chica guapa que acababa de conocer.

Hacían añicos mis conversaciones haciendo que perdiera oportunidades.

Querían hacerme creer, que no era un chico bello con un cuerpo espléndido.

Cuando me los encontraba por Málaga, me convencían para ir a Maro a ligar.

Eran simpáticos, enrollados, y en la época que se podía acampar en la playa, compartimos de todo.

Uno de ellos, se relacionó con una mujer viuda que tenía tres hijos y entró a trabajar en Correos.

Aquello lo cambió, y el colega llegó a tener una larga crisis existencial.

El otro amigo, también se enganchó a una relación. 

Se hizo vigilante forestal y fue enviado a una sierra granadina.

Estuve largos años largos sin encontrármelo.

Cuando regresó, encontré a un hombre mentalmente desequilibrado. 

Nunca volvió el hombre amable que conocí. ¡Ya no existía!.

Lo veía reírse totalmente descolocado. Fumaba como un tren expreso un porro tras otro.

El día que quedamos, fuimos a Nerja y a  Maro, y vuelta a Nerja, siempre con el coche envuelto en humo.

Yo esperaba tener tiempo para enrollarme con algunas bañistas en la playa. 

Pero ellos no estaban por la labor. 

Cuanto más pensaba que conoceríamos a un grupo de chicas para invitarlas a los bares y la discoteca en Nerja, viéndolos fumar sin parar, sin quedarnos en un sitio fijo, más se derrumbaba nuestra amistad.

Hacía años que no me habían pegado una paliza semejante. 

Estuvieron todo el trayecto de ida y vuelta sin dejar de fumar y el coche lleno de humo.

Respiraba humo a pesar de tener las ventanas del coche abiertas de par en par.

Me amargaron el día con una película de terror. El horror que sentí me dejó tocado.

Normal que por causas como esta, mi naturaleza sea la de una persona solitaria e independiente. 

Los fumetas viven en contra de mi naturaleza. Más aún siendo un inquieto deportista.

Tengo muy malos recuerdos de mi pasado, de cuando fui un fumeta. 

Sufrí igualmente la desidia de muchos amigos que también eran fumetas. 

Me di cuenta que era una persona diferente. 

Fumeta o no, todos me cerraban las puertas.

No tuve amigos con los que valorar una amistad. 

No soy aburrido ni un amargado, pero todos cambian cuando cuando se unen en compromiso.

En cuanto tienen una relación se huelen los calzoncillos y las bragas.

Empiezan a trabajar y se sienten diferentes. No dejan sitio al extraño.

Fuimos amigos durante décadas hasta que se casaron.

Y ya no tuvieron tiempo para los amigos. 

Sus amigos eran los amigos de su mujer.

Casualidad no es.

Supuse que alguien los mandó a amargarme la vida. 

No hubo quedada la próxima vez. 

Les dije lo que pensaba, los cuadré y los mandé a la mierda.

Nunca me los he vuelto encontrar por Málaga, ni siquiera en los crudos inviernos.

Tampoco me los iba a encontrar ascendiendo montañas. 

Ni en los Pirineos nevados, ni en los Alpes franceses, ni en la Sierra de la Estrella portuguesa.

De hecho nunca me los encontré más. ¡Qué raro!.

No gastaría mi dinero en invitarlos en un bar.

Prefería ahorrar para largarme bien lejos de casa, subir montañas y cruzar macizos montañosos yo solo.

Pasaba los largos meses invernales de viaje para volver con la primavera a la playa de Maro.

A plantar mi tienda todo el verano.

En cuanto me rodeaba algún tipo de fumetas, abandonaba el grupo. 

Y años después, volvía para acampar en el cortijo de mi gran amigo Paco.

Esos amigos que me decían "¡Vamos a Maro a ligar!", fueron mi pesadilla.

Yo era un bribón vividor que odiaba el olor de los porros. 

Prefería ser un bribón de playa antes que aguantar el olor de los fumetas. 

Los odio con toda mi alma. 

Aún más siendo un bribón de éxito.

Las agendas donde escribía mis poemas siempre estaban cargadas de nombres femeninos, teléfonos y direcciones que me dieron mis amantes. 

Agendas y calendarios se llenaron convertidos en libros de literatura y datos personales de mujeres preciosas, a las que escribía cartas llenas de poemas. 

Fui bribón de playa en Bernalmádena Costa con dieciséis años, a mitad de los años setenta mientras trabajaba de pinche en el hotel Rubens. 

Las hermosas playas del Arroyo de la Miel, la zona de los Maite, el castillo Bil bil, los bares disco de la playa de Santa Ana, la discoteca del hotel Balmoral y la de Los Patos. Nadie me pudo parar.

Y años más tarde en las playas de Maro y Nerja, en el desaparecido camping de Salobreña y en toda la costa hasta Almería, y a mediados de los años 90 me inicié en el atletismo.

Mis amores fueron amores de verdad con sabores de dulce locura.

Respondí con rabia a energúmenas que sin ninguna relación, buscaron meter sus faldas para adueñarse de mi vida.

Cuando iba a algún lado, siempre encuentraba mujeres sin hacienda, con malas intenciones. 

A veces, cuando lo comento con algún vecino, la respuesta que percibo es de individuos que no mandan en sus casas. 

Las mismas características que los fumetas. 

Vivieron una vida de solteros amargada, y cuando entraron en una relación, sufrieron la panacea mental de sentirse auténticos iluminados. 

Es obvio ver quién decide vivir en una jaula. Uno de mis vecinos, cuando me lo encuentro yendo al supermercado, casi siempre me cuenta que se quiere independizar de su mujer. 

Es evidente como trona el aburrimiento en las cabezas. La misma historieta que los fumetas cuando me invitan a Maro con intención de ligar.

El horror se dibuja en mi rostro durante horas en la playa, sin tiempo suficiente para entablar amistad con algún grupo de chicas guapas, observando los colocones.

Dejé de fumar a la edad de veinticinco años por un colapso que sufrí tras ascender una montaña en Asturias. 

Lo que sufrí me cambió, y durante meses el odio contra la gente que fuma, fue creciendo exponencialmente, en la misma proporción que los monos que me daban.

Obligado a soportar los olores de los porros estallé. 

"Me llamáis para ligar, gasto mi dinero en bebidas y lo único que hacéis es fumar porros. Cada vez que tenemos una oportunidad de conversación con chicas cambiamos de playa. Me quité a los veinticinco años de fumar. Contad que ya no volveré a ir con vosotros a ningún sitio." 

Es bueno decir adiós a esos individuos tóxicos que tienen compromisos y van por la vida dando lecciones.

Nunca volví a ir con ninguno. Cuando me los encontré, siempre les di largas.




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domingo, 9 de noviembre de 2025

La leyenda de la playa de Maro

 Puede decirse, que prácticamente me eduqué en las playas de Maro. 

Con apenas 18 años empecé a ir a la Caleta asiduamente para escapar de las presiones de la vida diaria en Málaga. 

Tener 18 años hace referencia al año 1979-80, que fui con unos amigos de la plaza de Bailén a la Caleta. 

Estuvimos todo el fin de semana hasta que ellos se volvieron a Málaga y yo por primera vez en mi vida me quedé allí.

Estuve dos semanas prácticamente solo, enfrascado en pensamientos y vivencias de la niñez que resurgían tras muchos años subterráneos.

En la Caleta revivía los años que pasaba los días en mi playa de Almería, desde que venía de la escuela hasta que anochecía. 

Durante muchos años, personas de mi entorno pensaron que yo revivía traumas, hasta tal punto que los muy necios, hoy lo siguen pensando.

Cada cual vive alineado con sus hipocresías intentando dar lecciones de cómo tengo que vivir.

Nunca me preguntaron porque nunca quisieron entender, que no me dejaría arrastrar por nadie. 

Nunca dije que compartiría el dinero de mi trabajo para sostener estructuras que nunca estuvieron en mis planes. 

Me querían tanto, que creyeron que vivía en la playa por los traumas que ellos parecían y de los que yo estaba totalmente liberado.

No tenía nada que perder. La playa y el sonido de las olas. La tremenda soledad insoportable para personas con la vida ocupada por los problemas cotidianos.

Los más, tuvieron la idea de irse a vivir con alguien, y a la vuelta de los años romper para intentarlo con otra persona, para romper y intentarlo con otra persona.

Yo lo tuve más claro. Relaciones de una semana y adiós muy buenas. Sin dejarme arrastrar y sin dejar que me pillaran los dedos y me involucraran en proyectos sin salida.

Toda mi lucidez se gestó en la playa de Maro, donde escribí el 80% de mis poemas, repletos de luchas por mi supervivencia y por mis sueños.




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sábado, 8 de noviembre de 2025

El restaurante Cueva Sol de José Muñoz en Maro

 Hay dos partes de mi vida que me resultan espectaculares. 

La primera es siendo un chaval muy calladito que evitaba conversaciones fuera de todo, y estallaba peligrosamente como un viento huracanado, defendiéndome con desagradable actitud silenciosa.

La segunda nació a raíz de que el grupo de alcaldes secretos de la Villa de Maro me ordenaran un día del año Equis, prácticamente obligándome, a sentarme con ellos a la mesa, a escuchar sus conversaciones vespertinas, con los ojos bien abiertos y los oídos atentos a cada detalle de lo que decían, contando que tengo déficit auditivo.

A partir de las enseñanzas de Campillos Zorrilla, José Muñoz, Pulido y algunos más, que llegaban al Cueva Sol en las primeras horas de las mañanas antes de ir a sus invernaderos, aprendí a discutir. 

Entonces mi vida dio un vuelco y se partió en dos.

Una, fueron tiempos en que cualquiera que se sentara, se iba con un fuerte dolor de cabeza para un solo día, tras una  conversación donde intentó chulearme.

La dos, los tiempos en que cualquiera que venga con ganas de debatir en una conversación, se va con dolor de cabeza para una semana entera. Y que procure no volver a sentarse a mi lado en mucho tiempo. 

¿Qué quieren que les diga?. Yo pienso que estaba mejor calladito y saltar como un viento huracanado sin decir ni hola.

Como pueden suponer, me enseñaron los mejores maestros en debate y discusión, al fin de no caerle simpático a nadie.

Algunos ya saben quiénes son las personas a la que me refiero porque sienten por ellas la misma amistad y admiración.

Para mí eran los alcaldes secretos de la Villa de Maro, donde se hablaba de los problemas reales. Ese era el bar restaurante Cueva Sol. 

Allí llegaba un servidor por las mañanas justo a la hora que habría mi amigo José Muñoz, su hija o su señora, a eso de las nueve de la mañana, y allí en la terraza podría seguir escribiendo hasta las dos de la tarde.

Un buen pan con mantequilla y una buena taza de riquísimo café con leche para empezar a escribir. 

A eso del mediodía uas cuantas cervezas y alguna copita de Sol y Sombra, para pasar otro rato en la esquina de la terraza escribiendo las horas muertas.

Esto fue así durante décadas, incluso cuando existía el bar El Guapo en la entrada este de Maro. 

Después, cuando El Guapo cerró, me cambié al Cueva Sol, que estaba en la entrada oeste de Maro, que ya nos conocíamos de muchos años, y para mí, José Muñoz, siempre fue un grandísimo amigo, una persona culta y muy elegante.

A primera hora de la mañana también llegaba Campillos, un señor con una cultura impresionante, siempre con una enorme sonrisa en su rostro. 

Era el dueño de un cortijo a la salida de Maro en dirección a Almería, al borde de la vieja carretera nacional, donde iba a hacer sus faenas diarias tras pasar por el Cueva Sol.

José y Campillos. Campillos Zorrilla y José Muñoz fueron durante años, el eje de mi aprendizaje para especializarme en dolores de cabeza espectaculares a charlatanes de a tres pesetas o gentuza que buscara engatusarme.

Campillos era el que me enseñó a provocar dolores de cabeza Cum Laudem. 

José Muñoz, era el maestro de los dolores de cabeza de nivel psiquiátrico, los que pueden dar dolor de cabeza de por vida.

Toda la gente de Maro que me conoce, me veían cada mañana en la esquina de la terraza escribiendo.

Yo escribía desde poemas a pequeños relatos. Y cuando no escribía, me dedicaba a leer.

Casi siempre estaba solo, escribiendo o leyendo. Y cuando estaba con acompañantes lo mismo.

Todo cambió el día que se les ocurrió no dejarme ir a la terraza solo.

Cuando pedí el café en la barra me habían cogido los bártulos y lo trajeron a la mesa donde ellos se sentaban. 

Me tuvieron varios días con los ojos como platos, oyendo lo que hablaban y lo que discutían. 

Una mañana que discutían me pidieron mi opinión. Di mi opinión y José me miraba sorprendido y Campillos se reía muy guasón de la cara que puso José. 

Las risas retumbaron en el local. Y como casi siempre, estaba Pulido, que también se reía aunque era más comedido. 

El hermano de José, el dueño del Cueva Sol, era policía municipal de Nerja.

Llegaba al bar cuando el trabajo le permitía y después se dirigía a su cortijo, situado por un carril a la derecha en la cuesta de bajada de la carretera nacional de Almería al río de la Miel.

Había que subir un cerro en los acantilados muy abrupto que da al mar.

Me gustaba sus opiniones sobre personas y gente muy peligrosa con quienes era preferible no tratar. 

Las reuniones vespertinas de los alcaldes secretos de la Villa de Maro, pedanía de Nerja, Málaga


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viernes, 7 de noviembre de 2025

Pink Floyd: El alma de la música experimental en evolución

No suelo leer post que hablen de Pink Floyd por no aguantar las chorradas de cientos de expertos de sillón que viven de darle a la lengua. 

Desde que la codicia y las ambiciones de Roger Waters, David Gilmore, Rick Wright y Nick Mason chocaran entre sí, el nombre de Pink Floyd fue hundido en el fango por la desidia de los Floyd contra Pink. 

Con los años se ha demostrado que los Floyd (Gilmore, Wright y Mason), nunca fueron mejores que los Pink (Roger Waters y Roger Barret).

No entiendo por qué David Gilmore se hizo dueño de la marca, cuyo dueño tendría que ser el que le puso ese nombre, Syd Barret.

A Gilmore los egos le han gastado un severo castigo que ni él mismo quiere reconocer.

Por muy virtuoso que sea con la guitarra, sin el teclado de Wright no suma, y su mujer Samsom escribe letras nauseabundas que nunca hemos tragado pinkfloydianos de verdad.

La música de Pink Floyd sin los Pink, no pasan la criba de mediocre ni con el sonido obtenido con los arreglos de compinches. Suena a porquería instrumental.

En el disco "The final cut" se siente en profundidad la poca conexión de los Pink con los Floyd, objetos de la avaricia.

Posteriormente el virtuoso Gilmore pensó que superaría la capacidad de composición y las letras de Waters, como si la capacidad y el talento se pudiera estudiar y conseguir.

El tiempo ha puesto a David Gilmore en su sitio, que es menos virtuoso sin Wright y ambos son menos virtuosos sin Roger Waters.

Gilmore seguramente creyó que la letra de su mujer sustituiría la grandeza de Waters, y que cualquier musiquete de estudio podría componer las hermosas canciones de Roger Waters y Sid Barret. ¡La cagada aún perdura!.

La música de los Floyd desde el año 1985 en adelante, solo ha obtenido el bote y la calderilla.

Para mí Pink Floyd no existe desde que David Gilmore se quedó con el nombre y los Floyd empezaron a sacar discos mediocres como A momentary lapse of reason y The división bell.

Lo de Endless End fue echar escombros sobre Pink Floyd.

Obviamente los Floyd tuvieron que incluir en el repertorio forzosamente las composiciones de los Pink para triunfar en sus conciertos.

Y es por eso que Gilmore, Wright y Mason siempre llevaron los arreglos y las letras de Waters.

Con los temas de los discos pos Waters los conciertos eran una porquería a la altura de cualquier banda chillona.

Ningún sobrevive sin los toques de teclado de Wright, lo mismo que sin los solos de Gilmore, pero sin Waters, con las letras de Samsom y otros intrusos, la música de los Floyd es de diarrea mental. 

Pink Floyd era el enorme compás de los teclados, los toques de guitarra virtuosos de Gilmore, pero aplicados en el sitio correcto de las melodías que compone Roger Waters. 

He visto intrusos con el nombre de Pink Floyd, destrozando la música como perros.

Una jauría de ignorantes mundial llamando rock progresivo a la música psíquica experimental. ¡Mis cojones!.

Y mientras, los viejetes estos, con 80 años, que un día fueron Pink Floyd, siguen metiéndose basura entre ellos. 

Ha ganado más dinero Roger Waters con los conciertos de The Wall que los Floyd manchando el nombre de Pink Floyd con discos basura durante cuarenta años 🗑️ 🪰 

Yo nunca compré ni un disco de Pink Floyd posterior a la marcha de Roger Waters.

La avaricia, la ambición, todo lo que hablan ellos en The dark side of the Moon, los ha devorado.

La flor que amando se marchita

Yo llevaba muchos décadas de acampada en aquel pueblo de la costa.

Soy un chico moreno, guapo y encantador, que enamora a las chicas guapas con unos ojos castaños preciosos.

Del pueblo a la gran ciudad hay unos sesenta kilómetros. El autobús de línea los cubre en hora y media con un montón de paradas.

Así era el largo recorrido por la antigua carretera nacional 340. Por entonces no había autovía.

La chica enamorada se llamaba Flor y estudiaba en la capital para convertirse en letrada. O sea una abogada.

Conocía mi trayecto habitual por Málaga y se dejaba coincidir muchas veces por la calle con la intención de atraer mi atención.

Pero yo llevaba una vida muy intensa conociendo a mucha gente, que no me permitía pararme a pensar en ella.

Flor, como muchas mujercitas, le importaba un pimiento los conceptos que un chico pudiera tener, apenas teníamos veinte años. 

Conforme pasó el tiempo, Flor creyó que yo la rechazaba. Pero lo cierto, es que ella no sabía ofrecerme un vínculo para tenerla en cuenta. 

Flor era una de esas chicas que creen, que yo la iba a seguir por su cara bonita, como un bobo tieso que no se come una rosca ni ha probado nunca una almeja. 

Supongo que su idea no era tener una conexión muy natural. Algo así como los dos teniendo sexo. 

Recatada al extremo nunca conectó conmigo por el qué dirán en su pueblo. 

Así que con el tiempo la fui olvidando y no la volví a ver hasta pasados algunos años. 

Era la novia de un guardia civil recientemente entrado en el cuerpo. 

Cuando nos reencontramos en el pueblo, yo la traté como la simple amiga que era, una amistad de años atrás sin más.

Los Pinos era un bar disco con música para bailar hasta altas horas de la madrugada. 

Estaba en una calle trasera de la calle principal de Maro.

Por las noches, tras un largo paseo itinerante por otros bares del pueblo, pasaba por Los Pinos y la veía sola o con amigos. 

Sentada en la mesa de la terraza yo la saludaba con alegría como chica guapa que era. 

Varias veces se me quedaba mirando el individuo que salía con ella, el guardia civil.

Un día que yo entraba en Los Pinos el gilipollas se levantó de la mesa y no me dejó saludar a Flor antes de entrar. 

Me dijo que nunca más volviese a saludar ni dirigirle la palabra a su novia.

El individuo, a pesar de tener la misma altura que yo, se le veía muy crecidito y cierto rebufo de buen cornudo además de tener una personalidad mediocre. 

Yo miraba los ojos del gilipollas que no dejaba de pestañear.

No soy una persona que quiera herir los sentimientos de otra, y menos si formaba parte de los habitantes del pueblo que me acogía. 

Desconocía si el tipejo era familiar de alguien en el pueblo.


Le respondí que saludaba a Flor porque era una amiga. 

Miré a la chica pero ella tenía la cabeza agachada y no me miraba.

Me di cuenta que era una puesta en escena. Podía haberle dicho una mentira al individuo. 

Permanecía con la cabeza baja sentada sobre su silla de espaldas a nosotros sin volverse siquiera. 

Presentí que algo raro manipulaba la mamarracha.

El individuo me espetó que no quería que volviese a saludar a su novia nunca más.

Le di que estaba de acuerdo y no la saludaría nunca más.

Miré a las parejas del pueblo, conocidos que estaban sentados con ellos en la misma mesa, con los ceños fruncidos.

Frente a la actitud de los hipócritas entré dentro del bar.

Pero como último recurso, le dije al energúmeno, que "si no quiere que la salude que me lo diga ella misma." 

El individuo se puso en guardia y me interpeló. Me contestó con un "ya te lo digo yo, que soy guardia civil y soy su novio."

Ridículo total. Me reí en su cara. Me reafirmé ante el machista medio hombre que no la volvería a saludar. 

El individuo se sentó y entré en el bar a tomarme unas copas. Desde entonces nunca más la volví a saludar.

Un día me encontré en Málaga con unos amigos y decidimos ir a Maro donde bebimos y disfrutamos de la playa. 

A uno de mis amigos se le ocurrió pasar por Nerja. Dejamos el coche en un aparcamiento y recorrimos las calles hasta el Balcón de Europa.

Tras un rato grande en el mirador contemplando el paisaje, bajamos a la caleta de Calahonda justo debajo del Balcón.

Nos quitamos los pantalones y la camiseta para quedarnos en bañador, y me di cuenta que tenía justo al lado a Flor y al medio hombre, con una pareja de amigos. 

Flor, con el rostro pétreo de quien no vive o está muerta en vida, no desvió su mirada ni un solo momento de mí. 

Ni siquiera participaba de la verborrea que tenía su marido. 

Me miraba de una forma que no iba a olvidar nunca. Tampoco olvidaré jamás la afrenta de aquella noche.

Aquel día yo tenía el cabello tan largo como el de una mujer. Me lo había dejado crecer durante años. 

Cuando me bañaba con los amigos, escondía mi rostro tras el pelo mojado que me cubría por completo la cara. 

Entre los huecos yo observaba a Flor y la individua seguía mirándome pétrea sin descansar ni un minuto, ajena a la verborrea de su cónyuge con la pareja que les acompañaba. 

Mis amigos y yo jugábamos en la playa justo al lado de ellos, y tuve la maldad de hacerle a Flor una exhibición de mis atractivos personales, sin que mis amigos o el marido de ella se dieran cuenta.

Ella me miraba sin mostrar la menor desvergüenza. Y el marido no le prestaba ni la más mínima atención, seguía con su charla con la otra pareja.

Una hora después nos íbamos y me dejé observar por Flor en apenas medio metro, vistiéndome. 

La miraba de ella era hermosa, de ojos celestes que deseaban mi cuerpo.

Y en la despedida la miré por última vez mientras permanecía al lado de su marido impasible en la charla con la otra pareja.

Me alejé sabiendo que esa chica me amaba. 

Con lo que acababa de pasar degusté mi venganza por el trato recibido aquella lejana noche en el bar Los Pinos. 

Pasarán un montón de años y cualquier día volveré a ver a la infeliz Flor.


La Flor de Maro que amando se marchita


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jueves, 6 de noviembre de 2025

Cuando seamos mayores, poema extraordinario sobre la vida

No solo son nuestros juegos 

lo que ve mi mirada,

no son solo nostalgias

lo que siento al recordarlas,

no es sino la vida que aún así,

no retorna ni se apaga.


No hay sólo ecos 

ante la contemplación 

de una mañana,

ni faltan alegrías

para la melancolía

de un atardecer,

al tambalearse la memoria

de lo que quisimos

y no podemos ser.




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miércoles, 5 de noviembre de 2025

Mi llegada a la Plaza de Bailén de Málaga

En los años más confusos de mi temprana juventud, tras un larguísimo viaje de huida y retorno, volví a Málaga para vivir con mi querida madre, en el entorno de la Plaza de Bailén y la Avenida de Barcelona.

Mi primera peripecia viajera fue terrorífica, con muchas noches viviendo en soledad en cualquier arboleda o descampado, caminando a pie dolorido por las ampollas y la falta de experiencias, cuyas frustraciones me hacían reír como si de un patoso payaso se tratara.

Nunca sentí miedo de la noche, ni durmiendo durante días entre los árboles de un bosque, sin nada que comer, solo agua para calmar la sed, con la única compañía de las estrellas, el silencio y los animales del bosque.

Salí de Ibiza y durante meses recorrí más de setecientos kilómetros caminando, sin rumbo fijo, sin saber qué hacer, recién cumplidos los dieciocho años, que fue cuando salí al mundo para evitar que nadie pudiera ejercer ningún derecho sobre mí.

Dejé que mi madre fuera la única que me siguiera los pasos, pero solo a veces.

 Solo a veces porque la mayoría del tiempo que estuve fuera, no llamaba al teléfono de la clínica donde ella trabajaba en la avenida de Barcelona. Sin contacto con nadie más.

Mi mochila se la había comprado a mi amigo y compañero de la OJE, Capote, por mil pesetas. Me regaló la tienda de campaña, que estaba rota, pero a mí, me sirvió igual.

Eran tiempos terribles que no me importaba nada, tan solo sentía una fuerza inmensa de la naturaleza que me llamaba a todas horas.

Las veces que tuve dinero para coger un tren o un autobús, fueron viajes bien largos, en los que me quedaba mirando perplejo los paisajes, como cuando era niño y recorría con mi bicicleta grandes distancias por el entorno de mi ciudad natal.

La plaza de Bailén no fue el entorno de mis primeros amores, pero sí de los segundos amores, que despertaron en mí, la necesidad de una doble capa de protección.

Eran tiempos en los que buscaba una compañera para viajar, que nunca se dio y por eso jamás me dejé arrastrar hacia los compromisos.

En la plaza de Bailén conocí a mis primeros amigos con un gran radio cassette donde escuchaba la música de The Wall "El Muro" de Pink Floyd, sonando a toda pastilla hasta fundir las pilas.



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martes, 4 de noviembre de 2025

Elo, la enchufada heredera de la RENFE

La llamaban Elo, y su único objetivo en la vida fue tener un trabajo fijo en el ferrocarril. 

Su padre heredó de su padre, y ella heredó de su padre también, de la misma forma que heredó su hermano mayor y otro hermano de los siete que tenía.

El padre llegó a ser jefe de estación y pretendía que su hija favorita llegara algún día a serlo, y su hijo mayor llevaba años trabajando de maquinista.

La conocí en un concierto en la plaza toros porque sin conocerme me empezó a besar, simplemente porque me tenía al lado, que fue donde ella miró.

Decidimos salir juntos y no hubo día que pasáramos por mi casa ardientes de deseo, pasando las horas desnudos en mi cama, dando rienda suelta a nuestros placeres.

Así transcurrieron tres o cuatro meses, cada día apagando nuestros ardores y deseos sexuales.

Hasta que un día cambió y empezó a crear problemas en nuestra relación.

Me pidió que la esperara durante unos meses y yo no pude hacer otra cosa que aceptar y la dejé ir.

Los dos tenían veinte años y toda una vida por delante. Al principio sonreía porque no tendría que quedar con ella pero pronto la eché en falta.

Un día fui a su casa y la madre me dijo que no estaba.

Se reía y me ninguneó con tonterías.

Esto me provocó una serie de preguntas cuyas respuestas eran obvias de puro incomprensibles.

Me pregunté por qué no me trataban tan bien como yo la había tratado a ella.

Un día de navidad fui a su casa y antes de subir llamé al telefonillo y me contestó su padre con un insulto. 

El insulto acabó conmigo en la puerta de su casa siendo detenido por la policía.

Dejé de ir a su casa y un día que iba al cine y me crucé con ella yendo con otro hombre. 

Ella me miró y agarró fuerte la mano de su amante. 

No me detuve y seguí caminando hacia el cine. 

Era obvio y fui uniendo cabos poco a poco. Aquel "espérame unos meses" duraba ya un año.

Fui creando un patrón de comportamiento de la actitud de ella. 

Un día me la volví a encontrar y me  sonrió muy amablemente. 

Pensó que me tenía hipnotizado con su sonrisa, pero ella ignoraba que su magnetismo estaba muy deteriorado.

Vi claramente dónde me quería llevar y aguanté el tirón que ella quería ejercer sobre mí.

Pronto vio que su influencia era nula, contrarrestada por la enorme rebeldía de mi naturaleza.

Ella se quiso enmendar a través de su magnetismo intentando imponer su voluntad sobre la mía.

Estuvimos paseando, hablando un rato muy largo.

Había pasado más de año y medio y por momentos ella me pidió vivir juntos. 

Lo que pasó por mi cabeza fue un torbellino con los momentos amargos que me había hecho pasar.

La energúmena que tenía enfrente me puso a prueba.

Empecé a darle cachetes en la cara cuando la chica lista esperaba un sí.

Se sorprendió del contundente no con que la había obsequiado, y se puso a llorar.

Los cachetes no que le daba no eran fuertes ni dejaban marcas, pero ella se puso a llorar.

Año y medio después me estaba vengando por haberme dicho "espérame unos meses" mientras ella salía con otros hombres.

Pensaba que su magnetismo duraría para siempre y ahora la mierdecilla era la que lloraba.

No sabía si lloraba por haberme perdido o por los cachetes que le estaba dando. 

Aquella noche no pude dormir. Estaba rompiendo el yugo de su magnetismo.

Me había demostrado a mí mismo que su influencia era residual, y decidí ir a buscarla a su trabajo a la mañana siguiente para seguir rompiendo.

Allí me salió el caballeroso señor que salta en todas las historias paqueteras.

El individuo se entrometió en los restos que quedaba entre ella y yo.

Saltó la valla que nos separaba, le dije que se metiera en sus asuntos y su respuesta fue darme de puñetazos. 

Me dejé caer al suelo. Me acaban de dar una paliza.

El gentío de mozos y mozas al otro lado de la valla se sintieron decepcionados. 

Empezaron a volver a sus quehaceres en el taller central.

Yo sentí que estaba derrotando a todos aquellos mierdas y todo lo que ella me metió en el cuerpo y en la mente.

Un día conocí a una hermosa alemana en la playa, que estudiaba español para su carrera universitaria. 

Salí con ella ese fin de semana y cogimos tal borrachera, que recorrimos  los siete kilómetros hasta mi casa desviándonos en las esquinas oscuras para desfogarnos.

Era tal el inmenso deseo que sentíamos el uno por el otro, que antes de llegar a mi casa dimos varias veces rienda suelta a nuestro apetito sexual.

Insaciables y jóvenes, con veinticinco años y ella con veintisiete, llegamos a casa y no dormimos en toda la noche.

Por la mañana temprano la acompañé hasta la escuela.

Ella intentaba arreglarse para estar presentable. 

Al despedirse nos dimos un largo beso a pesar de que nos veríamos por la tarde.

Regresaba a casa para bañarse y dormir, cuando Elo se cruzó por la calle conmigo.

Yo me negué a mirarla y seguí andando como si no la hubiese visto. 

Llegué a mi casa andando, cansado y soñoliento por la larga noche.

Me eché sobre mi colchón sin desvestirme, y me acordé de haber visto a la hija de puta. 

Cinco años después de lo nuestro siguió apareciendo cuando menos la esperaba. 

Me quedé dormido profundamente.

Semanas después seguía manteniendo la relación con la alemana. 

Pronto se volvería a su país. Ese fin de semana fuimos al cine antes de irnos por los bares de movida y acabar la noche en mi casa. 

Salimos del cine y la alemana se estaba arreglando el vestido.

En ese momento se puso al lado de ella la hermana menor de Elo. Me miraba. 

Hice caso omiso, agarré a la alemana de la cintura y echamos a andar dejando atrás en la acera a la puñetera hermana de Elo.

Esa era la que me dijo "mi hermana está saliendo con otros hombres", como si la cosa no tuviese su importancia.

Ahora yo estoy saliendo con otras mujeres.

Cuando se fue mi alemana, no quise agobiarme por su partida. Me busqué otra alemana, y después otra, y después una inglesa, y después una holandesa.

Y ya por aquel entonces me venían algunas diciendo que "la española cuando besa, besa de verdad".

Estuve escribiendo a mi alemana más de cinco años, hasta que un día decidí coger la mochila y perderme. 

Para entonces la alemana se había casado y tenía dos hijos.

Elo había seguido apareciendo, se interponía con su presencia cuando menos lo esperaba. 

Así que cuando salí de la ciudad para recorrer el mundo, sabía que Elo no iba a poder seguirme ni aparecerse por ningún sitio tan lejos.

Tras muchos años, volví a casa. Ahora era un corredor de competición. Pasé por Granada donde estuve para correr la media maratón y
 después del evento saqué un billete para volver a casa y subí al autobús. 

Al poco llegó una señora mayor y quiso sentarse en el asiento contiguo al mío.

Me pidió permiso porque no tenía número.

Le expliqué que tenía que sentarse en el asiento que le correspondía según su billete pero ella insistió. 

La señora se puso muy pesada y tuve que aguantar el tirón hasta que un hombre accedió a cambiar el sitio.

Me quitó un peso de encima con la susodicha e insistente señora y cuando el autobús se puso en marcha me dormí.

Cuando desperté un mal presentimiento se apoderó de mí.

Miré a la señora mayor y ella me miró sabiendo claramente quién era yo. Se lo vi en los ojos.

 Sentí un malestar indescriptible al reconocer a la madre de Elo, la que se burló de mí quince años atrás.

La muy zorra apareció el día que regresaba a casa tras años de mochilero después de correr una media maratón.

¿Qué coño quería de mí molestando con el asunto del billetito y el asiento?. 

Ahí estaba, prácticamente a su lado oliendo su perfume y oyendo su respiración. 

Con lo grande que es el mundo y siguen tocando los cojones.


Elo, la enchufada heredera de la RENFE


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lunes, 3 de noviembre de 2025

Paquita, la amiga amargada que me la tenía jurada

Yo estaba en una caseta casi vacía del recinto ferial, sentado en una mesa solo, saboreando un tubo de cerveza fresquita, viendo la actuación de un grupo melódico sobre el escenario.

Estaba muy a gusto pero de repente, aparecieron junto a mi mesa tres amigas, que se alegraron de encontrarme y se sentaron conmigo.

A altas horas de la madrugada hablaban entre ellas y las dos hermanas se fueron a su casa y me dejaron solo con Paquita.  

Ella se quedó y se acurrucó conmigo pegándose a mi cuerpo para calentarse.

La noche había refrescado y yo le abrí acceso al calor de mi cuerpo pasando mi brazo por encima de sus hombros.

Así estuvimos hablando mucho rato hasta que nos besamos y no paramos de besarnos por el resto de la madrugada.

Varias horas antes del amanecer cogimos un taxi y ella se vino a mi casa.
No quiso que el taxi la llevara a la suya.

En mi casa no pude ni dormir porque juntos en mi cama, la única de la casa, nada más entrar, ella dejó de besarme y de abrazarme, me dio la impresión que era otra persona distinta, porque aunque parezca raro, ella no quería ni rozarme, y ni siquiera me hablaba.

Así que dormí lo posible junto a alguien que en el corto recorrido de tres kilómetros en taxi, se había vuelto fría y distante, y no quería que la besara.

Cuando desperté vi a Paquita mirando con sus ojos azules mirando el techo, con la mirada abierta tan gris y opaca como un túnel oscuro. 

Se levantó y fue al baño a lavarse la cara y las manos. Se peinó y se espabiló con unos chorros de agua, y cuando regresó se sentó en el borde de la cama con la mirada abstracta, perdida en el infinito inmenso del techo de mi habitación.

Yo ya tenía decidido no volver a darle una nueva oportunidad. 

Le dije que era hora de que se marchara a su casa y ella reaccionó sin decir ni pío, levantándose como una autómata, sin haber pegado ojo en toda la noche.

Habíamos dormido juntos vestidos, la miré impasible, le abrí la puerta y salió al portal mientras yo cerraba.

Bajamos a la calle sin mediar palabra, y ni siquiera esperando el autobús de línea, fue amable conmigo.

Cuando llegó el bus se fue y yo me quejé por haber traído a mi casa a una extraña, idiota y timorata, que no sabía lo que quería por muchos años de amistad que habíamos tenido. Se le había caído la máscara.

El sábado siguiente me encontré con ella, las dos hermanas y otras chicas del grupo con el que salía de marcha los fines de semana.

Me miró con los ojos muy abiertos esperando una reacción que no llegó, porque desde el primer momento opté por una amistad en el grupo y no por un amistad personal entre los dos. 

Capté la reacción de ella cuando le pregunté a todas a qué bar íbamos primero.

Me tomaba la cosa como si no hubiera pasado nada entre ellos. Y así fue.

No pasó nada, pero eso ella eso no lo iba a olvidar, tal vez porque se arrepintió de no dar una continuidad a sus besos tras estar juntos toda la madrugada en la caseta ferial.

No midió bien sus acciones y yo no me iba a abrir de nuevo. No tendría una segunda oportunidad con un trotamundos mundano tan bello como yo.

Bajita y mandona, Paquita era rencorosa y sabía odiar, a pesar de su carita de ángel con esos ojos azules celestiales.

Una angelical bufona a punto de clavar la flecha del amor en los corazones enamorados.

Tuvo su oportunidad y ahora yo era inalcanzable para ella. La desaprovechó y sabía que le había cerrado esa puerta. 

Un día estaba en la playa y se sentó conmigo un amigo belga, magullado porque lo habían apalizado la noche anterior en una discoteca.

Pasó toda la mañana conmigo como si fuéramos viejos amigos y de repente vi aparecer en la playa a parte de las chicas del grupo.

Fuimos a una cascada que yo conocía y el belga se quedó prendado de Paquita.

No sé qué le hizo, pero cuando las chicas volvieron a Málaga, pareció que había preparado al belga para que me pidiera a mí el teléfono de ella, como si fuera su celestino.

No entendía esa insistencia porque no tenía nada que ver con lo que haya surgido entre los dos. 

Pero el amigo se volvió pesado hasta las narices en un día que quería estar relajado disfrutando de los placeres que me regalaba la vida.

En aquella época no existían los móviles. Había que llamar desde una cabina y no todos tenían teléfono fijo en casa.

Pero las hermanas sí tenían teléfono en casa y Paquita estaba siempre con ellas.

Quizás era este el teléfono que quería el belga. Se me ocurrió llamar a las hermanas y pregunté si estaba Paquita, y estaba. 

Le expliqué lo que me ocurría con el belga, que no me dejaba en paz, que quería llamarla por sentirse muy enamorado, para invitarla a su casa. 

Paquita me dijo que se pusiera el puto belga, y le di el teléfono del bar donde estábamos.

Vi cómo el fideo larguirucho la invitaba a su casa porque estaba enamorado, y empezó a pegar saltos como un canguro a pique de darse un golpe con las lámparas del techo.

El dueño del bar tuvo que pedirle que bajara la voz mientras me decía que Paquita viene mañana para presentarla a sus padres.

Al belga no le cabía la sonrisa en la cara, y yo sentí alivio porque quería que me dejarán en paz.

Tuve que soportar toda su gratitud el resto de la tarde pero yo no había hecho nada.

Se casaron y se fueron a vivir a Bélgica cerca de los padres y cada cierto tiempo vuelven a Málaga a ver los padres de ella y a los viejos amigos.

Un día que salí con una de mis amantes, una hermosa mujer alemana con la que estaba teniendo una pequeña relación, me encontré con el grupo de chicas en un bar del centro de Málaga.

Yo y el belga estábamos en la barra para pedir bebidas de todo el grupo, miré a mi amada y capté cómo Paquita fruncía el ceño de esa forma suya tan angelical.

En ese momento supe que intentaba algo a pesar del resplandor de su rostro sonriente, de esa falsa felicidad que se torna oscura.

Yo y el belga volvimos con las bebidas junto a ellas y el resto del grupo, y quise darle un beso a mi compañera, pero esta rehusó mirando a Paquita, que hablaba con su marido, y no se dejó. 

Entonces decidí irnos los dos solos, abrirnos de forma rápida, y esto sorprendió al grupo.

Dejé mi caña de cerveza sobre la mesa y me despidí de todos. Hubo abrazos y besos y me fui con mi bella compañera.

Andamos juntos entre el gentío de fin de semana de marcha, la cogí de la mano y subimos a un autobús para ir a la otra parte de la ciudad. 

Ella me abrazó y puso su oído sobre mi pecho para oír mi corazón. No le pregunté qué le había dicho Paquita, porque la alemana era una mujer veterana, mayor que yo, experimentada en lidiar con circunstancias adversas.

Además nuestra relación era temporal. Un mes y medio después terminamos.

Otro episodio ocurrió un par de años. Coincidí con el matrimonio mi nuevo amor en la terraza de un restaurante con mesas de madera para picnics. 

Allí llevé a cenar a Sandra y su tía, holandesas, con su novio español.

Al rato aparecieron Paquita y el belga de pura casualidad. Aparentaron alegrarse de verme y se sentaron en mi mesa. 

La velada estuvo bien hasta que Paquita, que había aprendido el flamenco, se aprovechó de las holandesas hablando entre ellas para hacerme creer junto a su marido, que entendían lo que ellas hablaban, y me dijeron que estaban hablando tonterías de mí.

Las holandesas, al sentirse señaladas, miraron fijas a Paquita y su marido y Sandra cogió de mi mano para no soltarla.

Sandra miraba fijamente a Paquita sin entender español, y ella seguía diciéndome con la ayuda de su marido asintiendo, que hablaban mal de mí a mis espaldas. 

La holandesa, asustada, me miraba agarrando mi mano sin que yo me dignase a mirarla. 

Entonces reaccioné, solté la mano de la holandesa colocándola junto a su otra mano sobre la mesa, Sandra intentó reaccionar pero la hice callar, y entonces se abrazó a su tía esperando lo peor.

 Le dije a Paquita:

- Aquí - y señalé a la holandesa- tengo la enésima mujer con la que salgo este verano. Salgo con ella porque puedo y tengo cojones para cogerle el culo y lo que haga falta. El año pasado salí con veinte mujeres. ¿Imagina cuántas llevo este año y todavía no ha terminado el verano?.

Paquita soltó a su marido, se enfureció y me chilló:

- ¡No me hables de mujeres, no quiero saber nada!. 

- ¿Por qué salgo con mujeres y disfruto como un carcamal?... ¡Pues lo hago porqueeeee me gustaaaaaa! - continué burlándome de ella como si me estuviera corriendo un largo polvo dentro de una vagina.

Paquita explotó fuera de sí. Empezó a tirarme la comida y la bebida. El marido se asustó para detener la reacción de su mujer.

Me llamó guarro y asqueroso. El novio de la tía de Sandra se levantó para defenderme de la agresión pero lo mandé sentarse.

Mientras, seguí gritando lo bien que me corría cada verano hasta encontrar a Sandra.

Cogí las manos de Sandra y se las apreté con ternura infinita. Después me acerqué a sus labios, y aunque estaba sucio de comida y bebida, la besé echándome sobre ella Sandra como para follarla allí mismo. 

Paquita se escapó de su marido y nos arrojó una gran jarra de cerveza por la cabeza. Pero nosotros seguimos tal cual sin importarnos nada.

Paquita levantó la jarra para estrellármela en la cabeza, y hicieron acto de presencia los dueños del local.

Padre, madre e hijo, amigos míos desde mi temprana juventud, la cogieron del brazo gritando y pararon la agresión.

El dueño les dio a entender a Paquita y su marido que tenían dos opciones:

- Una; paga usted la cuenta del destrozo y se van para no tener que verlos más. Dos; pagan la cuenta y no se van para no verlos más, entonces llamo a la Guardia Civil y les cuento el intento de agresión de la señora aquí presente a mis clientes cuando estaban pasando una agradable velada.

Y callaron pendientes de la reacción de la agresora y su marido.

Paquita estuvo a punto de agredirlos pero fue avisada por segunda vez.

Supo que no habría un tercer aviso cuando los dueños mostraron los bastones para golpear.

Entonces el marido sacó la tarjeta de crédito para pagar la factura. 

La recibió de vuelta cuando el dueño le dijo "He añadido un bote por los servicios prestados y el coste de la limpieza de la mesa y el entorno. Y recuerde, no vuelva más".

Se fueron con la mujer llorando, rabiando por la calle, pegándole a las farolas, a los muros y a las señales de tráfico. 

Subía una patrulla de la Guardia Civil que se detuvo sospechando algo.

El copiloto se bajó observando al belga y a su mujer. Él la obligó a andar derecha para salir de allí.

El guardia acabó por no dar importancia, subió al coche y continuó hasta el restaurante, como un aviso de lo que pasaría si no se iban.

Cada día la patrulla solía comer bien antes de continuar su jornada y acudían a su local favorito.


La amiga amargada que me la tenía jurada


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domingo, 2 de noviembre de 2025

El bar del padre de Eduardo en la Plaza de Bailén

 Que el padre de nuestro estimado amigo Eduardo de calle Churruca montara un bar en la Plaza de Bailén, nos dejó tocados con una sonrísa permanente que nos llegaba de oreja a oreja.

Ya teníamos bar habitual sin movernos de la plaza para tomarnos unos cafés y unas cervezas, servidas por un gran amigo que nunca nos dejaba sin unos buenos comentarios amigables en la cruda selva de los años que nos crecía la barba de locos.

Con dieciocho años no éramos niños pero tampoco éramos hombres curtidos y los pasos que dábamos eran tan titubeantes como nuestros pensamientos cambiando cada minuto por cualquier minucia.

El único pero del bar de Eduardo padre era un perro negro muy arisco que parecía muy agresivo siempre amarrado, y un día corrió extremo peligro con un gato enorme que habitaba en la plaza, que se acercó viéndolo amarrado en la calle y ni se inmutó sentándose en su misma cara, a poco de sacarle los ojos.

Por supuesto Eduardo padre actuó ahuyentando a ese gato lejos de su gigantesco perro peludo de lomo negro, y un día le pregunté por qué tenía su perro amarrado en el bar, y la respuesta obvia era para que no le robaran, sobre todo por las noches que dejaba el perro suelto en el bar por pura experiencia.

No sé cuánto tiempo estuvo abierto el bar de Edu, yo soy una persona cambiante que me dejo llevar hacia lugares bien lejanos, pero tengo que recordar que a Eduardo hijo le presté el disco de David Gilmore, guitarrista de Pink Floyd, y nunca me lo devolvió 🤣😂

Bueno, a mí no me importó que se lo quedase, en aquellos tiempos yo tenía pocas cosas (hoy también) y seguro que lo hubiera destrozado en cualquier mudanza o cambio de vida. 

Lo más increíble es que después me lo encontré trabajando durante muchos años en la cocina del Ébano, cafetería restaurante a la espalda de El Corte Inglés ya desaparecida. 




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Gran sonido ensordecedor, poema sin alma

 Gran sonido ensordecedor que me llena los oídos y no dice nada. Infinita es la vida aún la muerte siempre presente, porque en el camino más...